La ciencia y los OGM
Declaración Latinoamericana
por una Ciencia Digna,
por la
prohibición de los OGM.
Por Andrés Carrasco | 21 agosto 2014 | Biodiversidad
81 / 2014-3
Compartimos con orgullo el documento del doctor Andrés Carrasco
para constituir la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCSS) en
América Latina. Fue leído en el homenaje que se le rindió a nuestro amigo Andrés.
El
modelo de agronegocios y el control territorial.
La
apropiación por despojo de tierras y territorios debe ser vista como el marco
de un diseño geopolítico extendido a lo largo y ancho de América Latina y que
forma parte de la dominación y control de la producción de alimentos mediante
la diseminación, legal e ilegal, de alimentos genéticamente modificados (GM).
Este diseño intenta imponer a los países productores un modelo común de
aprobación, comercialización y propiedad intelectual de las semillas, modos de
producción y tenencia y uso de la tierra; modificar las leyes de las naciones
latinoamericanas, africanas y asiáticas; derogar la soberanía y seguridad
alimentaria. Un modelo que convierte en mercancía los alimentos y otros bienes
comunes e implica el exterminio genocida de los pueblos saqueados. La
imposición de los modelos extractivistas impiden, además, profundizar las
democracias de los pueblos, fragilizan sus lazos comunitarios al forzarlos a
entregar sus riquezas a través de la apropiación por despojo de su territorio, sus
actividades productivas y su cultura.
El
modelo extractivista es una pieza fundamental del modelo neocolonial de
apropiación por despojo.
Es
imposible entenderlo sin el fuerte protagonismo de una tecnología amañada y
unos frágiles fundamentos científicos. Es una construcción política que se
pretende imponer desde gobiernos corruptos asociados a la transnacionales, que
se extiende a toda Latinoamérica como mecanismo de saqueo de los bienes comunes
y de la identidad cultural. Una verdadera guerra sostenida a base de
tecnologías complejas de alto impacto y difícil reversión que devastan
territorios, los utilizan como campos experimentales, concentran y
transnacionalizan la propiedad.
¿Es
la ciencia cada vez más autónoma?
En la
coyuntura actual, el debate se ha extendido al rol y desarrollo de una ciencia
cada vez más dependiente de los poderes hegemónicos, violando el derecho a una
ciencia autónoma que beneficie directamente a la sociedad que la produce.
En
ese contexto los OGM vegetales, son un vehículo diseñado no para alimentar al
mundo sino para la apropiación sistemática e instrumental de la naturaleza; son
sin duda un instrumento estratégico de control territorial, político y
cultural, de una nueva etapa neocolonial que impone tecnologías que satisfagan la
nueva fase de acumulación en la organización global del capitalismo; que
requieren sustituir los modos tradicionales de mejoramiento agrícola por
métodos antinaturales.
A la
hora de analizar la eficacia resultante de la imposición de un sistema agrícola
industrializado, incluida la deforestación y el fracaso de sus promesas sobre
su inocuidad y su preservación de las semillas nativas, el resultado es una
tecnología que nunca debió haber salido del ámbito experimental: una verdadera
arma de guerra.
Sería
de esperar que ninguna nación democrática y soberana sometiera su desarrollo
intelectual, tecnológico y científico a los intereses de un sector particular y
minoritario —sea éste nacional o internacional. Los pueblos latinoamericanos
tienen el derecho irrenunciable a desarrollar una ciencia transparente,
autónoma y que sirva al interés de los mismos. Para ello esa ciencia deberá
comprometerse con la honestidad, teniendo en cuenta que NO puede violar sus
propio compromiso con la verdad (y que no debe formar parte de la legitimación
que todo desarrollo tecnológico dominante requiere como instrumento de control
y colonialismo).
En
esto existe desde hace ya largo tiempo, una dimensión epistémica que interpela su autonomía
absoluta, su neutralidad y universalidad, y
supone encarar la tarea científica como un servicio desde un “lugar
situado”, en la sociedad (no en el “mercado”) teniendo en cuenta sus intereses
y necesidades.
La
fragilidad científica de la biotecnología.
