3 de enero de 2014

"Podríamos sintetizar un doble movimiento que siempre signó el caminar del zapatismo y hoy cobra mayor vitalidad aún: la necesidad del fortalecimiento interno (mediante la consolidación de organismos prefigurativos y del ejercicio del autogobierno en términos integrales), en simultáneo a la vocación por la articulación y el hermanamiento (basados en el convite de vivencias y de saberes, la escucha colectiva y la irradiación de propuestas)".

Celebración de la rebeldía y elogio del autogobierno



A propósito del (no) cumpleaños zapatista.
Por Hernán Ouviña
Militante del Movimiento Popular La Dignidad y autor del libro Zapatismo para principiantes (Editorial Era Naciente, 2007).

Ilustraciones: Beatriz Aurora


“Pero es que a mi no me gusta estar entre locos”, observó Alicia.
“Eso sí que no lo puedes evitar”, repuso el Gato; “todos estamos locos por aquí”.
Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas

1º  de Enero de 1994: En la selva se escuchan tiros
Hace exactamente veinte años, en medio de la sombría noche neoliberal, en el momento más inesperado y el lugar más remoto, miles de indígenas decidieron cubrirse sus rostros para ser vistos, y levantarse en armas para hacerse escuchar. Este alzamiento, lejos de ser algo espontáneo, estuvo preparándose en total silencio durante diez años, al punto de acordarse -durante 1993- en asambleas comunitarias tanto su fecha exacta como la pluriétnica comandancia que iba a dirigirlo. Es así como el 1º de enero de 1994, al grito de ¡Ya Basta!, las y los integrantes del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional toman por asalto las principales cabeceras municipales del sureño estado de Chiapas, y leen públicamente la Primera Declaración de la Selva Lacandona, donde expresan sin tapujos el ser “producto de 500 años de lucha”. Ese día debía entrar en vigencia el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), incorporándose México al acuerdo ya implementado por Estados Unidos y Canadá.

Como respuesta a lo que iba a significar la “partida de defunción” de campesinos, indígenas y trabajadores en general, estos intrépidos encapuchados hicieron oídos sordos a aquellos que -como Fukuyama- pregonaban el fin de la historia. Pero la sorpresa no fue sólo de los teóricos neoliberales, a quienes la rebelión aguó la fiesta, sino de la propia izquierda tradicional, por el cuestionamiento radical que, con el trascurrir de los días, fue formulando el zapatismo a sus esquemas de pizarrón. En el fondo, esta insurrección popular venía a desenmascarar al falso país de las racistas élites occidentales, haciendo visible a la civilización mesoamericana de ese “México profundo” negado por siglos de sometimiento colonial. Y la propuesta de revolución que de ahí en más saldrán a convidar, contemplará una radical crítica civilizatoria al conjunto de las dimensiones que constituyen nuestra realidad cotidiana.(...)


1º  de Enero de 2014: ¡Feliz (no) cumpleaños!

Mientras que numerosos movimientos latinoamericanos han visto reducido su margen de independencia política respecto de los llamados gobiernos progresistas, llegando a asumir en ciertas ocasiones una estrategia de “mimesis” con los procesos de gestión estatal (que tienden a subsumir bajo su órbita lo que antes eran valiosas experiencias de construcción de poder popular anticapitalista), el zapatismo ha fortalecido sus instancias de autogobierno territorial sin perder legitimidad en las comunidades rebeldes ni lograr ser cooptados por los poderes de turno. Muestra clara de ello han sido dos eventos que no han pasado desapercibidos ni en México ni en el resto del mundo, y que más que intentar “aprovechar” la coyuntura existente (vicio invariante de la vieja izquierda), apuntaron a crear una nueva. Por un lado, la imponente y silenciosa movilización de decenas de miles de bases de apoyo, una vez más con sus rostros cubiertos con pasamontañas, a finales de diciembre de 2012 en Chiapas, que evidenció lo errado de los pronósticos de aquellos que, maliciosamente, anunciaban la debacle del zapatismo. Después de tamaña demostración de fuerzas, estos sepultureros precoces se percataron que estaban velando al muerto equivocado. Por el otro, la no menos relevante iniciativa de alcance internacional, a participar de un nuevo espacio de encuentro e intercambio de experiencias y saberes “muy otros” (llamada La Escuelita), que ha convocado en agosto y diciembre de 2012 a cientos de activistas y militantes de base de México y de todo el planeta, a vivenciar y aprender junto a las bases de apoyo zapatistas cuáles son sus sueños rebeldes y cómo construyen en libertad su autonomía. Ambos acontecimientos deben leerse como dos dimensiones de una misma y radical apuesta política, que podríamos sintetizar a través de un doble movimiento que siempre signó el caminar del zapatismo y hoy cobra mayor vitalidad aún: la necesidad del fortalecimiento interno (mediante la consolidación de organismos prefigurativos y del ejercicio del autogobierno en términos integrales), en simultáneo a la vocación por la articulación y el hermanamiento (basados en el convite de vivencias y de saberes, la escucha colectiva y la irradiación de propuestas).

