11 de noviembre de 2014

Analicemos porqué el capitalismo mundializado no es presente ni porvenir.

Diez rostros de la crisis civilizatoria del sistema capitalista mundial
7 de octubre de 2009

Por Humberto Márquez Covarrubias*

La crisis a debate
 La perspectiva dominante sobre la actual crisis del capitalismo mundial está centrada en la órbita económica y, más aún, financiera. Además, el análisis se focaliza en los Estados Unidos. El móvil se achaca a la desregulación del mercado y a la codicia y especulación del capital financiero. El factor detonante es el estallido de una burbuja especulativa en el sector hipotecario debido a la colocación de créditos incobrables entre población de bajos salarios o ingresos inestables y la propagación y negociación sucesiva de estos créditos entre diversas instancias financieras, con el afán de obtener ganancias prontas y abundantes. Como solución, los estados proponen el rescate de las grandes corporaciones financieras e industriales mediante la transferencia de multimillonarios recursos públicos, sin que exista transparencia sobre su uso, porque la tónica ha sido garantizar la solvencia y riqueza de empresarios y accionistas y no el rescate de empresas, empleos y población excluida y desposeída. Asimismo, se plantea regular el capital financiero y promover una mayor participación del Estado. Esta estrategia, que se presenta con la investidura de un keynesianismo redivivo, por el momento encubre un neoliberalismo regulado por el Estado. 

No obstante, además de la tesis financista, hay otras explicaciones alternativas sobre la crisis (véase tabla 1). Para la tesis de sobreproducción, existe una contradicción entre la enorme capacidad de producción de las grandes corporaciones y la estrategia de abaratamiento laboral que deriva en una sensible caída de la demanda, lo cual se traduce en una crisis de realización (Katz, 2009). Para una gran cantidad de autores, la presente es la crisis del neoliberalismo ante su incapacidad para generar crecimiento sostenido y desarrollo humano; asimismo, es la constatación del fracaso de las políticas de ajuste estructural y de la institucionalidad del capitalismo mundial encabezado por el FMI, el BM y la OMC (Bello, 2008a). Sin embargo, es menester tomar en cuenta que el neoliberalismo, como proyecto de clase, ha sido tremendamente exitoso para concentrar capital, poder y riqueza en pocas manos. Los proponentes del ciclo económico encuentran dificultades para explicar de manera mecanicista el movimiento del capital, por lo que infructuosamente esperan una quinta ola expansiva (Beinstein, 2009). Desde una visión geopolítica, varios analistas arguyen que se trata del derrumbe de los Estados Unidos como potencia hegemónica mundial (Wallerstein, 2005; Arrighi, 2007), entonces se aproxima una nueva era comandada por una gran potencia como la Unión Europea o Japón, o por potencias emergentes como Brasil, Rusia, la India y China. Para otros autores, el capitalismo afronta una severa crisis estructural, cuya evidencia más notable es la caída generalizada de la tasa de ganancia y la imposibilidad de recomponer un ciclo de valorización de largo aliento (Vasapollo, 2008). Desde una visión más abarcadora, se plantea que ésta es una crisis del sistema capitalista mundial en su conjunto, que conjuga una crisis de valorización y una multiplicidad de crisis, como la alimentaria y la energética (Petras, 2009; Veltmeyer, 2009; Beinstein, 2009; Bartra, 2009). Asimismo, se postula la idea de que se trata de una crisis civilizatoria que pone en riesgo ya no sólo la valorización del capital sino la organización de la sociedad contemporánea y la existencia de la vida  


Desde nuestra perspectiva, la presente crisis es una crisis general del sistema capitalista neoliberal que se expresa como una severa depresión económica mundial, que a su vez significa una declinación de la estrategia de reestructuración y expansión neoliberal basada en la superexplotación del trabajo inmediato, la depredación ambiental y la financiarización de la economía mundial; pero que, asimismo, se trata de una compleja crisis civilizatoria con rostro multidimensional que expone los límites de la valorización mundial de capital por cuanto atenta en contra de los fundamentos de la riqueza: el ser humano y la naturaleza, y porque pone en predicamento el sistema de vida en la Tierra, es decir, el metabolismo social. En tal sentido, el capitalismo neoliberal se erige como una poderosa maquinaria destructora de capital, empleo, población, infraestructura, conocimiento y cultura. Su criterio central, la maximización de ganancia, está en las antípodas de la reproducción social y las condiciones biológicas para la producción. 

