13 de julio de 2018

Lula, como todos los progresistas, instauró la subordinación al Capital.

El PT, el neoliberalismo y el régimen brasileño
13 de junio de 2017

Edison Urbano
Movimiento Revolucionario de Trabajadores, Brasil.

El ritmo vertiginoso de la crisis política brasileña y la posible “resurrección” del PT, de la mano del regreso de Lula, vuelven a poner en el centro la trayectoria de este partido y su papel en momentos decisivos1 . Del origen en las huelgas metalúrgicas al ascenso popular de los ‘80 y la sorpresa del “Lula-lá” en 1989 Lula surge como figura nacional como presidente del Sindicato de los Metalúrgicos de São Bernardo do Campo (ciudad industrial del Gran San Pablo), un sindicato cuya dirección había convivido con la dictadura y que de repente, renovando su dirigencia, se ve al frente de un auge de huelgas obreras.

El PT será entonces la combinación del despertar político de amplios sectores de trabajadores y un proyecto de canalizar las energías para un partido reformista, actuante dentro del orden burgués. Al menos cuatro sectores sociales distintos se unen para encabezar la fundación del PT: el llamado “nuevo sindicalismo” encabezado por Lula; sectores de la Iglesia católica; sectores de la intelectualidad de izquierda influenciada por el eurocomunismo; y las corrientes organizadas de la izquierda radical, sobre todo las de origen trotskista y las exguerrilleras.

En las resoluciones de los primeros encuentros, así como en su programa, se manifiesta el eclecticismo característico de esa “amalgama política”: una fraseología acerca de un “nuevo tipo” de socialismo, de contornos indefinidos, sin una estrategia clara de poder. El historiador Lincoln Secco resumía esa fase del partido, de los años ‘80 hasta mediados de los ‘90, diciendo, “El resultado de esos encuentros terminaba siendo una tesis moderada enmendada por los radicales”2 . A medida que se va enraizando en la sociedad y creciendo, el PT manifiesta su orientación profundamente conciliadora en los momentos políticos fundamentales de la transición: en la campaña por elecciones directas y la Asamblea Constituyente tutelada por el expresidente José Sarney (PMDB) y los militares, en las elecciones de 1989. Sin dejar de dirigir las huelgas económicas de los trabajadores y, por esa vía aumentar su influencia, la operación fundamental del PT será siempre la de separar la esfera económica de la política, dejando esta última invariablemente bajo la hegemonía de la burguesía.

El creciente descontento con los sucesivos fracasos de los planes económicos de Sarney da origen a un nuevo ciclo de huelgas, que coincide con la primera elección presidencial directa en 1989. Entonces explota el “fenómeno Lula”, que sorprendió a todos y disputó cabeza a cabeza con el aventurero reaccionario Fernando Collor de Mello. La derrota de Lula en 1989 tuvo, sin embargo, el efecto contradictorio de reforzar la estrategia electoralista de la dirección del PT. El PT como pilar del régimen: del “Fora Collor” a la oposición moderada a Fernando Henrique Cardoso. Comprometido con el “orden democrático”, el PT es uno de los últimos partidos en adherir al impeachment de Collor, no por críticas de izquierda sino al contrario: por miedo a la inestabilidad que podría generar, como argumentó José Dirceu, en ese entonces diputado federal por el PT, jefe de Gabinete de Lula. Más tarde, cuando el proceso ya era inevitable, el PT actuó como partido de la contención, evitando que la lucha contra Collor tuviera una cara obrera. En una consciente división de tareas, la dirección petista cedió el protagonismo a la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), dirigida por el PCdoB. La izquierda petista, en el pico de influencia interna, organizó encuentros obreros, como el de Belo Horizonte, pero no hizo de ellos un bastión para una salida independiente.

Ese compromiso fundamental con la estabilidad burguesa será la “segunda alma” del PT a lo largo de su historia. Si en la lucha contra la dictadura en los años ‘80 el PT ya había mostrado que su apuesta a la conciliación de clases era más importante que su compromiso con las demandas más sentidas del pueblo trabajador, hay sin embargo un cambio cualitativo operado durante los años ‘90. Como señaló un estudioso del papel del PT durante el “Fora Collor”: Ese comportamiento político puede ser considerado un indicador del proceso de aceptación pasiva por parte del PT, de las propuestas neoliberales (...). No se trata, por lo tanto, de una adhesión activa al neoliberalismo. Ocurre que la táctica petista de priorizar la lucha por la ética en la política en detrimento de la lucha contra el neoliberalismo (...) tuvo consecuencias políticas3.