No
pocos biólogos moleculares y sus primos los biotecnólogos suelen incurrir, con
ímpetu, en gruesos errores conceptuales que hacen que la ciencia no pase por su
mejor momento en la percepción social. La relación entre la industria y los medios de comunicación expresa descripciones
de periodistas sobre los avances “humanitarios” de los OGM. Se proponen así los
cultivos biotecnológicos para erradicar del continente africano “décadas de
desesperación económica y social” (National Post Canada). Artículos como éste
aparecen dispersos en las secciones científicas de todos los medios (New
York Times, Time, Toronto Globe, The Guardian, The Economist, Slate, New
Scientist, Forbes y
cientos de otros). El manantial de las buenas noticias en biotecnología se
limita a un número muy limitado de proyectos de OGM: vacunas comestibles, yuca
bio-fortificada, arroz dorado, y una batata resistente a virus como verdaderas
ofensivas mediáticas.
Las
bases científicas de estos anuncios son débiles, ancladas invariablemente en
investigaciones preliminares, no publicadas, o que ya fracasaron. Exhiben el
fracaso de la prensa científica que no pudo cumplir con los requisitos del
periodismo riguroso y escéptico. La industria de la agrobiotecnología se ha
aprovechado de esto para proyectar una imagen de sí misma como ética,
innovadora y esencial para un futuro sostenible, virtualmente sin relación con la realidad. La industria tampoco se somete a la
evaluación formal de los resultados que deberían sustentar sus promesas.
Otras
imposturas y excesos, más específicos, terminan erosionando la percepción
social de la ciencia como sistema explicativo del mundo:
1. Los OGM, hoy en el ojo
de la tormenta, nos vuelven a traer esa extraña y cada vez más transparente
relación funcional del pensamiento biológico reduccionista con la ideología que
preside la hegemonía neoliberal. Existe la necesidad de instalar un relato
legitimador desde la ciencia que desmienta sus efectos en la naturaleza, que
sostenga la equivalencia entre alimentos no modificados y los OGM, que los
defina como nuevas variedades, y descarte el acecho del impacto en la
naturaleza y de los futuros profundos cambios de la estructura geopolítica
cultural de los pueblos. Para cerrar ese relato, se suele denominar a
todos aquellos que defienden el principio de precaución del impacto tecnológico, de
“ambientalistas anticientíficos”.
Definir
sin fundamentos y desde el podio político quién tiene un pensamiento científico
o anticientífico es un signo de dogmatismo cerril que paradójicamente interpela
la propia seriedad del juicio de quien emite. Decir que el “ambiente
interactúa con el gen” es insuficiente. No se desmarca del
determinismo clásico y no incluye interpelación alguna a la concepción
reduccionista en biología. Sigue siendo una idea mecanicista que ignora el
concepto de fluidez del genoma en la cual los genes pierden su definición
ontológica y pasan a ser parte de una complejidad relacional que desafía toda
linealidad jerárquica para reemplazarla por una red funcional compleja que empezamos
a vislumbrar después de 20 años de lanzada la idea de “genoma fluido”.
2. Cierto sector
científico defiende la modificación genética de organismos porque asume que los
OGM tienen los mismos comportamientos cuando son liberados en la naturaleza que
aquellos observados en el laboratorio. La afirmación de que los OGM “son naturales” o que “son nuevas variedades” parte de asumir
que la técnica experimental empleada es precisa, segura y predecible, lo que
vuelve a ser un grueso error y un desconocimiento de las teorías de la biología
moderna. En esa concepción están ausentes el rol del tiempo en la génesis de la
diversidad y la valoración de los mecanismos naturales que la sostienen. Tanto en el proceso evolutivo como en el
mejoramiento de las especies son la reproducción sexual y la recombinación de
material genético los mecanismos biológicos y ambientales que regulan la
fisiología del genoma, los que generan la diversidad. Por eso empeñarse en insistir que los
procedimientos de domesticación y mejoramiento de especies alimentarias puede
ser equiparado con las técnicas modificación genética de organismos por diseño
(OGM) planteadas por la industria, es una idea reduccionista poco aceptable en
estos tiempos.