La complejidad de la crisis se ha encubierto, provisionalmente, por el descalabro que significa la depresión económica mundial. Por lo mismo, su comprensión requiere adoptar una perspectiva histórica, estructural y estratégica. Además de la depresión económica, que da cuenta de una crisis de valorización generalizada, la crisis tiene que enunciarse en plural, como las crisis, o la convergencia de las varias crisis, puesto que posee un desfigurado rostro multidimensional. Ello implica superar la tesis financista, anclada en el análisis de las relaciones intracapitales, y advertir cómo la acumulación mundial acrecienta el dominio del capital sobre el trabajo, la naturaleza, el dinero y el Estado, bajo una lógica depredadora que a la vez que se apropia y domina, destruye. 

El capitalismo neoliberal polariza la riqueza en beneficio de las grandes corporaciones transnacionales y en detrimento de la clase trabajadora y el Estado-nación, al tiempo que genera ganancias fabulosas que, bajo la argucia del capital ficticio, han sido canalizadas, ciertamente, hacia la especulación financiera e hipotecaria1. La crisis civilizatoria muestra, cuando menos, un rostro visible (la depresión de la economía mundial) junto a otros 10 rostros igualmente tenebrosos. A continuación haremos un breve recuento de ellos. (…)La expansión capitalista neoliberal ha prohijado una modalidad de acumulación centralizada bajo el comando de los monopolios y oligopolios transnacionales y el respaldo político de los estados imperialistas y los organismos internacionales. Las grandes corporaciones (capital monopolista) han acrecentado su supremacía gracias a ingentes procesos de fusión, aunque también actúan por separado, entre el capital productivo, financiero y comercial; ello nos remite a un colosal proceso de concentración y centralización de capital. Sin embargo, bajo esta modalidad no se está creando nuevo capital, ni un gran proceso de innovación tecnológica, ni una gran masa de plusvalor, sino que se amasa capital muerto bajo mecanismos de apropiación privada (Petras, 2005). En este caso, la inversión extranjera directa (IED) actúa como fuerza motora o caballo de Troya, aunque está investida de una mitología que le confiere atributos de motor del desarrollo, cuando realmente actúa como una colosal fuerza extractora de excedentes. Las grandes entidades transnacionales se presentan ahora como un ente abstracto, despersonalizado, junto al capital ficticio, que pareciera desprenderse de la órbita de la economía real y actuar con independencia. El punto central es que estas corporaciones acceden a grandes ganancias o a ganancias extraordinarias en la periferia, lo cual a su vez obra en contra de las posibilidades de acumulación de la periferia. 

Entre otros, podemos destacar la transferencia de excedentes derivados de los pagos por deuda externa, las ganancias corporativas de la IED, los pagos por derechos de propiedad y patentes, el deterioro de los términos de intercambio, las ganancias obtenidas por la inversión financiera de corto plazo, además de los derivados de las transferencias de recursos naturales y la transferencias de fuerza de trabajo. La deuda externa es un rasgo de dependencia ancestral de los países poscoloniales ante los centros financieros mundiales. Ésta constituye un mecanismo neocolonial que somete a poblaciones y países enteros. Pasando por episodios como la crisis de la deuda, los programas de ajuste estructural y los programas de rescate ante las crisis recurrentes, los organismos financieros internacionales, con el FMI a la cabeza, dictan las políticas neoliberales que socavan la posibilidad de impulsar el desarrollo nacional y se abren a los requerimientos del gran capital. Merced a ello, el subdesarrollo, desempleo y pobreza perviven en vastas regiones del planeta, sin importar la dotación de recursos naturales y humanos. Por tanto, la deuda externa es un mecanismo lacerante que, en principio, subsana la necesidad de exportar capitales de los centros capitalistas, lo cual redunda en asimetrías y, a final de cuentas, es un poderoso instrumento de dominación del gran capital transnacional que pende sobre la periferia y que perpetúa la transferencia de recursos de la periferia al centro. Según estimaciones de Millet y Toussaint (2009), para 2007 la deuda externa de los países periféricos ascendía a US$ 3.36 billones, con México, Brasil y Turquía a la cabeza. Asimismo, se calcula que, hasta 2007, los países subdesarrollados habían pagado el equivalente a 102 veces lo que debían en 1970, no obstante que su deuda sólo se había multiplicado 48 veces. Las transferencias de ganancias derivadas de la penetración de la IED representan una fuente fabulosa de riqueza para el centro. 