Vale señalar que en ese debate la dirección del PT, con Dirceu y Lula a la cabeza, mantuvo una postura tan a la derecha que las corrientes que se reivindicaban trotskistas se diferenciaron adoptando un programa tan adaptado como la propia lucha por el impeachment. Esta actitud no era una cuestión aislada. En mayo de 1991, en una entrevista a la revista Exame, Aloizio Mercadante, miembro fundador del PT, decía: Creo que el tiempo de protesta como propuesta política se terminó. O superamos esta fase de la política como negación y como denuncia, por una política de la afirmación, de la construcción y de la alternancia, o difícilmente encontraremos una respuesta a los problemas de la sociedad4.

ya en 1994 intendentes petistas –Antonio Palocci en Ribeirão Preto, entre otros– dieron comienzo a la privatización de las empresas municipales de telecomunicaciones: “fueron privatistas avant la lettre, antes que el gobierno de FHC [Fernando Henrique Cardoso]”5 .

Embriagados con la posibilidad de elección de Lula, los dirigentes petistas se hicieron aún más conservadores después de 1989. Junto con eso, incluso en la izquierda, se consolidó una expectativa de que el proceso político brasileño tuviera que pasar por la experiencia de Lula en el gobierno –en las versiones más “izquierdistas” de esa tesis, como la del grupo morenista PSTU y sus congéneres, eso sería sólo la antesala de la radicalización revolucionaria de las masas–. Así, a lo largo de los ‘90, el PT fue el “ala izquierda” de la aplicación de los planes neoliberales, un sustento por izquierda de la democracia degradada creada en 1988. A través de la burocracia sindical, el PT también fue responsable de la aprobación de la reestructuración neoliberal de las relaciones de producción (bancos de horas, precarización, tercerización, flexibilización, etc.).

En este proceso tuvieron un papel importante las “cámaras sectoriales”, un símbolo del PT de los ‘90. En esta propuesta, teorizada por el economista Paul Singer, la vieja idea de los difusos “consejos populares” defendidos en el programa del PT de los ‘80, se transformaba en una directamente liberal: cámaras de conciliación de intereses entre empresarios y trabajadores como eventual “forma de gobierno”. En la práctica, las cámaras sectoriales fueron también un mecanismo para romper la unidad de la clase (divisiones por gremio y sector para negociaciones salariales y de convenio). Estos mecanismos cumplieron un papel importante para que los capitalistas pudiesen imponer su ofensiva neoliberal. Por otro lado, cuando tuvo la oportunidad de enfrentar al neoliberalismo de FHC en una batalla decisiva, el PT capituló en la gran huelga petrolera de 19956.

Más tarde, durante el período 1998/99, cuando la popularidad del Plan Real ya se había liquidado y FHC, después de ganar nuevamente en primera vuelta contra Lula, devaluó la moneda, la estrategia petista cobró nuevo precio.

Lejos de apostar a la lucha de clases, más que nunca el PT hizo un pacto de estabilidad para apostar a una elección “tranquila” de Lula en 2002.

La elección en frío de Lula contuvo la explosión popular contra el neoliberalismo.
El PT llegó al gobierno. No como producto de una gran movilización de masas, sino al contrario, como resultado “frío” y puramente electoral del desgaste del neoliberalismo de FHC. Lo importante es que fue el resultado de la estrategia deliberada de la dirección petista. De ahí la necesidad de rechazar los argumentos cínicos que atribuyen el conservadurismo de los gobiernos de Lula y la timidez de sus medidas populares como fruto de una “correlación de fuerzas desfavorable”.

Se fue consolidando cada vez más en una estrategia de inmovilismo, y fue así que se dio su llegada al gobierno federal en las elecciones de 2002. Cabe recordar que en esa época se combinaban el descontento popular con FHC, acumulado desde 1998, con el agotamiento del ciclo neoliberal de los ‘90 en toda la región, dando origen a rebeliones populares y levantamientos de masas como las jornadas revolucionarias de diciembre de 2001 en Argentina, las rebeliones populares en Bolivia en 2000, 2003 y 2005 –solo contenidas luego de la asunción de Evo Morales, que en ese sentido tuvo un papel similar al de Lula: con la diferencia que el brasileño tuvo un carácter preventivo y logró impedir una explosión de masas–. Desde este punto de vista, el problema del “lulismo” para la clase obrera no fue sólo que no modificó, sino por el contrario, profundizó la subordinación estructural del país al imperialismo, su atraso económico, sus desigualdades históricas (la base de apoyo fundamental fue el trinomio agronegocio, bancos y constructoras).

