Diez rostros de la crisis
civilizatoria del sistema capitalista mundial
7 de octubre de 2009
7 de octubre de 2009
Por Humberto Márquez Covarrubias*
La crisis a debate
La
perspectiva dominante sobre la actual crisis del capitalismo mundial está
centrada en la órbita económica y, más aún, financiera. Además, el
análisis se focaliza en los Estados Unidos. El móvil
se achaca a la desregulación del mercado y a la codicia y
especulación del capital financiero. El factor detonante es el estallido de
una burbuja especulativa en el sector hipotecario debido a la colocación de
créditos incobrables entre población de bajos salarios o ingresos
inestables y la propagación y negociación sucesiva de estos créditos entre
diversas instancias financieras, con el afán de obtener ganancias prontas
y abundantes. Como solución, los estados proponen el rescate de las
grandes corporaciones financieras e industriales mediante la transferencia de
multimillonarios recursos públicos, sin que exista transparencia sobre su uso,
porque la tónica ha sido garantizar la solvencia y riqueza de empresarios
y accionistas y no el rescate de empresas, empleos y población excluida y
desposeída. Asimismo, se plantea regular el capital financiero y promover
una mayor participación del Estado. Esta estrategia, que se presenta con
la investidura de un keynesianismo redivivo, por el momento encubre un
neoliberalismo regulado por el Estado.
No obstante, además de la tesis
financista, hay otras explicaciones alternativas sobre la crisis (véase
tabla 1). Para la tesis de sobreproducción, existe una contradicción entre
la enorme capacidad de producción de las grandes corporaciones y la estrategia
de abaratamiento laboral que deriva en una sensible caída de la demanda, lo
cual se traduce en una crisis de realización (Katz, 2009). Para una gran
cantidad de autores, la presente es la crisis del neoliberalismo ante su
incapacidad para generar crecimiento sostenido y desarrollo humano;
asimismo, es la constatación del fracaso de las políticas de ajuste
estructural y de la institucionalidad del capitalismo mundial encabezado
por el FMI, el BM y la OMC (Bello, 2008a). Sin embargo, es menester tomar en
cuenta que el neoliberalismo, como proyecto de clase, ha sido tremendamente exitoso
para concentrar capital, poder y riqueza en pocas manos. Los proponentes del ciclo
económico encuentran dificultades para explicar de manera mecanicista el
movimiento del capital, por lo que infructuosamente esperan una quinta ola
expansiva (Beinstein, 2009). Desde una visión geopolítica, varios
analistas arguyen que se trata del derrumbe de los Estados Unidos como
potencia hegemónica mundial (Wallerstein, 2005; Arrighi, 2007), entonces
se aproxima una nueva era comandada por una gran potencia como la Unión Europea o
Japón, o por potencias emergentes como Brasil, Rusia, la India y China.
Para otros autores, el capitalismo afronta una severa crisis estructural,
cuya evidencia más notable es la caída generalizada de la tasa de ganancia
y la imposibilidad de recomponer un ciclo de valorización de largo aliento (Vasapollo,
2008). Desde una visión más abarcadora, se plantea que ésta es una crisis del
sistema capitalista mundial en su conjunto, que conjuga una crisis de
valorización y una multiplicidad de crisis, como la alimentaria y la
energética (Petras, 2009; Veltmeyer, 2009; Beinstein, 2009; Bartra, 2009).
Asimismo, se postula la idea de que se trata de una crisis civilizatoria
que pone en riesgo ya no sólo la valorización del capital sino la
organización de la sociedad contemporánea y la existencia de la vida
Desde nuestra perspectiva, la presente crisis es una crisis
general del sistema capitalista neoliberal que se expresa como una severa
depresión económica mundial, que a su vez significa una declinación de la
estrategia de reestructuración y expansión neoliberal basada en la
superexplotación del trabajo inmediato, la depredación ambiental y la
financiarización de la economía mundial; pero que, asimismo, se trata de
una compleja crisis civilizatoria con rostro multidimensional que expone los
límites de la valorización mundial de capital por cuanto atenta en contra de
los fundamentos de la riqueza: el ser humano y la naturaleza, y porque
pone en predicamento el sistema de vida en la Tierra, es decir, el
metabolismo social. En tal sentido, el capitalismo neoliberal se erige
como una poderosa maquinaria destructora de capital, empleo, población,
infraestructura, conocimiento y cultura. Su criterio central, la
maximización de ganancia, está en las antípodas de la reproducción social y las condiciones
biológicas para la producción.