Sin duda la realización de eventos como estos son por demás saludables, siempre y cuando no se ritualicen y pierdan su capacidad de estimular emociones utópicas. No obstante, y más allá de lo gratificante de la conmemoración de los veinte años del alzamiento zapatista, quizás haya que celebrar, como proponía Lewis Carroll en aquel surrealista país visitado por Alicia, el no cumpleaños zapatista. Es decir, dejar de priorizar ciertas fechas emblemáticas, para adentrarse en el proceso cotidiano y subterráneo que tejen, al paso del más lento, los hombres, mujeres, ancianos y niños en cada resquicio de aquellos territorios rebeldes. Este ejercicio requiere, sin duda, desprenderse de la arraigada concepción “espectacular” que por lo general se tiene de las prácticas militantes. Mal que nos pese, nuestra cultura política parece encontrarse aún permeada en grado sumo por una lógica que tiende a privilegiar la dimensión espasmódica y de confrontación abierta de la lucha de clases, olvidando que este tipo de situaciones no son sino excepcionales.

Claro que resulta difícil sustraerse a la fascinación que provocan combates frontales como los vividos entre el 1 y el 12 de enero de 1994 en Chiapas, o entre el 19 y el 20 de diciembre de 2001 en Argentina; más aún para quienes participamos en una u otra de esas jornadas, sea físicamente o brindando una solidaridad activa a pesar de la distancia geográfica. Sin embargo, deberíamos hacer foco en la praxis cotidiana que aspira al despliegue de formas de construcción autónomas, más que en estos episodios excepcionales. Aquella que, de manera silenciosa e invisible, permitió que fueran posibles no sólo resonantes rebeliones populares como las mencionadas, sino también -y sobre todo- profundas metamorfosis en la subjetividad de masas durante los últimos años en nuestro continente. Esta dimensión subterránea de la política, que tiene como columna vertebral al autogobierno, ha sido por lo general descuidada en los análisis de buena parte de la izquierda. Por el contrario, partimos del supuesto de que aquel tipo de insurrecciones o formas de resistencia explícitas no pueden entenderse sin tener en cuenta, en paralelo, a estos ámbitos territoriales de prefiguración y ejercicio de la democracia de base, en los cuales dicha disidencia se alimenta y adquiere un sentido disruptivo.

Desde esta perspectiva, la alegre rebeldía que el zapatismo irradia a través de sus prácticas y sueños, nos invita a asistir y participar activamente en esa infinidad de no cumpleaños que se celebran, a diario y con entrada libre, en el irreverente subsuelo de cada uno de los proyectos y territorios que habitamos. Y como han expresado en uno de sus recientes comunicados, “así como muchos son los mundos que en el mundo habitan, también muchas son las formas, los modos, los tiempos y los lugares para luchar contra la bestia, sin pedir ni esperar nada a cambio”.
En eso andamos quienes -no sin contradicciones y balbuceos- continuamos empeñados en la loca y terca manía de hacer del autogobierno un modo de vida. ¿Será que, como solía afirmar Nietzsche, siempre hay algo de razón en la locura? Leer

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