Según estimaciones de Caputo (2009), estas remesas de ganancias transferidas por las transnacionales desde América Latina crecieron de US $ 32 000 millones en 1980 a US $ 126 000 millones en 2006. Estos recursos habrían compensado las pérdidas derivadas de la crisis en los sectores como la construcción, producción de bienes durables y comercio. Las corporaciones transnacionales hacen uso monopólico de las patentes, lo que les permite el control por 20 años sobre invenciones, productos y procedimientos, y les reporta beneficios derivados del pago de derechos de propiedad y patentes. Además del gasto y la dependencia tecnológica, las patentes subordinan a los productores. El mercado global de la semilla está controlado por Monsanto, Bayer, Syngenta, Dow AgroSciences y Dupont, y los acuerdos internacionales favorecen los grandes intereses comerciales, obstruyen la transferencia de tecnología hacia los países subdesarrollados, restringen el acceso a técnicas de producción menos perjudiciales al medio ambiente y privatizan ámbitos que deberían ser de propiedad pública, como patentes sobre seres vivos y materia viva, práctica monopólica que representa una forma de privatización de la vida (Mora, 2004). La transferencia de fuerza de trabajo calificada es un mecanismo que atrae el conocimiento adquirido por profesionistas, investigadores, artistas, intelectuales y otro tipo de personal altamente calificado que emigra de la periferia al centro. Entre 1990 y 2007, la migración calificada aumentó un 111.3%. 

En este tenor, América Latina y el Caribe se ubican como la región que experimentó el mayor crecimiento relativo de migrantes calificados entre 1990 y 2007 (Lozano y Gandini, 2009)10. Otro problema importante es el intercambio ecológico desigual, referido a la transferencia neta de recursos naturales que representa severos daños ambientales en la economía periférica. Bajo los tratados de libre comercio centro-periferia, se omiten los costos ambientales y sociales, no obstante que se estimula un mayor uso de energía de combustibles fósiles, la sobreexplotación de recursos naturales y el deterioro de la biodiversidad. Además, dicha modalidad de intercambio desigual expropia recursos genéticos, destruye ecosistemas, degrada el ambiente y, en conjunto, viola los derechos humanos de las generaciones presentes y futuras (Mora, 2004). La reincorporación de la periferia a la dinámica de acumulación centralizada profundiza el desarrollo desigual e incrementa las ganancias del capital transnacional. Estos países participan como proveedores de materias primas y fuerza de trabajo barata según las necesidades de las cadenas globales de producción, a cambio de vulnerar sus capacidades internas de acumulación.