Decir
que el mejoramiento realizado por los humanos durante 10 mil años en la
agricultura es exactamente lo mismo que la modificación por diseño de
laboratorio, como en los OGM, expresa la pretensión de olvidar que la cultura
agrícola humana ha respetado los mecanismos naturales. Y que se basa en la
selección de nuevas variedades de poblaciones originadas por entrecruzamiento
al encontrar el fenotipo adecuado. Este mejoramiento no es consecuencia del
simple cambio de la secuencia, incorporación o perdida de genes, sino la
consolidación de un ajuste del funcionamiento del genoma como un todo, lo que
hace a la variedad útil y predecible (por eso es una variedad nueva). Este
ajuste puede involucrar genes asociados a la característica fenotípica
diferente, pero cada vez más acompañados por muchos “ajustes fluidos” de
carácter epigenético y que en su mayoría desconocemos. Entonces una nueva
variedad representa una mejora integral del fenotipo para una condición
determinada, donde seguramente todo el genoma fue afectado con un ajuste
fisiológico de su “fluidez”.
En
este marco conceptual un gen o un conjunto de genes introducidos en un embrión
vegetal o animal en un laboratorio, no respetan, por definición, las
condiciones naturales de los procesos de mejoramiento o la evolución de los
organismos. Por el contrario violan procesos biológicos con procedimientos rudimentarios,
peligrosos y de consecuencias inciertas —que mezclan material genético de las
plantas con el de distintas especies. La transgénesis altera directa o
indirectamente el estado funcional de todo el genoma, como lo demuestra la
labilidad de respuesta fenotípica de un mismo genotipo frente al ambiente.
En la
ignorancia de la complejidad biológica (hoy
hablamos de desarrollo embrionario, evolución y ecología como un sistema
inseparable) se percibe la presencia de un insumo esencial: la
dimensión ontológica del gen. No reconsiderar este concepto clásico del gen
como unidad fundamental del genoma rígido concebido como un “mecano”, una
máquina predecible a partir de la secuencia (clasificación) de los genes y sus
productos que pueden ser manipulados sin consecuencias, expresa el fracaso y la
crisis teórica del pensamiento reduccionista de 200 años, largamente
interpelado por Steven Rose, Stephen Jay Gould, Richard Lewontin, Eva Jablonka,
Mae Wan Hoo o Terje Travick, entre otros.
En
términos científicos y epistemológicos existe la imposibilidad de considerar
los OGM como variedades naturales: sólo pueden verse como cuerpos extraños que
intervienen en el mundo natural alterando la evolución mediante la mano humana.
Para la tecnocienca, la capacidad de manipular el genoma se transforma en el
deseo, deseable para la omnipotencia.
Debería
recordarse que la complejidad no es sólo un capricho de naturalista sino una
configuración integral de la naturaleza. En ese sentido desarmar naturaleza “para
su comprensión” es en el laboratorio cada vez más insuficiente. Lo especifico
aquí es pretender hacer, desde esa limitación, un cierre virtuoso de una
tecnología que nació para comprender limitados procesos a nivel molecular para
poder expandirlos en la propia naturaleza sin criterios creíbles e predecibles.
El proceso de generación de organismos, repetimos, es inasible, podemos
estudiarlo, pero en el proceso no es muy lúcido llevarse puesto lo que la
fisiología viene mostrando. Alterar un organismo con un pedazo de ADN propio o
ajeno NO es fisiológico. Lo único que detiene a la naturaleza de mayores
desastres es no romper con la posibilidad de mecanismos que aminoren desastres
para su reproducción y permanencia.
3. Los científicos
defensores de los OGM atraviesan esta etapa —que los expone afuera del
laboratorio—, con la ansiedad de no perder protagonismo.
La
necesidad de legitimar la tecnología se transforma en una pulsión,
anticientífica y dogmática.
Más
aun, la afirmación de que el problema no esta en la técnica sino en su uso, es
doblemente preocupante porque además de no ver el pensamiento reduccionista que
los preside, oculta la creciente subordinación y fusión de la ciencia con poder
económico revalidando las bases cientificistas productivistas
y tecno-céntricas que
emanan de neoliberalismo en su versión actual.
La
legitimación recurre a la simplista idea de que la tecnología representa siempre progreso, “por ser neutra y universal”. Y que si algo falla es debido a
la intromisión de un impredecible Doctor No que la va usar mal, y que cualquier
posible daño derivado de la misma será remediado en el futuro por otra
tecnología mejor, o por el ingenuo argumento de la regulación del Estado
—aunque sepamos que éste es un socio promotor de los intereses que controlan el
desarrollo científico en nuestros países.