La complejidad de la crisis se ha encubierto, provisionalmente,
por el descalabro que significa la depresión económica mundial. Por lo
mismo, su comprensión requiere adoptar una perspectiva histórica,
estructural y estratégica. Además de la depresión económica, que da cuenta
de una crisis de valorización generalizada, la crisis tiene que enunciarse
en plural, como las crisis, o la convergencia de las varias crisis, puesto
que posee un desfigurado rostro multidimensional. Ello implica superar
la tesis financista, anclada en el análisis de las relaciones
intracapitales, y advertir cómo la acumulación mundial acrecienta el
dominio del capital sobre el trabajo, la naturaleza, el dinero y el
Estado, bajo una lógica depredadora que a la vez que se apropia y domina,
destruye.
El capitalismo neoliberal polariza la riqueza en beneficio de
las grandes corporaciones transnacionales y en detrimento de la clase trabajadora
y el Estado-nación, al tiempo que genera ganancias fabulosas que, bajo la
argucia del capital ficticio, han sido canalizadas, ciertamente, hacia la
especulación financiera e hipotecaria1. La crisis civilizatoria
muestra, cuando menos, un rostro visible (la depresión de la economía
mundial) junto a otros 10 rostros igualmente tenebrosos. A
continuación haremos un breve recuento de ellos. (…)La expansión
capitalista neoliberal ha prohijado una modalidad de
acumulación centralizada bajo el comando de los monopolios y oligopolios
transnacionales y el respaldo político de los estados imperialistas y los
organismos internacionales. Las grandes corporaciones (capital
monopolista) han acrecentado su supremacía gracias a ingentes procesos de
fusión, aunque también actúan por separado, entre el capital productivo,
financiero y comercial; ello nos remite a un colosal proceso de
concentración y centralización de capital. Sin embargo, bajo esta
modalidad no se está creando nuevo capital, ni un gran proceso de
innovación tecnológica, ni una gran masa de plusvalor, sino que se amasa
capital muerto bajo mecanismos de apropiación privada (Petras, 2005). En
este caso, la inversión extranjera directa (IED) actúa como fuerza motora
o caballo de Troya, aunque está investida de una mitología que le
confiere atributos de motor del desarrollo, cuando realmente actúa como
una colosal fuerza extractora de excedentes. Las grandes entidades
transnacionales se presentan ahora como un ente abstracto,
despersonalizado, junto al capital ficticio, que pareciera desprenderse de
la órbita de la economía real y actuar con independencia. El punto
central es que estas corporaciones acceden a grandes ganancias o a
ganancias extraordinarias en la periferia, lo cual a su vez obra en contra
de las posibilidades de acumulación de la periferia.
Entre otros, podemos
destacar la transferencia de excedentes derivados de los pagos por deuda
externa, las ganancias corporativas de la IED, los pagos por derechos de
propiedad y patentes, el deterioro de los términos de intercambio, las
ganancias obtenidas por la inversión financiera de corto plazo, además de
los derivados de las transferencias de recursos naturales y la
transferencias de fuerza de trabajo. La deuda externa es un rasgo de
dependencia ancestral de los países poscoloniales ante los centros
financieros mundiales. Ésta constituye un mecanismo neocolonial que somete
a poblaciones y países enteros. Pasando por episodios como la crisis de la
deuda, los programas de ajuste estructural y los programas de rescate ante
las crisis recurrentes, los organismos financieros internacionales, con el FMI
a la cabeza, dictan las políticas neoliberales que socavan la posibilidad
de impulsar el desarrollo nacional y se abren a los requerimientos del
gran capital. Merced a ello, el subdesarrollo, desempleo y pobreza
perviven en vastas regiones del planeta, sin importar la dotación de
recursos naturales y humanos. Por tanto, la deuda externa es un mecanismo
lacerante que, en principio, subsana la necesidad de exportar capitales de
los centros capitalistas, lo cual redunda en asimetrías y, a final de cuentas,
es un poderoso instrumento de dominación del gran capital transnacional
que pende sobre la periferia y que perpetúa la transferencia de recursos
de la periferia al centro. Según estimaciones de Millet y Toussaint
(2009), para 2007 la deuda externa de los países periféricos ascendía a
US$ 3.36 billones, con México, Brasil y Turquía a la cabeza. Asimismo, se
calcula que, hasta 2007, los países subdesarrollados habían pagado el equivalente
a 102 veces lo que debían en 1970, no obstante que su deuda sólo se
había multiplicado 48 veces. Las transferencias de ganancias
derivadas de la penetración de la IED representan una fuente fabulosa de
riqueza para el centro.
