Derrota del fascismo en
Europa
70 años después
11 de mayo de 2015
Por Atilio A Boron (Rebelión)
El 70 aniversario de la caída de Berlín a manos del Ejército Rojo
es una ocasión propicia para someter a revisión algunos lugares comunes acerca
de la Segunda
Guerra Mundial y su desenlace. Especialmente uno, ampliamente
difundido por el mundo académico y las usinas mediáticas del pensamiento
dominante según el cual la derrota del Tercer Reich comenzó a consumarse cuando
Londres y Washington abrieron el frente occidental con el desembarco de
Normandía, arrojando un pesado manto de olvido sobre la decisiva e
irreemplazable contribución hecha por la Unión Soviética
para destruir al régimen nazi y poner punto final a la guerra en Europa.
Geoffrey Roberts, un profesor británico especialista en el tema de la Segunda Guerra Mundial ,
ha ido más lejos al sostener que la Unión Soviética podría haber derrotado por sí
sola al fascismo alemán -claro que a un costo aún mayor y en un enfrentamiento
más prolongado- y que para tal empresa la colaboración anglo-americana no era
imprescindible, como sí lo fue para los aliados la heroica lucha de la Unión Soviética.
Pero la opinión de Roberts está lejos de
encuadrarse en la categoría de las “creencias aceptables” para los perros
guardianes del sistema, y por eso sus análisis son ninguneados por el saber
convencional. Es obvio que para la ideología dominante fue el “mundo libre”
quien derrotó al nazismo y que la colaboración soviética fue algo accesorio. La
realidad, en cambio, fue exactamente al revés: lo esencial fue la heroica resistencia
soviética primero y su arrolladora contraofensiva después, sin la cual ni
británicos ni estadounidenses, jamás podrían haberse acercado a Berlín. [1] Por algo fue el Ejército Rojo el
primero en hacerlo, inmortalizado en aquella conmovedora fotografía en la cual
dos sargentos del Ejército Rojo izan la bandera de la Unión Soviética
sobre un Reichstag en ruinas, uno de los símbolos del régimen nazi. Fue también
el primero en liberar a los prisioneros que estaban en los campos de
concentración de Auschwitz (el mayor y más importante de la Alemania Nazi ) y
muchos otros, entre los cuales sobresalen los de Majdanek y Treblinka, todos
ellos situados en Polonia. Pese a ello, como bien observa Telma Luzzani, en las
celebraciones organizadas el pasado 25 de Enero en Auschwitz el gobierno polaco
no sólo se abstuvo de invitar al presidente ruso Vladimir Putin sino que lo
declaró persona non grata por ser el líder de un país que no
liberó sino que agredió a Polonia. El gobierno de Varsovia, actuando como un
rústico palafrenero de Barack Obama, argumentó por medio de su canciller que no
había sido aquel país sino Ucrania quien había liberado el campo de exterminio
de Auschwitz razón por la cual el invitado de honor fue el títere de
Washington, Petro Poroshenko, presidente de Ucrania. Este desaire del gobierno
polaco no sólo ofendió a las actuales autoridades del Kremlin sino que fue una
repugnante muestra de ingratitud para con el pueblo ruso y sus inmensos
sacrificios realizados en la guerra y, por otro lado, de los alcances de la
política norteamericana dirigida a apropiarse de la victoria en la Segunda Guerra Mundial ,
velando el papel de la
Unión Soviética , estigmatizando no sólo a este país como en
el pasado sino también a la Rusia actual en el contexto de las amenazantes
tensiones que caracterizan al sistema internacional. [2]
La “historia oficial” prohijada por Occidente también oculta, como acertadamente lo señalara Angel Guerra, “el decisivo papel de los comunistas, que en la Europa ocupada llevaron el peso mayor de la resistencia y organizaron vigorosos movimientos guerrilleros en Yugoslavia, Grecia y Albania”, a lo cual deberíamos agregar también la lucha de los partisanos italianos, la resistencia francesa y la de los judíos que combatieron, como en el Gueto de Varsovia, contra el holocausto. [3] La ideología dominante oculta que fueron estas fuerzas de izquierda, y no el Plan Marshall, las que hicieron posible la reconstrucción democrática de Europa con la derrota del fascismo.
La “historia oficial” prohijada por Occidente también oculta, como acertadamente lo señalara Angel Guerra, “el decisivo papel de los comunistas, que en la Europa ocupada llevaron el peso mayor de la resistencia y organizaron vigorosos movimientos guerrilleros en Yugoslavia, Grecia y Albania”, a lo cual deberíamos agregar también la lucha de los partisanos italianos, la resistencia francesa y la de los judíos que combatieron, como en el Gueto de Varsovia, contra el holocausto. [3] La ideología dominante oculta que fueron estas fuerzas de izquierda, y no el Plan Marshall, las que hicieron posible la reconstrucción democrática de Europa con la derrota del fascismo.