Prefieren
desconocer que las tecnologías son productos sociales no inocentes, diseñadas
para ser funcionales a cosmovisiones hegemónicas que le son demandadas por el
sistema capitalista. Decir que los problemas “no tienen que ver con la tecnología transgénica” y que los que se oponen“están minando las bases de la ciencia” es parte de la prédica, “divulgación”
y diatriba contra el “ambientalismo”. Pero nada mas anticientífico que recortar
o ignorar la historia de la evidencia científica, y asignarse a sí mismos la
función de ser la pata legitimadora que le provee la “ciencia” actual a la
apropiación por despojo de la acumulación pre-capitalista que sufren nuestros
pueblos en estos tiempos.
El
círculo se cierra al ocultar el condicionamiento y cooptación de instituciones
como las universidades y el sistema científico por fuerzas económicas y
políticas que operan en la sociedad. Logran así el merito de ser
la parte dominada de la hegemonía dominante. Nos quieren hacer creer que
todo es técnico, disfrazando la ideología de ciencia o mejor, la suplantaron
con esa ciencia limitada y sin reflexión crítica. Una manera de abstraerse de
las relaciones de fuerza en el seno de la sociedad, poniéndola al servicio del
poder dominante. Mientras tanto en el colmo de su omnipotencia auguran
catástrofes de todo tipo si la sociedad no asume con reverencia que éste es
el único camino posible para el “progreso”. El
planeta es para ellos infinito y los “ambientalistas” retrógrados. Eso sí,
mientras tanto disfrutan del momento actual, aceptando “participar” del diseño
del mundo y de la sociedad futura. Son parte del poder. Qué se les puede pedir.
¿Honestidad en sus dichos? Son los expertos que burocráticamente diseñan
consciente o inconscientemente, el mal y banalizan la ciencia.
4. El alarde desmedido
muestra la actual falla epistemológica del pensamiento científico crítico en el
marco del análisis de las teorías actuales. El “avance tecnológico” incursiona
en la naturaleza aplicando procedimientos inciertos que simplifican la complejidad
de los fenómenos biológicos para “vender certeza” y proponer, por ejemplo,
desde el sector privado acompañados por el entusiasmo de importante
investigadores, la transformación de la naturaleza en una “factoría” de productos, donde las plantas serían sustitutas
de procesos industriales. Una
verdadera naturaleza artificial adecuada y necesaria para los grandes negocios.
Hay en todos estos discursos mucha ambición, soberbia, una pobre comprensión de
la complejidad biológica y poca ciencia. Hay grandes negocios y un enorme relato
legitimador que
los científicos honestos no podrán evitar interpelar, aunque las empresas
transnacionales compren todas las editoriales de revistas científicas o
bloqueen las publicaciones y voces que interpelan el sentido de la ciencia
neoliberal-productivista. La ciencia, su sentido del para qué, para quién y
hacia dónde, están en crisis y nosotros en la patria grande no podemos fingir
demencia si queremos sobrevivir soberanamente.
La
obediencia epistémica en la ciencia: colonialidad extractivista.
En el
origen, el problema estuvo en el cientificismo positivista como parte del
modelo colonial europeo. Ni aquel, ni la actual tecnociencia productivista del
neoliberalismo, son alternativas válidas para los pueblos proveedores de recursos.
Ahí aparece claramente el desafío de lograr poner el conocimiento científico al
servicio de la armonía necesaria entre las necesidades de la sociedad y la
naturaleza —no hablamos de demandas producidas por el consumo indiscriminado—,
que encause la curiosidad y la búsqueda que dinamiza la ciencia, hacia una
verdadera función social.
El
sometimiento científico se agrava cuando el fundamento que impulsan las
empresas fabricantes y comercializadoras de organismos genéticamente
modificados (OGM) es una ciencia anacrónica y con un valor de verdad
cada vez más cuestionable y cuestionado entre y desde amplios sectores de la
propia comunidad científica. Esta
mirada anacrónica, todavía hegemónica, ha encontrado en el reduccionismo
biológico y el absolutismo genocéntrico de los científicos, su principal sostén.
