Acaparamiento de tierras en América Latina
4 de noviembre de 2013
Por Sally Burch
El acaparamiento de grandes
extensiones de tierras, conocido en inglés como land-grabbing, fenómeno que
surgió principalmente en la última década y que se acentuó a partir de la
crisis alimentaria del 2008, está transformando radicalmente la estructura
agraria en el mundo, desplazando al campesinado y reforzando la agroindustria. Lo
que se propone es la sindicalización de los movimientos agrarios de resistencia
y al mismo tiempos, su universalidad.
Entrevista con
Cristobal Kay - En África y Asia, este fenómeno corresponde principalmente a
acuerdos entre Estados, donde un gobierno acuerda la compra o arriendo de
grandes extensiones –cien, doscientas mil hectáreas o más-, en otro país, para
producir alimentos bajo su propio control y exportarlos, a fin de garantizar la
seguridad alimentaria de su población.
En América Latina, sin
embargo, el proceso ha asumido una característica distinta, según explica
Cristóbal Kay, especialista en desarrollo y reforma agraria. Y es que en
nuestro continente, no son otros Estados sino principalmente las grandes
empresas translatinas las que están invirtiendo en países vecinos. En
entrevista con ALAI, Kay advirtió que, cuanto más avanza este proceso, más
complejo se vuelve pensar en una reforma agraria en los países afectados.
Académico especializado
en teoría del desarrollo, que estudió primero en Chile e Inglaterra, y hoy es
profesor del Instituto de Estudios Sociales de La Haya, Cristóbal Kay nos
recordó que en América Latina este fenómeno tiene sus raíces en la llamada
década perdida de los años 80, con las políticas neoliberales. Cuando los
Estados disminuyeron sus políticas de crédito y asistencia técnica al
campesinado y bajaron los aranceles a la importación de alimentos, la economía
campesina quedó marginada y muchos campesinos tuvieron que buscar otras formas
de ingreso, cuando no acudir a la migración. En cambio los sectores rurales que
salieron beneficiados fueron aquellos productores agrícolas capitalistas que
tenían acceso a las inversiones y los conocimientos necesarios para entrar en
los nuevos mercados de exportación, con nuevos productos como el brócoli,
hortalizas, frutas, palma africana aceitera.
Este hecho, relata Kay,
“cambió totalmente la estructura agraria, llevando hacía un proceso de
concentración de tierras y, también, hacía un proceso de capitalización del
agro… Se expandieron estas empresas agrarias, muchas veces incorporando a
tierras campesinas, o deforestando la amazonia, llegando a nuevas fronteras
agrícolas, creando también una serie de efectos negativos para la ecología de
esos países”. Esta nueva estructura agraria funciona con mano de obra temporal,
sin estabilidad laboral y con salarios muy bajos, o donde hay cultivos muy
mecanizados, como la soya, crea muy poco empleo. “En medio siglo, desde 1960
hasta 2010, el cultivo de la soya pasó de 260 mil hectáreas a más de 42
millones. O sea, se multiplicó varios cientos de veces”, señala el
investigador.
Sigue nuestra conversación
sobre estos temas, en la cual
Kay nos contó cómo en América Latina el actual proceso de
acaparamiento de tierras sigue parámetros novedosos a nivel mundial, puesto que
se trata esencialmente de empresas latinoamericanas de un país que invierten en
otro país latinoamericano.
CK: Son grandes
compañías que ya controlan cincuenta mil hectáreas, o cien mil hectáreas, por
ejemplo de Argentina; que hacen después inversiones en Paraguay, o Uruguay,
especialmente para soja, o para pasto y ganadería. Y Brasil hace lo mismo: hay
muchos empresarios agrícolas brasileños que ya hace como tres o cuatro décadas
atrás, han comprado tierras en la parte oriental de Bolivia, en Santa Cruz, en
las tierras bajas de Bolivia, y hoy en día controlan quizás un tercio de las tierras
del Oriente boliviano. Controlan como el 40 o 50% de la producción de soja de
Bolivia.