Según estimaciones de Caputo (2009), estas
remesas de ganancias transferidas por las transnacionales desde América
Latina crecieron de US $ 32 000 millones en 1980 a US $ 126 000 millones
en 2006. Estos recursos habrían compensado las pérdidas derivadas de la
crisis en los sectores como la construcción, producción de bienes durables
y comercio. Las corporaciones transnacionales hacen uso monopólico de las
patentes, lo que les permite el control por 20 años sobre invenciones,
productos y procedimientos, y les reporta beneficios derivados del pago de
derechos de propiedad y patentes. Además del gasto y la dependencia
tecnológica, las patentes subordinan a los productores. El mercado global de
la semilla está controlado por Monsanto, Bayer, Syngenta, Dow AgroSciences
y Dupont, y los acuerdos internacionales favorecen los grandes intereses
comerciales, obstruyen la transferencia de tecnología hacia los países
subdesarrollados, restringen el acceso a técnicas de producción menos
perjudiciales al medio ambiente y privatizan ámbitos que deberían ser de
propiedad pública, como patentes sobre seres vivos y materia viva,
práctica monopólica que representa una forma de privatización de la vida
(Mora, 2004). La transferencia de fuerza de trabajo calificada es un
mecanismo que atrae el conocimiento adquirido por profesionistas,
investigadores, artistas, intelectuales y otro tipo de personal altamente
calificado que emigra de la periferia al centro. Entre 1990 y 2007, la
migración calificada aumentó un 111.3%.
En este tenor, América Latina y el
Caribe se ubican como la región que experimentó el mayor crecimiento relativo
de migrantes calificados entre 1990 y 2007 (Lozano y Gandini,
2009)10. Otro problema importante es el intercambio ecológico desigual,
referido a la transferencia neta de recursos naturales que representa
severos daños ambientales en la economía periférica. Bajo los tratados de
libre comercio centro-periferia, se omiten los costos ambientales y
sociales, no obstante que se estimula un mayor uso de energía de
combustibles fósiles, la sobreexplotación de recursos naturales y el
deterioro de la
biodiversidad. Además , dicha modalidad de intercambio
desigual expropia recursos genéticos, destruye ecosistemas, degrada el
ambiente y, en conjunto, viola los derechos humanos de las generaciones
presentes y futuras (Mora, 2004). La reincorporación de la periferia a la
dinámica de acumulación centralizada profundiza el desarrollo desigual e
incrementa las ganancias del capital transnacional. Estos países
participan como proveedores de materias primas y fuerza de trabajo barata
según las necesidades de las cadenas globales de producción, a cambio
de vulnerar sus capacidades internas de acumulación.