Comienza
con la concepción de los mecanismos de herencia imperantes desde fines del
siglo XIX impuestos por la genética mendeliana que promovió junto al
neodarwinismo, la llamada “síntesis moderna” (que redujo la teoría de la
evolución a la selección natural al buscar sus bases con la genética de
Mendel). Esta síntesis, hija de la eugenesia galtoniana y las escuelas de
higiene racial de antes de la 2da Guerra Mundial, tuvo su clímax y sentido
epistémico cuando dio lugar al desarrollo de la biología molecular que comenzó
con la estructura tridimensional de los ácidos nucleicos en 1953 por James
Watson y Francis Crick y su interpretación plasmada en el concepto mecanicista
“Dogma Central de la Biología Molecular ”
postulado en 1970 por Francis Crick.
Esta
mirada puso al gene en el centro del flujo de la información, condicionando a
la biología evolutiva y del desarrollo de los organismos, ignorando la compleja
interacción existente —de la filogenia y ontogenia— con el ambiente. Es una
mirada que dominó la escena, sin inocencia, y que desde hace años ha sido
interpelada cada vez con mayor fuerza. En verdad esa visión es parte de una
concepción alineada con el marco positivista europeo de origen.
La
complejidad es ignorada en la explicación biológica actual, refleja la
tendencia a la clasificación, aislamiento, y manipulación de los genes
concebidos como unidades ontológicas. Esto no sólo es una teoría
biológica general errónea, afecta la comprensión de la naturaleza y se
convierte en un instrumento de la necesidad, cada vez mas imperiosa, de
controlar y manipular la naturaleza habilitando específicas aplicaciones en la
tecnología que salen de los procesos fisiológicos ontogénicos y filogénicos.
En
efecto, la falla de la teoría general no es una equivocación. Se produce en una
relación compleja con los intereses industriales concentrados y hegemónicos que
pueden ver en esa falla una oportunidad de negocios para fortalecer el error
por necesidad sometiendo a la propia ciencia. Si el reduccionismo es
instrumento de una mirada civilizatoria —una manera de mirar la naturaleza no
armoniosa y apropiante—, la fijación de esa mirada y su deriva tecnológica
estalla cuando ella abandona los laboratorios y se convierte en instrumento de
los intereses de los procesos industriales concentrados.
Es
durante esta última etapa donde los movimientos tectónicos en el plano
teórico-experimental interpelan al reduccionismo y comienzan a incorporar
conceptos como complejidad, incertidumbre, plasticidad y especialmente
considerar al organismo indivisible: una historia en un medio ambiente dado.
Eso
confronta el determinismo eugenésico que inauguró esta saga en la segunda
década del siglo XIX.
No
sabemos si esta ciencia podrá, algún día, con su limitación epistemológica de
desarmar las partes de los organismos vivos y comprender el todo complejo que
ellos representan. Pero más allá de esta cuestión es necesario notar que la
discusión entre los enfoques biológicos “clásicos” y alternativos, reduccionistas
y no reduccionistas, no son ingenuos. Indican la necesidad de abrir la
discusión sobre lo que sabemos y no sabemos, antes de desparramar OGM en el
planeta. La discusión sobre las bases de la incertidumbre y la predictibilidad
de los fenómenos biológicos es tan importante que los científicos deberían ser
guardianes de aquélla, sobre todo al momento de aplicar estos conocimientos en
“procesos industriales de escala”, ya que habilita la manipulación de la complejidad natural
encerrada en el núcleo de una célula o en un organismo. Por eso la
manipulación genética es sólo un tecnología. Afirmamos que hoy no tiene una
base científica sólida y constituye un peligro para el equilibrio natural y
para la diversidad biológica y por lo tanto para el proceso evolutivo cuando
ésta se aplica en la naturaleza.
Si
somos honestos debemos admitir que estamos obligados a revisar los encuadres
científicos tenidos por ciertos en el mundo del agronegocio. Es indudable hoy
que el mecanismo de transmisión de caracteres hereditarios no puede ceñirse a
la concepción de un flujo simple y unidireccional de información que va de los
ácidos nucleicos a las proteínas; tampoco puede ser considerado como mecanismo
universal y único. Es por lo tanto insostenible, ya que existen complejidades
en la transmisión de información y mecanismos de herencia no-genética que
interpelan la predictibilidad y seguridad biológica que pregona la tecnología
transgénica.