Paraguay, es el caso
más dramático. En este país, casi dos tercios de toda la producción de soja es
controlada por capitales, inversionistas, terratenientes, de origen brasileño
-la mayoría-, pero también una parte importante de argentinos. Entonces se
plantea allí un problema de soberanía nacional, porque gran parte de esas
inversiones de compra de tierra por parte de los brasileños y los argentinos se
da en la zona fronteriza con esos países. Y, el cultivo de la soja es el más
importante de Paraguay, entonces controlando dos tercios de la producción de
soja -no tengo una cifra exacta-, pero es como controlar quizá el 40% de toda
la producción agropecuaria de ese país, por parte de esos capitales
latinoamericanos.
Ahora, muchos de esos
capitales latinoamericanos están asociados con capitales internacionales. Por
ejemplo, con el famoso financista George Soros. Soros tiene una empresa que
financia las compras de tierras a través de una empresa en Argentina, y hace
inversiones a gran escala, con grandes maquinarias.
Entonces, hay algunos
capitales extranjeros, pero no es la fuerza motriz de este cambio; la fuerza
motriz viene de los propios capitales de algunos países latinoamericanos.
Incluso países pequeños como Chile, que tiene cierta ventaja en la industria
forestal. Hay un grupo forestal chileno que tiene más de un millón de
hectáreas, de las cuales la mitad está fuera de Chile, en Argentina, Brasil y
Paraguay. Como ya no hay más tierras para reforestar en Chile, estos capitales
chilenos invierten en otros países latinoamericanos, en los que todavía hay
cierta abundancia de tierra. Ahora, esto también tiene su impacto ecológico,
especialmente con el monocultivo de eucalipto, que absorbe mucha agua, y el
pino; y entonces no se puede cultivar después, es muy difícil volver a usar la
tierra para otro uso agropecuario.
ALAI: Estas inversiones en
tierra, ¿están vinculadas también a la especulación del sector financiero?
CK: Sí, porque la
ventaja es que la tierra no pierde su valor, es una buena inversión fija,
especialmente si los precios agropecuarios siguen subiendo, y es muy probable
que los precios agrícolas nunca van a bajar de nuevo a los niveles pre-crisis
del año 2008. Pero la especulación viene más bien con estos nuevos cultivos,
como decía, la palma aceitera, palma africana, con la soja y también con la
caña de azúcar. Estos tres cultivos se pueden llamar ‘cultivos comodín’. Un
colega de La Haya, Saturnino Borras, lo llama ‘flexcrops’, que se puede
traducir al castellano como ‘cultivo comodín’, porque se los puede dedicar a
varios usos, ya sea como aceite, ya sea como comida, o para biocombustible. Y
allí viene la ventaja, es decir, depende de los precios de los alimentos: si
están bajos, dedican la caña de azúcar o la soja al etanol. Entonces especulan
de acuerdo a cómo van los precios internacionales para cada uno de los
productos. Eso le da esa flexibilidad al capital, y el capital siempre trata de
maximizar la ganancia y la renta, usando los mercados internacionales.
ALAI: ¿De toda esta situación
que acaba de describir, cómo ve las implicaciones a futuro? ¿De qué hay que
preocuparse? ¿Qué alternativas podrían plantearse frente a esa situación?
CK: Estos nuevos capitales
que acaparan tierras, extensiones de 100 mil hectáreas, y algunas llegando
hasta a 1 millón de hectáreas, son cantidades de tierras inimaginables
históricamente, van mucho más allá del antiguo latifundio. La diferencia es que
son capitales no exclusivamente agrarios, sino que muchos de estos nuevos
inversionistas vienen de la agroindustria, de la industria forestal, de la
industria del procesamiento de la caña de azúcar, de la palma africana. O
incluso, en el caso de capitales extranjeros, de capitales mineros o
financieros; y capital comercial, incluso hay supermercados que invierten.