De hecho, mantuvo y extendió lo principal de la década neoliberal, como la precarización del trabajo, muchas de las privatizaciones, la penetración de las multinacionales, la reprimarización exportadora, la dependencia del capital financiero internacional y el deterioro de los servicios públicos. Esto tuvo consecuencias cuando la marea creciente del mercado mundial impulsada por China-Estados Unidos entró en una crisis histórica, cuyo agotamiento puede ser simbolizado por Trump y el Brexit. Incluso para un intelectual ligado orgánicamente al proyecto petista, el lulismo sería un fenómeno conservador, como fue analizado en el célebre artículo sobre las “Raíces sociales e ideológicas del lulismo”, … para analizar la naturaleza del lulismo, consideramos conveniente agregar la combinación de ideas que, a nuestro modo de ver, caracteriza la fracción de clase que por él sería representada: la expectativa de un Estado suficientemente fuerte para disminuir la desigualdad, pero sin amenazar el orden establecido7 .

Ahí está la esencia del problema: ¡un intento de disminuir la desigualdad sin amenazar el orden establecido! El PT se consolida como un pilar decisivo del régimen burgués, pero asume una ubicación aún más profunda cuando, a la cabeza del poder ejecutivo, le pone su marca, bajo el nombre de lulismo, a lo que sería el efímero sueño dorado del capitalismo brasileño. Combinando crédito, consumo y conciliación, y distribuyendo mediante planes asistenciales, se creyó que se podría crear un “Brasil potencia” con gradualismo lulista. Sin embargo este representaba solo un proyecto estructuralmente regresivo, basado en la exportación de commodities, agronegocio, relación con las constructoras y Petrobras –un proyecto que la revista inglesa The Economist no dudó en llamar “Hacienda del Mundo”, pero que durante algunos años generó euforia en empresarios y petistas–.

La crisis económica mundial y las jornadas de junio de 2013
Lo interesante es que todo esto desembocó en las movilizaciones de junio de 20138. Bajo el impacto de la crisis económica mundial, de la “primavera árabe” y de los levantamientos de la juventud en varios países, la juventud brasileña desató enormes manifestaciones espontáneas, en principio por el aumento del transporte, pero después “contra todo” y por más derechos. Aquello que André Singer había analizado en el auge del lulismo como separación de clase media y de importantes sectores organizados de los trabajadores con relación al PT –que entonces encontraba una nueva base social en los pobres urbanos de la “nueva clase C”– siguió desarrollándose hasta el “momento de escisión” en junio de 2013. Digna de mención fue la hostilidad con la que los ideólogos petistas respondieron al hecho de que las masas volvían a las calles. Se quebraba, de hecho, la mayor conquista de los gobiernos petistas, que era el total inmovilismo de la sociedad civil9.

El PT en el gobierno supo hacer falsas promesas para intentar desviar el proceso, y crear un pacto nacional represivo para garantizar el Mundial de Fútbol de 2014, incluyendo el uso de las Fuerzas Armadas y la ley antiterrorismo de Dilma Rousseff, entre otros. Si en las elecciones Dilma tuvo que hacer una demagogia de izquierda, diciendo que no descargaría la crisis sobre los trabajadores, el día siguiente a la asunción bastó para desenmascarar el fraude electoral. Así se formó el caldo de cultivo para el golpe institucional del 2016. En otras palabras, fue el propio PT el que allanó el camino a la llegada de la derecha al poder, y cuando el golpe institucional ya estaba en curso, hizo lo que pudo para dar un marco “discursivo” a su enfrentamiento, sin organizar una lucha real con los métodos de la clase trabajadora.