La sobrevivencia de la URSS ante la agresión
nazi y el triunfo del Ejército Rojo abrieron las puertas de una nueva etapa
histórica signada por el auge de las luchas anticolonialistas y por la
liberación nacional en Asia, África y América latina y por el avance
democrático en muchos países. Las burguesías europeas, temerosas del “contagio”
del virus revolucionario soviético, tuvieron que aceptar, a regañadientes, el
avance en la legislación social y laboral, la expansión de la ciudadanía y un
cauteloso proceso democrático. El “estado de bienestar” europeo así como los
populismos latinoamericanos de aquella época hubieran sido imposibles de haber
sido derrotada la URSS. La
negación de tan progresivo papel fue facilitada por la aviesa asimilación hecha
por la propaganda del “mundo libre” entre la heroica epopeya soviética y la
figura de Iósif Stalin a partir del estallido de la Guerra Fría. Por
supuesto que los crímenes del líder soviético son inocultables e imperdonables,
y constituyen una imperecedera mácula en la historia del socialismo. Pero
ofende a la verdad histórica menospreciar su actuación en la Segunda Guerra Mundial
-o desmerecerla por los tenebrosos procesos de Moscú o los horrores de los
Gulags- con lo cual no se mejora un ápice nuestra comprensión de lo ocurrido en
aquella contienda. Un estudioso para nada afecto a este personaje y en cambio
profundo admirador de su archienemigo León Trotsky escribió en su célebre
biografía política de Stalin que “estadistas y generales extranjeros fueron
conquistados por el excepcional dominio con el que se ocupaba de todos los
detalles técnicos de su maquinaria de guerra”. ¿Un juicio desafortunado de
Isaac Deutscher? Nada de eso. Tal como lo anota un gran estudioso del tema, el
filósofo e historiador italiano Domenico Losurdo, la aseveración de Deutscher
coincide con la de
Averell Harriman , embajador de Estados Unidos en Rusia entre
1943 y 1946 y uno de los más inteligentes diplomáticos norteamericanos del
siglo veinte. En sus memorias dejó una elocuente pincelada del líder soviético
al decir que “me parecía mejor informado que Roosevelt y más realista que
Churchill, en cierto modo el más eficiente de los líderes de la contienda”. [4] Ciertamente, no es esta la opinión
preponderante sobre Stalin pero tanto Deutscher como Harriman son observadores
muy calificados y sus juicios no pueden ser tomados a la ligera.
A 70 años de la caída del fascismo alemán y ante la debacle de la Unión Europea y el
curso descendente del imperio norteamericano parecería haber condiciones de
iniciar una discusión seria sobre la Segunda Guerra Mundial ,
sacando a la luz el aporte decisivo de la URSS y proponiendo una aproximación
rigurosa a la figura de Stalin, cuyos crímenes son harto conocidos pero que no
alcanzan a eclipsar por completo los aciertos que habría tenido en la
conducción de lo que los rusos llaman “La Gran Guerra Patria ”.
Entre los cuales, y no precisamente uno de menor importancia, se cuenta el
haber reclutado una joven generación de brillantes oficiales luego de la
demencial purga que ordenara hacer en vísperas de la guerra y que, a la postre,
fueron quienes condujeron al Ejército Rojo a su más gloriosa victoria y
lograron que el mundo se desembarace de la peste fascista. Hacer cuentas con la
experiencia soviética y con el papel que en ella desempeñara Stalin es una
asignatura pendiente de la izquierda en sus distintas variantes, tarea que no
puede seguir siendo postergada o despachada apelando a las visiones
estereotipadas cultivadas con esmero por los propagandistas de la burguesía. Sobre
todo cuando la evidencia indica que la derrota del fascismo en Alemania no fue
suficiente para erradicar una excrecencia política y social propia de la
sociedad burguesa y que, lamentablemente, ha reaparecido bajo nuevos ropajes en
la Europa actual.
Notas
[1] Un
dato terminante que cierra toda discusión: los soviéticos sufrieron casi 27
millones de bajas civiles y militares, la gran mayoría en Rusia, Ucrania y
Bielorrusia. Los británicos 450.000 y los estadounidenses, incluyendo la guerra
en el Pacífico, 420.000. Quienes “pusieron el cuerpo” y pagaron el costo
fundamental de la guerra fueron los soviéticos. Se estima que los alemanes
perdieron entre 7 y 9 millones de vidas.
[2] Ver Telma Luzzani, “La batalla por la
historia” (Página/12: Buenos Aires, 8.5.2015). Luzzani recuerda
asimismo en su nota que “el Ejército Rojo fue el primero en llegar a Berlín, el
30 de abril de 1945, luego de liberar él solo 16 países, unos 120 millones de
personas (sin contar la parte europea de la URSS), mientras que EE.UU. y Reino
Unido liberaron conjuntamente seis países.”
[3] Angel Guerra Cabrera, “A 70 años de la
victoria soviética sobre el fascismo” (La Jornada: México,
7.5.2015)
[4] Cf. su Stalin. Historia y crítica de
una leyenda negra (Barcelona:
El viejo topo, 2008), p. 15. Un libro excepcional por su calidad filosófica y
precisión historiográfica, que ojalá inaugure una discusión largamente
postergada.
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