Entonces, ya no es solamente un capital agrario, sino un capital que se origina
de varias fuentes, que controla la cadena productiva. Es como toda una cadena
de valor que está totalmente integrada y controlada por ese capital
corporativo, que tiene tremendo poder, porque conoce el mercado internacional,
tiene acceso a las últimas técnicas productivas, tiene la capacidad de
financiar maquinaria, cosechadoras e industrias procesadoras.
Frente a eso, a un
mercado libre, los gobiernos no tienen la capacidad de negociar o de buscar
acuerdos más favorables para los países. Hay quizá algunas restricciones
menores.
En cuanto a las
implicaciones de este proceso, como ya mencionaba, desplazó a ciertos sectores
campesinos, creó conflictos con pueblos indígenas, tal cual lo hacen algunas
inversiones mineras, aunque estos casos son menos conocidos. Y es que en muchas
de esas zonas que los gobiernos dicen que están vacías, que son tierras
estatales, ya había poblaciones locales, indígenas, que estaban radicadas en
esas zonas, y que con estas inversiones van siendo desplazadas.
En el tema de qué
visión del futuro, pensando especialmente si uno quiere hacer una reforma
agraria, yo creo que hoy en día es más complejo realizar una reforma agraria,
porque el campesinado ya no enfrenta al antiguo señor feudal con el cual tenía
una relación patronal clientelar. Pero había un enemigo claro -por así decirlo-
con el cual uno podía realizar su lucha social: contra los patrones, contra los
terratenientes que habían estado en esa zona hace siglos ya, desde la colonia,
con el antiguo latifundio. Ahora son grupos inversionistas, muchas veces
sociedades anónimas. Entonces, ¿cómo tener una política para tratar de
expropiar o redistribuir la tierra, frente a un capital que puede vender las
tierras fácilmente o moverse a otro lugar?
Además, ahora ya no se
trata de expropiar tierra improductiva, no cultivada, como antes con el
latifundio. No, estas son empresas capitalistas, con grandes inversiones de
alta productividad, de alta tecnología, totalmente integradas al mercado
internacional; entonces también los gobiernos son muy reacios a tocar a esas
empresas.
Por lo mismo, hoy las
reformas agrarias tendrían que ser mucho más participativas, tendrían que tener
en mente las necesidades de las comunidades indígenas, tener una opción también
de género, de incorporar a las mujeres en el proceso de la reforma agraria, lo
que no se hizo en la reforma agraria de las décadas de los 50, 60 y principios
de los 70, y también, por supuesto, tener toda una visión ecológica, que en la
reforma agraria de los 50 los 60 no existía. Entonces, con toda esta nueva
situación, es mucho más complejo tener un programa real, masivo de reforma
agraria.
Consecuentemente, para
enfrentarse a esos grandes conglomerados, como Monsanto, la lucha social ahora
tiene que ser de un movimiento también transnacional. Como, por ejemplo, es el
caso de la Vía
Campesina. Hay que tener un movimiento campesino que esté
interconectado e interrelacionado y que se globalice, se transnacionalice,
aunando esfuerzos en cada país con esa lucha, más bien global, contra los
transgénicos, contra el gran capital financiero y planteando sus propuestas a
nivel de la comunidad internacional -a través de las Naciones Unidas, como la
FAO, etc., porque es allí donde se mueven las fuerzas políticas.
Y aliándose con los
movimientos ecologistas, con los movimientos que quieren mantener la
biodiversidad genética, con los movimientos que van contra los supermercados,
los movimientos que quieren fortalecer los mercados locales, las culturas
locales, por un paisaje que no sea de monocultivo, etc. Allí, aunando esfuerzos
entre sectores rurales con sectores sociales urbanos, crear una alianza
política transnacional, para lograr cambiar este modelo de monocultivo y
depredador. Es una visión, pero por suerte que hay varios pasos intermedios para lograr eso.
Fuente: https://www.cta.org.ar/Acaparamiento-de-tierras-en.html
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