Los
genes concebidos como unidades únicas y fundamentales de trasmisión de herencia,
han servido, en manos de fuerzas obscurantistas y retardatarias y en manos de
comunidades científicas al servicio del status quo, para la elaboración de
teorías y planteamientos pseudocientíficos que tienen sin duda un claro
carácter racista, sexista y clasista. Esta misma concepción reduccionista del
funcionamiento biológico, hoy en día es usada como parte del cuerpo teórico de
los intereses de las grandes compañías transnacionales fabricantes de OGM y
sostiene que es inocuo y predecible el comportamiento de la planta transgénica
al insertar genes de otros organismos para inducir una característica
fenotípica, como por ejemplo la resistencia a un herbicida o la producción de
un insecticida, sin consecuencias indeseables.
Esto
supone que los organismos y los ecosistemas están separados y no como en la
realidad sucede, profundamente inter-penetrados en espacio-tiempo evolutivo.
Por
ejemplo, la “invención del maíz” por los pueblos originarios a partir de la
domesticación del teocintle necesitó el tiempo que exigió la
propia incertidumbre evolutiva de la naturaleza. Ése es el tiempo que
precisamente ha sido violado por la tecnología transgénica creando
nuevas pero falsas variedades de la especie que, introducidas en el medio
natural, configuran cuerpos extraños. Los OGM pretenden
controlar la evolución de las especies comprimiendo el tiempo evolutivo con la
manipulación de laboratorio a imagen de las necesidades de las grandes empresas
creando nuevas especies. Lejos muy lejos superan la omnipotencia de Jurassic
Park.
La
transgénesis es un legítimo procedimiento experimental que nunca debió salir
del laboratorio para ser introducido en el medio natural. Afirmar que el
comportamiento de los OGM puede ser predecible en el medio natural es ocultar
el conocimiento biológico que alerta sobre la complejidad del comportamiento de
los sistemas. No se ha considerado que la inserción de transgenes en organismos como el maíz, trigo,
arroz, etcétera puede disparar una dinámica incontrolable de dispersión de los
mismos en poblaciones silvestres; algo no deseable para ninguna especie por los
efectos impredecibles que pueden tardar muchas generaciones en manifestarse,
debido a la existencia de genes silenciados y regulaciones biológicas
desconocidas aún. Cuando uno desestabiliza una especie siempre hay
repercusiones sobre las otras especies tanto vegetales como animales debido a
los vasos comunicantes existentes en los ecosistemas.
Además,
la posibilidad y ritmo de contaminación —resultante de su implantación en la
naturaleza— aumenta con los años, décadas y aun siglos y puede crear una
naturaleza diseñada en laboratorio que nada tiene que ver con el alimento que
los pueblos necesitan. Y con efectos irreversibles.
Los
agroquímicos no se están yendo como prometieron las empresas.
El
análisis de las evidencias experimentales dan cuenta de la consecuencia de la
contaminación genética entre los OGM y variedades naturales (entre el 50 y 70%
en Oaxaca, México); del efecto de los OGM sobre otras especies, de los cambios
en los ecosistemas y el riesgo evolutivo por el impacto sobre la
diversidad de especies usadas. Esto muestra la perversión de un modelo que
apela a todos los mecanismos para forzar al agricultor a abandonar su prácticas
tradicionales y ponerlo en indefensión y violación de sus derechos, en un acto
de violencia intencional inaceptable.
La
evidencia del alto contenido de residuos acumulados de plaguicidas (como el
glifosato) usados en el cultivo, son de consecuencias impredecibles respecto de
trastornos endocrinos, abortos, malformaciones y cáncer con evidencias
crecientes y abundantes en la bibliografía científica disponible.
Ante
la demostración, cada vez más inquietante, del impacto ambiental sobre el suelo, flora y fauna
de los agrotóxicos, ligados
indisolublemente al paquete tecnológico transgénico, los efectos indeseados
sobre la salud de la población se agregan a la creciente evidencia que desafía
fuertemente el concepto de la equivalencia de los alimentos OGM (equivalencia
substancial) y más recientemente, la creciente percepción de las limitaciones
del propio procedimiento tecnológico.
Asoma
una sombra aun más ominosa. El potencial agravamiento de la situación en los
países productores de maíz, con la llegada al mercado de las nuevas semillas.
Se «apilan» modificaciones genéticas que suman nuevos tipos de herbicidas para
compensar el progresivo fracaso de los transgénicos resistentes al glifosato
por la aparición de tolerancias en plantas adventicias. Se apila también el
descenso del rendimiento por agotamiento de los suelos, entre otros.