Elevada explotación laboral y exclusión social
 La globalización neoliberal da origen a la economía mundial del trabajo barato que convierte a los países subdesarrollados en exportadores de gente. La expansión de la fuerza de trabajo, acompañada de la política de precarización laboral, significa una sobreoferta de trabajo a disposición del gran capital11. Los países periféricos se convierten en abastecedores de trabajo barato en aras de la reestructuración capitalista. El régimen de superexplotación del trabajo barato, amén de basarse en la destrucción de medios de producción y subsistencia, pone en entredicho la reproducción social y convierte a los trabajadores en personas desechables. La periferia pierde soberanía laboral, entendida como la capacidad para generar suficientes fuentes de trabajo formal de calidad para su población (Márquez, 2008)12. El trabajo informal representa una expresión de la exclusión económica, pero también un mecanismo de inclusión a la esfera de la explotación del capital bajo mecanismos indirectos. La OCDE estima que 1.8 billones de personas, es decir 60% de la fuerza de trabajo mundial, se desempeña sin un contrato laboral formal ni seguridad social13. El trabajo infantil se acrecienta como un cáncer del capitalismo. Según la OIT, en la actualidad trabajan en el mundo 218 millones de niños. De ellos, 126 millones, uno de cada 12, está expuesto a las peores formas de trabajo infantil; con la actual crisis, se prevé un incremento (Europa Press, 27/II/08). Algo similar ocurre con el trabajo forzoso o “nueva esclavitud”14. En el mundo hay al menos 12.3 millones de personas atrapadas en el trabajo forzoso. Hoy en día, cerca de 12 millones de personas en el mundo siguen trabajando bajo coerción en situaciones de trabajo forzoso, esclavitud y prácticas análogas a la esclavitud (Andrees y Belser, 2009). En conjunto, la explotación del trabajo alcanza varias formas bajo el capitalismo neoliberal, no sólo el asalariado, sino que también subsume al sector campesino, femenino, informal, improductivo, infantil y forzado. En la dimensión del trabajo productivo, explota de manera exhaustiva el trabajo directo, y de manera formal, el trabajo científico-tecnológico (Mora, 2009). 

Crisis alimentaria Bajo el orden agroalimentario global, que antepone los intereses de las empresas transnacionales, se desmantelan los sistemas de producción de los países subdesarrollados y sus modos de vida rural, y aflora el problema de la pérdida de soberanía alimentaria y la falta de sustentabilidad social. La imagen más deprimente la ofrecen la destrucción de la sociedad campesina y las hambrunas que afrontan amplios sectores de la población de todo el mundo. Los precios de los alimentos básicos han sufrido fuertes embates especulativos que colocan al grueso de la población pobre en una situación de extrema vulnerabilidad y pobreza15. Por ejemplo, entre marzo de 2007 y mayo de 2008, el precio de los productos lácteos se incrementó 80%; la soya, 87%, y el trigo, 130%. La crisis alimentaria de 2008 provocó un aumento de 100 millones en el número de pobres en el mundo (BM, 2008). Después de una aparente estabilidad, los precios volvieron a repuntar en el segundo trimestre de 2009 (maíz, 10.8%; soya, 35%, y trigo, 12.7%) debido a factores críticos como la especulación en los mercados de futuros de granos y la demanda de empresas productoras de biocombustible. Se estima la existencia de más de 1 000 millones de personas al borde de la muerte por hambre (FAO, 2009). Un signo más del desprecio del capital sobre la vida humana. El modelo de agricultura basada en las corporaciones agroindustriales ha generado grandes excedentes ofertados mundialmente a bajo costo. De manera que los pequeños productores locales del mundo periférico resultan incapaces de competir. Los acuerdos de comercio internacional, como el Acuerdo sobre Agricultura de la OMC, mercantilizan la producción y limitan el acceso a los alimentos (Bello, 2008a). Para las grandes corporaciones, la crisis alimentaria es fuente de enormes ganancias: en el rubro de comercialización de granos se benefician Cargill y ADM; en semillas y plaguicidas, Syngenta y Monsanto, y en fertilizantes, Potash Corp y Yara (GRAIN, 2009). La cadena agroalimentaria está controlada en todos y cada uno de sus tramos por corporaciones transnacionales que acceden a grandes beneficios debido al modelo agroindustrial liberalizado y desregularizado. Las grandes corporaciones comerciales absorben a las cadenas pequeñas de países subdesarrollados. Este monopolio controla y determina los patrones de consumo y comercialización. En 2006, la segunda empresa más grande del mundo por volumen de ventas fue Wal-Mart, y en la lista de las 50 mayores empresas mundiales se encontraban también, por orden de facturación, Carrefour, Tesco, Kroger, Royal Ahold y Costco (Vivas, 2008). 