Elevada explotación laboral y exclusión
social
La
globalización neoliberal da origen a la economía mundial del trabajo barato
que convierte a los países subdesarrollados en exportadores de gente. La
expansión de la fuerza de trabajo, acompañada de la política de
precarización laboral, significa una sobreoferta de trabajo a disposición
del gran capital11. Los países periféricos se convierten en abastecedores
de trabajo barato en aras de la reestructuración capitalista. El régimen
de superexplotación del trabajo barato, amén de basarse en la
destrucción de medios de
producción y subsistencia, pone en entredicho la reproducción social y
convierte a los trabajadores en personas desechables. La periferia pierde
soberanía laboral, entendida como la capacidad para generar suficientes
fuentes de trabajo formal de calidad para su población (Márquez, 2008)12. El
trabajo informal representa una expresión de la exclusión económica,
pero también un mecanismo de inclusión a la esfera de la explotación del
capital bajo mecanismos indirectos. La OCDE estima que 1.8 billones de
personas, es decir 60% de la fuerza de trabajo mundial, se desempeña sin
un contrato laboral formal ni seguridad social13. El trabajo infantil se
acrecienta como un cáncer del capitalismo. Según la OIT, en la actualidad
trabajan en el mundo 218 millones de niños. De ellos, 126 millones, uno de
cada 12, está expuesto a las peores formas de trabajo infantil; con la
actual crisis, se prevé un incremento (Europa Press, 27/II/08).
Algo similar ocurre con el trabajo forzoso o “nueva esclavitud”14. En el
mundo hay al menos 12.3 millones de personas atrapadas en el trabajo forzoso.
Hoy en día, cerca de 12 millones de personas en el mundo siguen trabajando
bajo coerción en situaciones de trabajo forzoso, esclavitud y prácticas
análogas a la esclavitud (Andrees y Belser, 2009). En conjunto, la
explotación del trabajo alcanza varias formas bajo el
capitalismo neoliberal, no sólo el asalariado, sino que también subsume al
sector campesino, femenino, informal, improductivo, infantil y forzado. En
la dimensión del trabajo productivo, explota de manera exhaustiva el
trabajo directo, y de manera formal, el trabajo científico-tecnológico
(Mora, 2009).
Crisis alimentaria Bajo
el orden agroalimentario global, que antepone los intereses de las
empresas transnacionales, se desmantelan los sistemas de producción de los
países subdesarrollados y sus modos de vida rural, y aflora el problema de
la pérdida de soberanía alimentaria y la falta de sustentabilidad social.
La imagen más deprimente la ofrecen la destrucción de la sociedad
campesina y las hambrunas que afrontan amplios sectores de la población de
todo el mundo. Los precios de los alimentos básicos han sufrido fuertes
embates especulativos que colocan al grueso de la población pobre en
una situación de extrema vulnerabilidad y pobreza15. Por ejemplo, entre
marzo de 2007 y mayo de 2008, el precio de los productos lácteos se
incrementó 80%; la soya, 87%, y el trigo, 130%. La crisis alimentaria de
2008 provocó un aumento de 100 millones en el número de pobres en el mundo
(BM, 2008). Después de una aparente estabilidad, los precios volvieron a
repuntar en el segundo trimestre de 2009 (maíz, 10.8%; soya, 35%, y trigo,
12.7%) debido a factores críticos como la especulación en los mercados de
futuros de granos y la demanda de empresas productoras de biocombustible.
Se estima la existencia de más de 1 000 millones de personas al borde de
la muerte por hambre (FAO, 2009). Un signo más del desprecio del capital
sobre la vida humana. El modelo de agricultura basada en las corporaciones
agroindustriales ha generado grandes excedentes ofertados mundialmente a
bajo costo. De manera que los pequeños productores locales del mundo
periférico resultan incapaces de competir. Los acuerdos de comercio
internacional, como el Acuerdo sobre Agricultura de la OMC, mercantilizan
la producción y limitan el acceso a los alimentos (Bello, 2008a). Para las
grandes corporaciones, la crisis alimentaria es fuente de enormes
ganancias: en el rubro de comercialización de granos se benefician Cargill
y ADM; en semillas y plaguicidas, Syngenta y Monsanto, y en fertilizantes,
Potash Corp y Yara (GRAIN, 2009). La cadena agroalimentaria está
controlada en todos y cada uno de sus tramos por corporaciones
transnacionales que acceden a grandes beneficios debido al modelo
agroindustrial liberalizado y desregularizado. Las grandes corporaciones comerciales
absorben a las cadenas pequeñas de países subdesarrollados. Este
monopolio controla y determina los patrones de consumo y comercialización.
En 2006, la segunda empresa más grande del mundo por volumen de ventas fue
Wal-Mart, y en la lista de las 50 mayores empresas mundiales se
encontraban también, por orden de facturación, Carrefour, Tesco, Kroger,
Royal Ahold y Costco (Vivas, 2008).