Crecen los riesgos por el aumento exponencial del uso de sustancias químicas
necesarias para la efectividad de la tecnología OGM.
Lo
rudimentario de sus procedimientos ya señalados, la baja seguridad
y estabilidad biológica
de los transgénicos, la imposibilidad de controlar la transmisión horizontal
espontánea de genes que se observan con las variedades originarias previstas
por las empresas o planificadas como forma de penetración de los OGM,
demuestran que no sino una falacia el pregonado progreso voceado por la
biotecnología que soporta del modelo de producción de alimentos a escala
industrial. Otra falacia habitual utiliza los slogan “con esta tecnología
vamos a solucionar el hambre en el mundo” cuando “es necesario más
alimento en el planeta”. Las Naciones Unidas calcularon que invirtiendo 50 mil
millones de dólares por año hasta el 2015 podían alimentar y aliviar las zonas
mas calientes del planeta. En el salvataje de los bancos durante la crisis
europea se invirtieron cien veces más. Sin palabras.
Estas
tensiones modelan un mercado internacional cuyos rumbos futuros son inciertos,
pero al mismo tiempo reclaman, ante el peligro de esta embestida neocolonial,
un urgente y postergado debate sobre la autonomía de los países periféricos
ante la prepotencia de las corporaciones y su gobiernos junto al estado
mexicano y de América Latina.
Conclusiones
*Es
la primera vez en la historia de la humanidad que los humanos tienen la
capacidad —a través de la tecnología— de modificar genéticamente especies,
destinadas a la alimentación o a producción industrial con métodos rápidos,
pero rudimentarios y peligrosos. Por el contrario, la milenaria “milpa”
mesoamericana o “chacra” del altiplano, constituyen modelos productivos que
suponen saberes “científicos campesinos” de alta complejidad construidos en
armonía con la biología natural, y que permitieron el mejoramiento vegetal
agrícola respetando los tiempos necesarios para la domesticación e incremento
de la diversidad (de 120 especies con 7 mil variantes) desde hace 8 mil años,
lo que permitió —y todavía puede seguir permitiendo— alimentar a la humanidad,
si no primara el objetivo de lucro y poder mediante la apropiación de la
producción de alimentos.
*Queremos
dejar en claro que no sólo existe la evidencia científica que denuncia los
daños o consecuencias ambientales, de salud, en biodiversidad; que denuncia el
ataque a la integridad de la dignidad y patrimonio cultural de los pueblos
indígenas y campesinos provocado por el modelo productivo con semillas
transgénicas en marcha en Latinoamérica. Estamos convencidos que los
conocimientos provistos por la biología, desde hace décadas, ponen en evidencia
que la complejidad de la regulación de los genes en los organismos hace imposible
la legitimidad y previsibilidad de los procedimientos transgénicos. Es una
tecnología que ya no forma parte del estado de arte de la ciencia actual porque
está basada en supuestos falaces y anacrónicos que reducen y simplifican la
lógica científica que los defiende, al punto de no ser ya válida. Los OGM han
quedado al margen de la ciencia más rigurosa. Ésa es la razón por la cual los
OGM incluyen la necesidad de destruir las matrices complejas como la de los de
los pueblos originarios. Un verdadero plan de exterminio de saberes, culturas y
pueblos. La tecnología transgénica es el instrumento de la decisión geopolítica
para la dominación colonial de estos tiempos.
*Por
lo antedicho debe ser inmediata la activación del principio precautorio
ambiental, biológico y alimentario y la no aceptación de la equivalencia
substancial. Debido a la debilidad y falacia de los argumentos de sus
defensores es urgente la prohibición absoluta de todo OGM en
el territorio Latinoamericano.
*Existe
la necesidad urgente de establecer una red de científicos con capacidad de
interpelar, con concepciones más respetuosas de la complejidad, a las empresas
y a aquellos en las comunidades científicas que sostienen y promueven los OGM.
*Que
denunciemos las limitaciones de la tecnociencia biotecnológica discutiendo,
refutando y develando las falacias simplificadoras y reduccionistas que
pretenden formar un corpus “teórico y científico” de la tecnología GM con el fin inconfeso de reemplazar la
naturaleza a medida de las grandes corporaciones y gobiernos y blindar los
procesos de apropiación por despojo del territorio y su gente a cualquier
precio, incluso la muerte por exterminio.
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