Crisis de subsistencia El aumento de los precios de alimentos básicos como arroz, maíz y trigo representa una seria amenaza para la subsistencia de millones de personas en la periferia. Para la ONU, dicha alza obedece a factores como malas cosechas, bajas reservas, incremento del precio del petróleo, mayor demanda de biocombustibles, menor apoyo a la agricultura y especulación financiera; sin embargo, omite las causas estructurales, que amén de estar en el trasfondo de la crisis, abonan a la destrucción de modos de vida, trabajo y subsistencia de amplios sectores sociales que mantienen y protegen la biodiversidad, los cultivos, las semillas, la autonomía alimentaria y formas de distribución no mercantilizadas (Mattié, 2008; Bartra, 2003). La crisis de subsistencia muestra distintos rostros del peligro que afronta la vida humana, sobre todo en la periferia. Según cifras de la FAO para 2007, dentro del rango de pobreza se ubicaban 4 750 millones de personas en el mundo: casi la mitad de la población mundial. Más de 2 800 millones de personas en el mundo sobreviven con menos de dos dólares al día, y 1 200 millones de personas lo hacen con un dólar o menos al día (PNUD, 2003). Del mismo modo, la ONU estima que al menos mueren unas 50 000 personas al día en el mundo a causa de la pobreza extrema (El universal, 19/IX/07). Pese a que los organismos internacionales reconocen en sus informes sobre recursos hídricos que el mundo dispone de una gran abundancia de agua dulce como para satisfacer las necesidades humanas, también se admite que existe un reparto desigual del vital líquido16. Entre otros factores, se arguye la gestión deficiente, la escasez de recursos y los cambios medioambientales, pero no se toman en cuenta factores cruciales como la privatización del agua y su control geopolítico. En el diagnóstico se admite que 1 100 millones de personas, uno de cada cinco habitantes del planeta, no tiene acceso al agua potable y que unos 2 600 millones (40%) no dispone de sistema de saneamiento básico (UNESCO, 2006). La falta de acceso al agua potable y a instalaciones sanitarias higiénicas deriva en muertes, que se calculan en 1.6 millones de personas al año. La baja calidad del agua es una de las principales causas de las deplorables condiciones de vida y de severos problemas de salud. En 2002, las enfermedades diarreicas y el paludismo acabaron con la vida de 3.1 millones de seres humanos; 90% de los fallecidos eran niños menores de cinco años. Se ha estimado que cada año se podría salvar la vida de 1.6 millones de personas si se les ofreciera la posibilidad de acceder a abastecimientos de agua potable e instalaciones sanitarias e higiénicas. Además de la falta de acceso, existen problemas graves por la contaminación y privatización del agua, debido al desmesurado afán del lucro de las grandes corporaciones multinacionales (Shiva, 2007)17. Los niños del mundo subdesarrollado representan el segmento de la población más vulnerable. Unos 75 millones de niños no cursan la educación primaria porque comienzan a trabajar a una edad temprana: 218 millones de niños de entre cuatro y 15 años trabajan en el mundo; más de 50% lo hacen en las peores condiciones, como esclavos o en actividades ilícitas (OIT, 2009). Asimismo, 12 millones de niños mueren todos los años a causa de enfermedades curables como malaria, diarrea, sarampión o neumonía. Hay 115 millones de niños sin acceso a la educación y hacen falta 18 millones de profesores en todo el mundo. Y no sólo los niños, uno de cada cinco adultos —es decir, unos 774 millones de personas— es analfabeto. 