Crisis de subsistencia El
aumento de los precios de alimentos básicos como arroz, maíz y trigo representa una
seria amenaza para la subsistencia de millones de personas en la periferia. Para la
ONU, dicha alza obedece a factores como malas cosechas, bajas reservas,
incremento del precio del petróleo, mayor demanda de biocombustibles,
menor apoyo a la agricultura y especulación financiera; sin embargo, omite
las causas estructurales, que amén de estar en el trasfondo de la crisis,
abonan a la destrucción de modos de vida, trabajo y subsistencia de
amplios sectores sociales que mantienen y protegen la biodiversidad, los
cultivos, las semillas, la autonomía alimentaria y formas de
distribución no mercantilizadas (Mattié, 2008; Bartra, 2003). La
crisis de subsistencia muestra distintos rostros del peligro que afronta la
vida humana, sobre todo en la periferia. Según cifras de la FAO para 2007,
dentro del rango de pobreza se ubicaban 4 750 millones de personas en el
mundo: casi la mitad de la población mundial. Más de 2 800 millones de
personas en el mundo sobreviven con menos de dos dólares al día, y 1 200
millones de personas lo hacen con un dólar o menos al día (PNUD, 2003).
Del mismo modo, la ONU estima que al menos mueren unas 50 000 personas al
día en el mundo a causa de la pobreza extrema (El
universal, 19/IX/07). Pese a que los
organismos internacionales reconocen en sus informes sobre
recursos hídricos que el mundo dispone de una gran abundancia de agua
dulce como para satisfacer las necesidades humanas, también se admite que
existe un reparto desigual del vital líquido16. Entre otros factores, se arguye
la gestión deficiente, la escasez de recursos y los cambios
medioambientales, pero no se toman en cuenta factores cruciales como la
privatización del agua y su control geopolítico. En el diagnóstico se
admite que 1 100 millones de personas, uno de cada cinco habitantes del
planeta, no tiene acceso al agua potable y que unos 2 600 millones (40%)
no dispone de sistema de saneamiento básico (UNESCO, 2006). La falta de
acceso al agua potable y a instalaciones sanitarias higiénicas deriva en
muertes, que se calculan en 1.6 millones de personas al año. La baja
calidad del agua es una de las principales causas de las deplorables
condiciones de vida y de severos problemas de salud. En 2002, las
enfermedades diarreicas y el paludismo acabaron con la vida de 3.1 millones
de seres humanos; 90% de los fallecidos eran niños menores de cinco años.
Se ha estimado que cada año se podría salvar la vida de 1.6 millones de
personas si se les ofreciera la posibilidad de acceder a abastecimientos
de agua potable e instalaciones sanitarias e higiénicas. Además de la
falta de acceso, existen problemas graves por la contaminación y
privatización del agua, debido al desmesurado afán del lucro de las
grandes corporaciones multinacionales (Shiva, 2007)17. Los niños del
mundo subdesarrollado representan el segmento de la población más
vulnerable. Unos 75 millones de niños no cursan la educación primaria
porque comienzan a trabajar a una edad temprana: 218 millones de niños de
entre cuatro y 15 años trabajan en el mundo; más de 50% lo hacen en las
peores condiciones, como esclavos o en actividades ilícitas (OIT, 2009).
Asimismo, 12 millones de niños mueren todos los años a causa de
enfermedades curables como malaria, diarrea, sarampión o neumonía. Hay 115
millones de niños sin acceso a la educación y hacen falta 18 millones de
profesores en todo el mundo. Y no sólo los niños, uno de cada cinco
adultos —es decir, unos 774 millones de personas— es analfabeto.