El escenario actual
Después de pasar por la operación judicial “Lava Jato”, que investiga los entramados de corrupción en Petrobras, el PT herido de muerte amenaza con resurgir, por dos vías distintas y opuestas. Por un lado, preservado por el golpe institucional (que evitó que fuera el artífice central de los ataques con los que la burguesía quiere descargar la crisis sobre los trabajadores), el PT adquiere sobrevida. En este sentido, no es una “sorpresa” la vuelta del “Lula 2018” como reacción ante el agravamiento de los ataques bajo el golpista Temer. Por otro lado, la posible salvación del PT puede venir de los “de arriba”. Bajo el impacto de los interminables entramados de corrupción, de la posible (aunque no probable) evolución más “radical” de la operación Lava Jato en el sentido de “Manos Limpias” y de la virtual inviabilidad política de todos los partidos centrales del régimen político (PSDB, PMDB, PT), es posible un nuevo e inesperado papel de garante del orden para Lula y el PT. Seguir este escenario político turbulento, atentos a las manifestaciones ruidosas y también a las silenciosas entre las masas, es una tarea de primer orden en este momento. La entrada en escena de los trabajadores con sus propios métodos (como en el gran paro general del 28A), que estamos viendo frente a los ataques de Temer, plantea un escenario propicio para avanzar.
Para una conclusión
El papel histórico de los partidos, las clases, los individuos, no se establece por una sumatoria difusa de microexperiencias cotidianas, por más significativas que sean. En la historia de los pueblos y de las clases y, por lo tanto, de los partidos, existen puntos de inflexión en los que el cúmulo de pequeñas experiencias se concentra en momentos de decisión. Así fue, en el caso del PCB, antecedente histórico del PT, con el discurso de Prestes en 1945 a favor de Getulio Vargas y de “apretar los cinturones”, así fue el nuevo giro del PCB en 1958 a favor de la colaboración de clases abierta y del pacifismo, justamente en la inflexión de la etapa preparatoria que en pocos años antecedía el proceso revolucionario de 1961-1964 y el golpe fatal de 1964. El PT debería ser evaluado según el papel fundamental que el partido cumplió en el desvío de la lucha contra la dictadura, en nombre de conquistar la democracia; más tarde, en la crisis del “Fora Collor”, en nombre de preservarla; en la oposición a FHC, en nombre de garantizar la estabilidad y la elección de Lula; los acuerdos ultraconservadores del lulismo, en nombre de la gobernabilidad; la aceptación del golpe, en nombre de no dividir al país. En todos los momentos decisivos en los últimos casi treinta años, lo que se mostró una y otra vez es que el primer compromiso del PT es con el orden burgués. Siempre en defensa de la estabilidad, de la gobernabilidad y de la institucionalidad burguesa, puede ser considerado con razón como el gran aval del régimen de 1988. Es lo que vemos incluso ahora frente a los ataques del gobierno golpista de Temer. Frente a la reforma jubilatoria, para el PT la huelga general no es una medida defensiva que se transforma en ofensiva contra el gobierno. Al contrario, es una amenaza para la presión parlamentaria o, como mucho, una demostración moderada, para negociar mejores condiciones. Lo mismo podemos decir del sentido estratégico del discurso de Lula en la avenida Paulista en el pico de la movilización contra el golpe en marzo de 2016, cuando planteó mostrar moderación e incluso hacer un guiño a la derecha golpista. Allí prevaleció, una vez más, el compromiso con el orden burgués. Una figura emergente en la izquierda brasileña actual, el líder del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) Guilherme Boulos, afirmó recientemente, ¿Cuál es el papel de la izquierda? La izquierda tiene que ser capaz de presentar una salida a la crisis, que no sea la posición de aval de una República que perdió la credibilidad social. La defensa de las garantías constitucionales contra los arbitrios del poder judicial y la antipolítica reaccionaria no puede confundirse con un pacto de salvación del régimen. Tomando esta idea, pero yendo necesariamente más allá: cuando hablamos de la necesidad de imponer con la lucha una verdadera Asamblea Constituyente Libre y Soberana, no estamos hablando solo, ni principalmente, del ordenamiento político y jurídico del país, sino de dar una respuesta que parta de anular todas las leyes antipopulares de Temer y los gobiernos anteriores, y que ponga sobre la mesa los grandes problemas nacionales, para que los trabajadores vean en la práctica que solo un gobierno de trabajadores de ruptura con el capitalismo podrá dar solución a las demandas más sentidas de las masas. El régimen no solo está en crisis, sus entrañas están expuestas y todos pueden ver lo podrido que está. Ofrecer una salida anticapitalista, obrera y popular está a la orden del día. Traducción: Isabel Infanta

1. Esta es una versión adaptada del artículo “Notas sobre o PT, o neoliberalismo e a crise do regime de 1988” disponible en http://esquerdadiario.com.br/ ideiasdeesquerda. 2. Lincoln Secco, História do PT, São Paulo, Ateliê Editorial, p. 100. 3. Danilo Enrico Martuscelli, “O PT e o impeachment de Collor”, disponible en www.scielo.br. 4. Citado en Danilo Martuscelli, ob. cit. 5. Lincoln Secco, ob. cit., p. 166. 6. Ver Leandro Lanfredi, “A greve dos petroleiros de 1995: o papel do PT e o avanço do neoliberalismo”, Ideias de Esquerda 1, mayo de 2017. 7. André Singer, disponible en www.scielo.br. 8. Ver Iuri Tonelo, “Herencia de junio: empieza a surgir un ‘sujeto peligroso’ en Brasil”, IdZ 5, noviembre 2013. 9. En diferentes claves, ese proceso fue analizado por Perry Anderson, Luiz Werneck Vianna y Francisco de Oliveira, entre otros autores marxistas y no marxistas.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/wp-content/uploads/2017/06/13_16_Urbano.pdf

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