Crisis energética
El control geoestratégico de los principales abastos energéticos del mundo ha conocido la militarización unilateral de las relaciones internacionales aderezadas por justificaciones retóricas en contra del terrorismo para encubrir guerras de conquista, cuyo “daño colateral” es la destrucción de población y su civilización. Además, el control oligopólico de los mercados de consumo convierte a los energéticos en una mercancía volátil expuesta a ataques especulativos que castiga, sobre todo, a los países subdesarrollados dependientes de los energéticos, ya sea porque se especializan en su producción y exportación o porque, al carecer de ellos, dependen de su importación. Pero también la sobreexplotación de los abastos y el consumo desmedido de energéticos están asociados a la crisis ambiental. Diversos analistas anuncian el final de la era de petróleo barato (peak oil). Desde que en 2008 se alcanzó un precio récord del petróleo, la mayoría de los países y compañías petroleras intentaron incrementar la producción, pero sólo 14 de los 54 países productores de petróleo todavía están aumentando la extracción de crudo, mientras que 30 países han pasado definitivamente su cenit de producción, y los restantes 10 parece que atraviesan una meseta de producción o comienzan el declive de la misma (Ghanta, 2009). Según esta percepción, muchos países, incluyendo a los Estados Unidos, alcanzaron su tope de producción desde hace décadas. 

Deterioro ambiental 
El consumo de recursos naturales en el sistema capitalista mundial es desigual: el 20% de la población mundial, concentrada en los países centrales del norte, consume 80% de los recursos naturales (Dierckxsens, 2009b). La transferencia permanente de recursos de la periferia al centro constituye otra muestra de la subvención a la acumulación centralizada. 

La dinámica de saqueo ecológico por parte de corporaciones transnacionales aflora como consecuencia nefasta de la sobreexplotación de recursos naturales bajo el espectro del intercambio ecológico desigual, derivado de la exportación de recursos naturales baratos —por ejemplo, madera, minerales, petróleo y especies exóticas— sin que se tome en cuenta su agotamiento y perennidad, además del deterioro del agua, aire y tierra, y de la misma población, es decir, el saldo se advierte como contaminación, envenenamiento y muerte (Vega, 2006). La situación se agrava si consideramos efectos ambientales degradantes como el cambio climático global, que supone el posible aumento de la temperatura en un rango de 1.5° y 4.5° C, derivado de la concentración de gases invernadero, como el dióxido de carbono, metano, óxidos nitrosos y clorofluorocarbonos. Entre los efectos inmediatos se señala la modificación de lluvias y del nivel del mar. Pero más allá de su análisis como un problema técnico derivado de los desorbitados patrones de consumo de la sociedad industrial, conviene tener presente que, en el fondo, el capitalismo representa una fuerza que destruye en un santiamén aquello que la naturaleza ha demorado millones de años en construir, y la situación empeora si tomamos en cuenta que la mayor reserva de recursos naturales se encuentra en el mundo subdesarrollado y es belicosamente disputada por los países dominantes. La pérdida de biodiversidad representa uno de los grandes problemas del deterioro ambiental. 

En sus causales se destaca: 1) la destrucción de hábitats naturales, como bosques tropicales; 2) la fragmentación del hábitat de numerosas especies terrestres por el trazado de campos de cultivo, urbanización, carreteras y autopistas; y 3) campos con pobre vida silvestre, el “desierto verde”, debido a la agricultura industrial basada en fertilizantes y pesticidas (Frers, 2008). Entre 1990 y 2005, los bosques disminuyeron en un 3%, con una media anual de 0.2%. La pérdida neta de bosques, que actualmente ocupan 4 000 millones de hectáreas —30% de la superficie terrestre—, es de 20 000 hectáreas al día (FAO, 2007). Considerando el número de especies por área y la pérdida de bosques tropicales (un tercio en las últimas cuatro décadas), se calcula que se extinguen 50 000 especies por año, lo cual representa 10 000 veces la tasa natural de extinción. De persistir esta tendencia, podrían desaparecer dos tercios de las especies para finales del presente siglo (Frers, 2008). La extinción masiva de especies es un problema severo: más de 16 306 especies de animales y plantas están en peligro de extinción, entre ellas la cuarta parte de los mamíferos. Son ya 869 las especies que están extintas o extintas en estado silvestre; la cifra asciende a 1 159 si se suman las 290 especies en peligro crítico de extinción clasificadas como posiblemente extintas. En total, por lo menos 16 928 especies están amenazadas de extinción (Vié, Milton y Stuart, 2009). 

La destrucción de vidas también alcanza a la humanidad, según la Organización Mundial de la Salud, el deterioro del medio ambiente produce cada año la muerte de 13 millones de personas, unas 200 000 de ellas a causa del cambio climático. Además de que las enfermedades infecciosas tienen una incidencia 15 veces mayor en los países subdesarrollados que en los desarrollados, esta proporción sube hasta 100 veces en las enfermedades diarreicas. Se estima que 25% de la carga global de enfermedades sobreviene de la degradación paulatina del medio ambiente. Los organismos internacionales suelen hacer estimaciones sobre los diversos efectos del desastre ambiental y descansan la explicación de sus causas en problemas de orden técnico, desechando las relaciones sociales de producción capitalista. La devastación del medio ambiente proviene de la incesante y descontrolada competencia por maximizar las ganancias capitalistas, que conduce a la destrucción de la base natural del metabolismo social, el medio ambiente y a la insustentabilidad social expresada como desempleo, subempleo y migración (Foladori, 2007). 

Los recursos naturales que se extraen de la litosfera y crecientemente de la biosfera se explotan como elementos aislados y no como componentes de un ecosistema; además, los costos de producción de los recursos naturales se consideran sólo como costos de extracción, lo cual desprecia la reproducción a largo plazo de la naturaleza (Mora, 2009). En suma, se registra un preocupante proceso de deterioro ambiental, pérdida de biodiversidad y fenómenos alarmantes como el calentamiento global, todos como expresiones directas e indirectas de la deificación del mercado como agente del desarrollo y la privatización de los recursos como cemento de la sociedad capitalista. 

Migración forzada y dependencia de remesas 
Enormes contingentes de población se vuelven innecesarios o desechables para las necesidades de valorización del capital. El desempleo, la pobreza y la miseria son el caldo de cultivo para que afloren fenómenos como la economía informal, el incremento de actividades ilícitas como el narcotráfico y la criminalidad, la efervescencia de la violencia social y la expansión de las migraciones. Las migraciones internacionales asumen la careta de forzadas debido a la degradación socioeconómica provocada por la neoliberalización de la periferia y apuntalada por la demanda creciente de fuerza de trabajo barata en los países centrales (Delgado y Márquez, 2008; Márquez, 2009). El crecimiento más reciente de la migración internacional va de sur a norte. Según la ONU, el total de migrantes en el mundo (definidos como aquellas personas que viven fuera de su país de nacimiento por más de un año) era de cerca de 100 millones en 1980, de los cuales 47.7 millones se ubicaban en países desarrollados, frente a 52.1 millones en países subdesarrollados. Para 2006, de un total cercano a 190 millones de migrantes, 61 millones habían realizado traslados de sur a sur, 53 millones de norte a norte, 14 millones de norte a sur y 62 millones de sur a norte. La cifra de migrantes laborales que se desplazan del sur al norte y el volumen de las remesas que envían a sus países de origen han experimentado un crecimiento sin precedentes en todo el mundo18. La cantidad de migrantes ha superado el doble de su magnitud en los últimos 25 años, alcanzando una marca histórica de 190 millones en 2005. Una proporción creciente de éstos son migrantes laborales que se trasladan del sur al norte. Mediante la migración forzada, los países subdesarrollados están transfiriendo fuerza de trabajo barata junto con sus costos de reproducción social, que aunados a la contribución directa de los migrantes en los países de destino en materia de producción, consumo y pago de impuestos, configuran una subvención a la acumulación de los países desarrollados que no se compensa, en modo alguno, con las remesas que envían los migrantes a sus dependientes económicos para cubrir los mínimos de subsistencia familiar (Delgado, Márquez y Rodríguez, 2009). 