Crisis energética
El control geoestratégico de los principales abastos energéticos
del mundo ha conocido la militarización unilateral de las relaciones
internacionales aderezadas por justificaciones retóricas en contra del
terrorismo para encubrir guerras de conquista, cuyo “daño colateral” es la
destrucción de población y su civilización. Además, el control oligopólico
de los mercados de consumo convierte a los energéticos en una mercancía
volátil expuesta a ataques especulativos que castiga, sobre todo, a los
países subdesarrollados dependientes de los energéticos, ya sea porque se
especializan en su producción y exportación o porque, al carecer de ellos,
dependen de su importación. Pero también la sobreexplotación de los
abastos y el consumo desmedido de energéticos están asociados a la crisis
ambiental. Diversos analistas anuncian el final de la era de petróleo
barato (peak oil). Desde que en 2008 se alcanzó un
precio récord del petróleo, la mayoría de los países y
compañías petroleras intentaron incrementar la producción, pero sólo 14 de
los 54 países productores de petróleo todavía están aumentando la
extracción de crudo, mientras que 30 países han pasado definitivamente su
cenit de producción, y los restantes 10 parece que atraviesan una meseta
de producción o comienzan el declive de la misma (Ghanta, 2009). Según esta
percepción, muchos países, incluyendo a los Estados Unidos, alcanzaron su
tope de producción desde hace décadas.
Deterioro ambiental
El consumo de recursos naturales en el sistema capitalista mundial
es desigual: el 20% de la población mundial, concentrada en los países
centrales del norte, consume 80% de los recursos naturales (Dierckxsens,
2009b). La transferencia permanente de recursos de la periferia al centro
constituye otra muestra de la subvención a la acumulación centralizada.
La
dinámica de saqueo ecológico por parte de corporaciones transnacionales
aflora como consecuencia nefasta de la sobreexplotación de recursos
naturales bajo el espectro del intercambio ecológico desigual, derivado de
la exportación de recursos naturales baratos —por ejemplo, madera, minerales,
petróleo y especies exóticas— sin que se tome en cuenta su agotamiento y
perennidad, además del deterioro del agua, aire y tierra, y de la misma
población, es decir, el saldo se advierte como contaminación, envenenamiento y
muerte (Vega, 2006). La situación se agrava si consideramos efectos
ambientales degradantes como el cambio climático global, que supone el
posible aumento de la temperatura en un rango de 1.5° y 4.5° C, derivado
de la concentración de gases invernadero, como el dióxido de carbono,
metano, óxidos nitrosos y clorofluorocarbonos. Entre los
efectos inmediatos se señala la modificación de lluvias y del nivel del
mar. Pero más allá de su análisis como un problema técnico derivado de los
desorbitados patrones de consumo de la sociedad industrial, conviene tener
presente que, en el fondo, el capitalismo representa una fuerza que
destruye en un santiamén aquello que la naturaleza ha demorado millones de
años en construir, y la situación empeora si tomamos en cuenta que la mayor
reserva de recursos naturales se encuentra en el mundo subdesarrollado y
es belicosamente disputada por los países dominantes. La pérdida de
biodiversidad representa uno de los grandes problemas del
deterioro ambiental.
En sus causales se destaca: 1)
la destrucción de hábitats naturales, como bosques
tropicales; 2) la fragmentación del
hábitat de numerosas especies terrestres por el trazado de campos de
cultivo, urbanización, carreteras y autopistas; y 3)
campos con pobre vida silvestre, el “desierto verde”, debido
a la agricultura industrial basada en fertilizantes y pesticidas (Frers,
2008). Entre 1990 y 2005, los bosques disminuyeron en un 3%, con una media
anual de 0.2%. La pérdida neta de bosques, que actualmente ocupan 4 000
millones de hectáreas —30% de la superficie terrestre—, es de 20 000 hectáreas
al día (FAO, 2007). Considerando el número de especies por área y la
pérdida de bosques tropicales (un tercio en las últimas cuatro décadas),
se calcula que se extinguen 50 000 especies por año, lo cual representa 10
000 veces la tasa natural de extinción. De persistir esta tendencia,
podrían desaparecer dos tercios de las especies para finales del presente
siglo (Frers, 2008). La extinción masiva de especies es un problema
severo: más de 16 306 especies de animales y plantas están en peligro de
extinción, entre ellas la cuarta parte de los mamíferos. Son ya 869
las especies que están extintas o extintas en estado silvestre; la cifra
asciende a 1 159 si se suman las 290 especies en peligro crítico de extinción
clasificadas como posiblemente extintas. En total, por lo menos 16 928
especies están amenazadas de extinción (Vié, Milton y Stuart,
2009).
