Los intelectuales “progresistas”
y la deuda externa:
comentarios sobre un artículo de Emir Sader
26 de junio de 2014
Tras varios
años de permanecer oculta debajo de la alfombra, la cuestión de la deuda externa
volvió al centro de la escena política nacional. El reciente fallo del juez
Griesa, favorable a los fondos buitre, mostró en toda su dimensión el fracaso de
la política kirchnerista en esta área.
En criollo:
el kirchnerismo pagó deuda externa como ningún otro gobierno argentino. Realizó
dos reestructuraciones de la deuda, con supuestas “quitas” sobre el capital
adeudado (amortiguadas por los beneficios que otorgó a los ahorristas el cupón
atado al crecimiento del PBI). Concedió a Repsol una jugosa indemnización por la
expropiación de YPF. Acordó pagar al Club de París la totalidad de la deuda, en
un monto mayor al reconocido por el Ministerio de Economía de nuestro país y en
un plazo menor al que dicho Club concede a los deudores. No en balde la
presidenta Cristina Fernández definió a su gobierno como “pagadores seriales”.
Ahora bien, todo este esfuerzo resultó inútil, por lo menos desde el punto de
vista de los trabajadores argentinos. En el período que va desde el 2004 hasta
el 2014 el monto de la deuda externa argentina siguió incrementándose. Así, a
finales de 2013 alcanzó la cifra de 202 mil millones de dólares. Pongamos esta
cifra en perspectiva: en 1976, la deuda externa era de 8500 millones de dólares;
al terminar la dictadura, en 1983, ascendía a 44 mil millones; en 1989, era de
65 mil millones; en el gobierno de Duhalde (2003-2004), llego a los 176 mil
millones.
Entre el gobierno de Duhalde y finales de 2013, la deuda externa argentina se incrementó en 26 mil millones de dólares. En el mismo período y según cifras proporcionadas por Cristina Fernández, Argentina pagó 173 mil millones de dólares a los acreedores externos.
O sea, en 10
años pagamos un monto casi equivalente a la totalidad de la deuda externa
durante el gobierno de Duhalde. Pero hoy debemos 26 mil millones de dólares más.
Sin comentarios…
Hoy, después
de 10 años de pago desenfrenado a los acreedores externos, algunos datos
muestran la otra cara de la deuda: el 35 % de los trabajadores se encuentran
precarizados; un 25 % de la población está en la pobreza; la mayor parte de los
jubilados cobran haberes miserables. Y siguen las firmas. Todo eso en el marco
de altas tasas de crecimiento económico durante la mayor parte de esa década.
A pesar de lo anterior, numerosos intelectuales afirman que la Argentina vivió una etapa de “revolución cultural” y/o de transformaciones que favorecieron a los sectores populares. En este sentido, el proceso kirchnerista es puesto en pie de igualdad con otros procesos latinoamericanos, en el marco de una especie de epopeya antiimperialista y antimonopolista.
Emir Sader,
sociólogo brasileño, expresa cabalmente la posición expuesta en el párrafo
anterior. Basta leer su artículo “"Contraofensiva
de la derecha internacional"”, publicado en la edición del lunes 24
de junio del periódico Página/12.
Sader
sostiene que el fallo del juez Griesa se inscribe en el contexto de una
contraofensiva general de la “derecha internacional” contra los gobiernos
“progresistas” latinoamericanos que desafiaron el Consenso de Washington. Las
cifras sobre la situación social en Argentina permiten poner en duda la
caracterización de “progresista” para el kirchnerismo. Las ganancias obtenidas
por las corporaciones transnacionales en América Latina también permiten poner
en duda el carácter “progresista” del conjunto de esos gobiernos.
Salvo que, por supuesto,
se entienda por “progresista” una política tendiente a asegurar las ganancias
del capital.
Sader define
así la política de los países “progresistas” de América Latina:
“…los países
latinoamericanos que siguieron creciendo y distribuyendo renta, disminuyendo la
desigualdad que aumenta exponencialmente en el centro del sistema, son un factor
de perturbación, son la prueba concreta de que otra forma de enfrentar la crisis
es posible. Que se puede distribuir renta, recuperar el rol activo del Estado,
apoyarse en los países del Sur del mundo y resistir a la crisis.”
Como ya
señalé, los datos de la situación argentina permiten afirmar que Sader está
equivocado, por lo menos en lo que hace a nuestro país. Sigamos adelante. Sader
sostiene que la contraofensiva de la derecha va dirigida contra la estrategia
adoptada por Argentina en el tema de la deuda. Según él, dicha estrategia fue
exitosa y constituye un ejemplo para otros países:
“La
formidable arquitectura de renegociación de la deuda argentina nunca fue
asimilada por ellos. Quieren que sea un mal ejemplo para Grecia, Portugal,
España, Egipto, Ucrania y tantos otros países aprisionados en las trampas del
FMI. Tienen que demostrar que los dictados de la dictadura del capital
especulativo son ineludibles.”
Resulta difícil de entender cómo una estrategia que se tradujo en un aumento del
monto
de la deuda, luego de una década de pago desenfrenado, pueda concebirse como un
éxito y un ejemplo.