Despolitización y control político Un andamiaje de poder transnacional aglutina a corporaciones transnacionales, estados imperiales, organismos internacionales y partidos políticos en torno al neoliberalismo. No obstante, hoy se registra una crisis institucional, vista como una pérdida de legitimidad de las instituciones neoliberales, estatales y financieras. Sin embargo, la concentración de poder ha sido tan contundente que ha desmantelado proyectos y agentes políticos que podrían encarnar la alternativa y el cambio social. En la actualidad, no hay un agente colectivo alternativo al gran capital y sus intereses19. La estrategia de despolitización de la sociedad, con la figura del ciudadano mínimo, reserva como único canal de participación, bajo la democracia formal, el ejercicio del voto, es decir, se concede a los ciudadanos la prerrogativa de votar por candidatos que previamente han sido elegidos por las élites económicas y políticas para que ejerzan formalmente el papel de la representación popular, pero bajo la observancia y directriz de la oligarquía. Existen pocos ejemplos de democracia participativa que contemplen la participación directa de la población en el derrotero nacional a través de mecanismos como revocación de mandato, plebiscito y referéndum.

Crisis cultural El pensamiento único representado por la ideología neoliberal se ha inoculado en la sociedad como sentido común, con el respaldo de los medios masivos de comunicación, dominados por instancias empresariales monopólicas, plegadas al neoliberalismo. Ante el agravamiento de las desigualdades sociales, predomina una sensación de desánimo y apatía y, en menor medida, de resistencia y rebelión. Se menosprecia la cultura como espacio de crítica, creación y educación, para reducirla a su mínima expresión, como entretenimiento banal y desinformación20. El Estado neoliberal está interesado en desmantelar el sistema de educación pública con el doble propósito de abrir nuevos espacios de valorización, en este caso mediante la privatización de la educación, y de generar una ciudadanía conformista y enajenada, con un perfil técnico acorde a las necesidades del capital. Incluso ahora se designa al egresado como capital humano, y con ello se reduce la vida humana a un simple recurso a disposición del capital, una pura y simple mercancía. Actualmente son ocho las corporaciones transnacionales que rigen los medios en el mundo, y sólo unas 50 llegan a participar en el mercado global. Todas han potencializado su capital y su capacidad mediante alguna fusión; las principales son: AOL Time Warner, Viacom, Sony, News Corporation, Vivendi Universal, Disney, Bertelsmann y Liberty Media. La hegemonía cultural estadounidense queda plasmada en el predominio del cine al estilo de Hollywood, el consumo masivo y desechable, el individualismo egoísta y la apatía ciudadana. Además existe una gran concentración en la comercialización de los llamados bienes culturales: los Estados Unidos, Reino Unido y China acaparan el 40%, mientras que 117 países se distribuye el 60% (Báez, 2008). 

Conclusión La dinámica del capitalismo neoliberal representa una vorágine destructora de capital, población, naturaleza, infraestructura, cultura y conocimiento. Su objetivo primordial es maximizar las ganancias de los grandes capitales transnacionales, para lo cual promueve la estrategia del mercado total, la explotación de fuerza de trabajo barata, la depredación ambiental, la financiarización de la economía y la militarización de las relaciones internacionales. La insustentabilidad de la mayoría de la población se expresa en desempleo y subempleo, migración forzada, pobreza, hambre y muerte. La crisis general del sistema capitalista mundial no sólo refleja una crisis del sistema financiero conectada a una crisis de sobreproducción, sino que representa una crisis del modelo civilizatorio que, más allá de mostrar diversos rostros truculentos, pone en predicamento la vida humana en distintos ámbitos de la Tierra y anuncia una fractura en el proceso de metabolismo social humanidad-naturaleza. No se trata de cargar con tintes apocalípticos el análisis de nuestra compleja realidad mexicana y mundial, la intención es advertir la encrucijada que nos plantea la crisis civilizatoria: o seguimos consintiendo los intereses del capital con toda su avalancha depredadora o planteamos alternativas sociales para garantizar la reproducción de la vida. La disyuntiva no es despreciable si tomamos en cuenta que la fractura metabólica impone desafíos inéditos al desarrollo del capitalismo en términos de los peligros que afronta la reproducción social y las condiciones biológicas para la producción.  


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