La destrucción de vidas también alcanza a la humanidad, según la
Organización Mundial de la Salud, el deterioro del medio ambiente produce
cada año la muerte de 13 millones de personas, unas 200 000 de ellas a
causa del cambio climático. Además de que las enfermedades infecciosas
tienen una incidencia 15 veces mayor en los países subdesarrollados que en
los desarrollados, esta proporción sube hasta 100 veces en las enfermedades
diarreicas. Se estima que 25% de la carga global de enfermedades
sobreviene de la degradación paulatina del medio ambiente. Los organismos
internacionales suelen hacer estimaciones sobre los diversos efectos del
desastre ambiental y descansan la explicación de sus causas en
problemas de orden técnico, desechando las relaciones sociales de
producción capitalista. La devastación del medio ambiente proviene de la
incesante y descontrolada competencia por maximizar las ganancias
capitalistas, que conduce a la destrucción de la base natural del
metabolismo social, el medio ambiente y a la insustentabilidad
social expresada como desempleo, subempleo y migración (Foladori, 2007).
Los recursos naturales que se extraen de la litosfera y crecientemente de
la biosfera se explotan como elementos aislados y no como componentes de
un ecosistema; además, los costos de producción de los recursos naturales
se consideran sólo como costos de extracción, lo cual desprecia la reproducción
a largo plazo de la naturaleza (Mora, 2009). En suma, se registra un
preocupante proceso de deterioro ambiental, pérdida de biodiversidad y
fenómenos alarmantes como el calentamiento global, todos como expresiones
directas e indirectas de la deificación del mercado como agente del
desarrollo y la privatización de los recursos como cemento de la sociedad
capitalista.
Migración forzada y dependencia de
remesas
Enormes contingentes de población se vuelven innecesarios o
desechables para las necesidades de valorización del capital. El
desempleo, la pobreza y la miseria son el caldo de cultivo para que
afloren fenómenos como la economía informal, el incremento de actividades
ilícitas como el narcotráfico y la criminalidad, la efervescencia de la
violencia social y la expansión de las migraciones. Las
migraciones internacionales asumen la careta de forzadas debido a la
degradación socioeconómica provocada por la neoliberalización de la
periferia y apuntalada por la demanda creciente de fuerza de trabajo
barata en los países centrales (Delgado y Márquez, 2008; Márquez,
2009). El crecimiento más reciente de la migración internacional va de sur
a norte. Según la ONU, el total de migrantes en el mundo (definidos como
aquellas personas que viven fuera de su país de nacimiento por más de un
año) era de cerca de 100 millones en 1980, de los cuales 47.7 millones se
ubicaban en países desarrollados, frente a 52.1 millones en países
subdesarrollados. Para 2006, de un total cercano a 190 millones de migrantes,
61 millones habían realizado traslados de sur a sur, 53 millones de norte
a norte, 14 millones de norte a sur y 62 millones de sur a norte. La cifra
de migrantes laborales que se desplazan del sur al norte y el volumen de
las remesas que envían a sus países de origen han experimentado un crecimiento
sin precedentes en todo el mundo18. La cantidad de migrantes ha superado
el doble de su magnitud en los últimos 25 años, alcanzando una marca
histórica de 190 millones en 2005. Una proporción creciente de éstos son migrantes
laborales que se trasladan del sur al norte. Mediante la migración
forzada, los países subdesarrollados están transfiriendo fuerza de trabajo
barata junto con sus costos de reproducción social, que aunados a la
contribución directa de los migrantes en los países de destino en materia de
producción, consumo y pago de impuestos, configuran una subvención a la
acumulación de los países desarrollados que no se compensa, en modo
alguno, con las remesas que envían los migrantes a sus dependientes económicos
para cubrir los mínimos de subsistencia familiar (Delgado, Márquez y
Rodríguez, 2009).
Despolitización y control
político Un andamiaje de poder transnacional aglutina
a corporaciones transnacionales, estados imperiales, organismos
internacionales y partidos políticos en torno al neoliberalismo. No
obstante, hoy se registra una crisis institucional, vista como una
pérdida de legitimidad de las instituciones neoliberales, estatales y
financieras. Sin embargo, la concentración de poder ha sido tan contundente
que ha desmantelado proyectos y agentes políticos que podrían encarnar la
alternativa y el cambio social. En la actualidad, no hay un agente
colectivo alternativo al gran capital y sus intereses19. La estrategia de
despolitización de la sociedad, con la figura del ciudadano
mínimo, reserva como único canal de participación, bajo la democracia
formal, el ejercicio del voto, es decir, se concede a los ciudadanos la
prerrogativa de votar por candidatos que previamente han sido elegidos por
las élites económicas y políticas para que ejerzan formalmente el papel de
la representación popular, pero bajo la observancia y directriz de la oligarquía. Existen
pocos ejemplos de democracia participativa que contemplen la participación
directa de la población en el derrotero nacional a través de mecanismos
como revocación de mandato, plebiscito y referéndum.
Crisis cultural El
pensamiento único representado por la ideología neoliberal se ha inoculado en
la sociedad como sentido común, con el respaldo de los medios masivos de comunicación, dominados por
instancias empresariales monopólicas, plegadas al neoliberalismo. Ante el
agravamiento de las desigualdades sociales, predomina una sensación de
desánimo y apatía y, en menor medida, de resistencia y rebelión. Se menosprecia la
cultura como espacio de crítica, creación y educación, para reducirla a su
mínima expresión, como entretenimiento banal y desinformación20. El Estado
neoliberal está interesado en desmantelar el sistema de educación pública
con el doble propósito de abrir nuevos espacios de valorización, en este
caso mediante la privatización de la educación, y de generar una
ciudadanía conformista y enajenada, con un perfil técnico acorde a las
necesidades del capital. Incluso ahora se designa al egresado como capital
humano, y con ello se reduce la vida humana a un simple recurso a
disposición del capital, una pura y simple mercancía. Actualmente son
ocho las corporaciones transnacionales que rigen los medios en
el mundo, y sólo unas 50 llegan a participar en el mercado global. Todas
han potencializado su capital y su capacidad mediante alguna fusión; las
principales son: AOL Time Warner, Viacom, Sony, News Corporation, Vivendi
Universal, Disney, Bertelsmann y Liberty Media. La hegemonía cultural estadounidense
queda plasmada en el predominio del cine al estilo de Hollywood, el
consumo masivo y desechable, el individualismo egoísta y la apatía
ciudadana. Además existe una gran concentración en la comercialización de
los llamados bienes culturales: los Estados Unidos, Reino Unido y China
acaparan el 40%, mientras que 117 países se distribuye el 60% (Báez,
2008).
Conclusión La
dinámica del capitalismo neoliberal representa una vorágine destructora de
capital, población, naturaleza, infraestructura, cultura y conocimiento.
Su objetivo primordial es maximizar las ganancias de los grandes capitales
transnacionales, para lo cual promueve la estrategia del mercado total, la
explotación de fuerza de trabajo barata, la depredación ambiental, la
financiarización de la economía y la militarización de las relaciones
internacionales. La insustentabilidad de la mayoría de la población se
expresa en desempleo y subempleo, migración forzada, pobreza, hambre y
muerte. La crisis general del sistema capitalista mundial no sólo refleja
una crisis del sistema financiero conectada a una crisis de
sobreproducción, sino que representa una crisis del modelo civilizatorio
que, más allá de mostrar diversos rostros truculentos, pone en
predicamento la vida humana en distintos ámbitos de la Tierra y anuncia una
fractura en el proceso de metabolismo social humanidad-naturaleza. No se
trata de cargar con tintes apocalípticos el análisis de nuestra compleja
realidad mexicana y mundial, la intención es advertir la encrucijada que
nos plantea la crisis civilizatoria: o seguimos consintiendo los intereses
del capital con toda su avalancha depredadora o planteamos alternativas
sociales para garantizar la reproducción de la vida. La
disyuntiva no es despreciable si tomamos en cuenta que la fractura metabólica
impone desafíos inéditos al desarrollo del capitalismo en términos de los
peligros que afronta la reproducción social y las condiciones biológicas
para la producción.
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