Sader
identifica al “capital especulativo” como el enemigo de Argentina y de los
países “progresistas” latinoamericanos en general. En sus palabras:
“La nueva
ofensiva en contra de Argentina tiene que ser contestada por todos los gobiernos
latinoamericanos que son, en distintos niveles, igualmente víctimas del capital
especulativo, que se resiste a reciclar las inversiones productivas que
necesitamos. Es hora de que los gobiernos de los otros países de la región no
sólo acompañen a las misiones argentinas, sino que también asuman la disposición
de imponer impuestos a la libre circulación del capital financiero. Una medida
indispensable, urgente, que sólo puede ser asumida por un conjunto de países en
forma de unidad.”
Siempre
limitándome al análisis del caso argentino, cabe decir dos cosas para poner en
entredicho el argumento de Sader: a) el año pasado, el sector que obtuvo mayores
ganancias en el 2013 fue el de los bancos; b) entre 2007-2012 se produjo una
fuga de capitales estimada en 80 mil millones hasta el cepo cambiario. En otras
palabras,
durante la década kirchnerista el llamado capital financiero (o especulativo, si
se prefiere) recibió un trato preferencial, permitiendo que acumulara
importantes ganancias y tuviera los dólares necesarios para fugar al exterior.
Pero la
cuestión del capital especulativo es mucho más compleja del planteo que hace
Sader. En una economía capitalista el trabajo es el creador de valor. Esto ya es
sabido desde los tiempos de Adam Smith. Por tanto, el capital aplicado a la
producción es quien genera el plusvalor que se reparte el conjunto de los
capitalistas.
En otras palabras, sólo la producción genera el valor que puede
repartirse entre las distintas fracciones del capital. El dinero no crea dinero.
En otros términos, el capital financiero no crea valor; por tanto, depende para
su existencia del capital productivo. Además, y esto ya era sabido en los
tiempos de Lenin, capital industrial, capital comercial y capital bancario se
hayan estrechamente entrelazados. Por último, capitalismo y afán de ganancias
van de la mano. Acusar de “especulativo” a un capital por buscar mayores
ganancias carece de sentido en una economía capitalista.
¿Por qué
Sader insiste entonces con la cantinela del “capital especulativo?
En 2002,
bajo la presidencia de Eduardo Duhalde, se inició una recomposición del
capitalismo argentino luego de la liquidación de la Convertibilidad en diciembre
de 2001.
Esa recomposición, basada en la devaluación, los bajos salarios, la
utilización de la capacidad ociosa luego de largos años de recesión y la
exportación de productos primarios, fue continuada por los gobiernos de Néstor
Kirchner y Cristina Fernández. Esta última reconoció en un discurso que los
empresarios “la levantaron con pala”, aludiendo a las enormes ganancias de los
capitalistas durante el período iniciado en 2003. No hay dudas, pues, sobre el
carácter capitalista del kirchnerismo.
Aquí corresponde hablar de Sader y su caracterización de la situación argentina. No hace falta mucho esfuerzo para comprobar que esta caracterización es totalmente equivocada. Pero Sader representa un tipo de intelectual aferrado a los gobiernos de América Latina. Se trata de ex izquierdistas, muchos de ellos ex marxistas, que aceptan al capitalismo como un fenómeno natural. Para ellos la revolución socialista es una utopía inalcanzable, la clase obrera dejó de existir subsumida en un mar de identidades y la explotación es un concepto perimido que no da cuenta de las nuevas realidades del capitalismo. Cuando se los apura, muestran serias dificultades para demostrar la verdad de los asertos mencionados. Pero eso carece de importancia, pues aceptar el capitalismo les permite medrar al calor de la expansión del Estado (léase, para ellos, aumento de las posibilidades de obtener un empleo rentable en el Estado). A cambio de su aceptación del capitalismo, ellos obtienen cargos públicos, proporcionando un matiz “progresista” y/o “rebelde” a los Estados que llevan adelante la recomposición capitalista.
El mercado
de intelectuales es muy competitivo en sociedades donde hay un importante
desarrollo del sistema universitario. Entonces, los intelectuales “progresistas”
enfrentan el problema de cómo distinguirse del resto (por ejemplo, de los
intelectuales liberales) y poder venderse así en condiciones más ventajosas. La
respuesta está contenida en el artículo de Sader que estoy comentando. Frente a
los liberales, que defienden al capitalismo en bloque,
los intelectuales
“progresistas” se presentan como rebeldes al combatir de palabra al capitalismo
“especulativo”. Para ellos, el capitalismo es bueno, lo malo son sus
contradicciones (Marx dijo esto hace muchísimo tiempo, refiriéndose a Proudhon);
esas contradicciones encarnan en el capital “especulativo”, que impide el
crecimiento de los pueblos. De este modo, y en el marco de una recomposición del
capitalismo latinoamericano, que pretende alejarse discursivamente del
neoliberalismo, el intelectual “progresista” suma puntos y entra a medrar en el
aparato estatal.
No cabe la
menor duda de la sinceridad de Sader. Sólo que se trata de una sinceridad
respecto a los intereses del grupo de intelectuales con que se identifica. Por
eso hay tan poco de realidad argentina en su artículo, si se me permite la
expresión.
NOTA: Como en
todos mis escritos, no se encuentra nada original en el presente artículo. Por
eso quiero mencionar mi deuda con el profesor Rolando Astarita, de cuyo artículo
“"Después
del Club de París, fondos buitres"” tomé los datos cuantitativos
referentes a la deuda externa argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario