Ante un
nuevo 20 de Diciembre, seguimos construyendo Poder Popular
19 de diciembre de 2014
19 de diciembre de 2014
Organizaciones
de la
Izquierda Independiente
Las jornadas del 19 y 20 de diciembre de
2001 marcan el levantamiento popular más importante de la historia argentina
reciente, terminaron con el gobierno neoliberal de Fernando De La Rúa y
abrieron una nueva etapa histórica en nuestro país. El 2001 nos enseñó que sólo
con la lucha en las calles, con la organización y la movilización del pueblo,
pudimos enfrentar lo más nefasto del programa neoliberal. Durante esas jornadas
históricas, nuestro pueblo acumuló una importante experiencia política y
organizativa y aprendió que sólo puede salvarse a sí mismo, que sólo la
organización y la lucha le permitieron frenar a los de arriba. El 2001 nos deja
la creación de Poder Popular como horizonte político, como eje de todo proyecto
emancipatorio y como base de la
lucha. En el ciclo de luchas de la resistencia al
neoliberalismo, cambió significativamente la correlación de fuerzas entre las
clases en nuestro país. La tenacidad y valentía de nuestro pueblo movilizado,
retomando sus mejores tradiciones de organización y de lucha, plantearon un
nuevo mapa político donde el neoliberalismo no podía seguirse sosteniendo en
los mismos términos de los años 90.
Sin embargo, también debemos reconocer que toda la fuerza que tuvo nuestro pueblo para resistir en neoliberalismo en las calles y en las rutas, no alcanzó para salir de la crisis con un proyecto de ofensiva socialista para nuestro país. Faltaba, entonces, la vocación de convertir la resistencia, la indignación y la bronca en cambio político. Tras años de derrota neoliberal, con una generación entera de militantes exterminada por la sanguinaria dictadura en los 70, el pueblo se levantó con las herramientas que tenía, acumuló experiencia, resistió tenazmente y modificó la faz de nuestra realidad. Esa lucha no alcanzó para pasar a una ofensiva socialista que tuviera como meta una construcción integral de poder, pero dejó por saldo una nueva configuración política en el país.
Ante la tenacidad de la resistencia popular contra el neoliberalismo, pero la falta de un proyecto de país alternativo que permitiera una ofensiva clara, burguesía se encargó de recomponer la dominación social en las nuevas condiciones. El kirchnerismo fue, en lo fundamental, la respuesta de la fracción más lúcida de la clase dominante argentina a esa nueva correlación de fuerzas. La elite política kirchnerista entendió que la única manera de disciplinar al pueblo envalentonado del 2001 era generando desde el Estado un nuevo compromiso de clase, que hiciera algunas concesiones y medidas progresistas para desactivar la bronca del “que se vayan todos” y restituir la gobernabilidad y la acumulación capitalista. Se abrió entonces una nueva etapa histórica en nuestro país, condicionada por el avance de los y las de abajo en la resistencia antineoliberal, pero comandada por una nueva táctica de la clase dominante, esta vez decidida a desplegar una fuerte construcción hegemónica.
Durante el kirchnerismo se dieron importantes continuidades y rupturas con el neoliberalismo de las tres décadas anteriores. Por un lado, el gobierno relanzó el rol del Estado como garante de la conciliación entre el pueblo trabajador y la burguesía transnacionalizada. Mediante la reapertura de paritarias, la ampliación de planes sociales, los juicios a los genocidas y otras medidas progresistas, el gobierno construyó un Estado parcialmente poroso los intereses de los trabajadores y el pueblo. Presentó, así, su proyecto de gobierno como una reedición del ideario nacional-burgués en el contexto globalizado del Siglo XXI, logrando interpelar a amplias franjas de nuestro pueblo. Durante este ciclo apoyamos y reconocimmos algunas de esas medidas, pero sin desdibujar nuestra estricta independencia de clase y nuestra oposición al carácter global (inequívocamente burgués) del gobierno.
Allende las medidas progresistas asumidas, durante la década kirchnerista no se eliminaron, sino que se profundizaron los mayores pilares del capitalismo dependiente argentino. Empeoró la dependencia de la exportación agrícola, se relanzó la acumulación capitalista a partir del despojo de nuestros bienes comunes, la violencia sobre nuestro medio ambiente y la entrega de nuestra economía a la alianza del capital transnacional y una lumpen-burguesía local parásita asociada al imperialismo. El kirchnerismo intentó hacernos creer que se podría hacer “bien” lo que inherentemente está “mal”: que puede haber un desarrollo nacional independiente en un país periférico, que la verba antiimperialista puede esconder el religioso pago de la deuda externa y la connivencia con el imperialismo, en fin, que la conciliación de clases en aras del discurso nacionalista burgués es viable y puede favorecer a los y las de abajo.
Sin embargo, también debemos reconocer que toda la fuerza que tuvo nuestro pueblo para resistir en neoliberalismo en las calles y en las rutas, no alcanzó para salir de la crisis con un proyecto de ofensiva socialista para nuestro país. Faltaba, entonces, la vocación de convertir la resistencia, la indignación y la bronca en cambio político. Tras años de derrota neoliberal, con una generación entera de militantes exterminada por la sanguinaria dictadura en los 70, el pueblo se levantó con las herramientas que tenía, acumuló experiencia, resistió tenazmente y modificó la faz de nuestra realidad. Esa lucha no alcanzó para pasar a una ofensiva socialista que tuviera como meta una construcción integral de poder, pero dejó por saldo una nueva configuración política en el país.
Ante la tenacidad de la resistencia popular contra el neoliberalismo, pero la falta de un proyecto de país alternativo que permitiera una ofensiva clara, burguesía se encargó de recomponer la dominación social en las nuevas condiciones. El kirchnerismo fue, en lo fundamental, la respuesta de la fracción más lúcida de la clase dominante argentina a esa nueva correlación de fuerzas. La elite política kirchnerista entendió que la única manera de disciplinar al pueblo envalentonado del 2001 era generando desde el Estado un nuevo compromiso de clase, que hiciera algunas concesiones y medidas progresistas para desactivar la bronca del “que se vayan todos” y restituir la gobernabilidad y la acumulación capitalista. Se abrió entonces una nueva etapa histórica en nuestro país, condicionada por el avance de los y las de abajo en la resistencia antineoliberal, pero comandada por una nueva táctica de la clase dominante, esta vez decidida a desplegar una fuerte construcción hegemónica.
Durante el kirchnerismo se dieron importantes continuidades y rupturas con el neoliberalismo de las tres décadas anteriores. Por un lado, el gobierno relanzó el rol del Estado como garante de la conciliación entre el pueblo trabajador y la burguesía transnacionalizada. Mediante la reapertura de paritarias, la ampliación de planes sociales, los juicios a los genocidas y otras medidas progresistas, el gobierno construyó un Estado parcialmente poroso los intereses de los trabajadores y el pueblo. Presentó, así, su proyecto de gobierno como una reedición del ideario nacional-burgués en el contexto globalizado del Siglo XXI, logrando interpelar a amplias franjas de nuestro pueblo. Durante este ciclo apoyamos y reconocimmos algunas de esas medidas, pero sin desdibujar nuestra estricta independencia de clase y nuestra oposición al carácter global (inequívocamente burgués) del gobierno.
Allende las medidas progresistas asumidas, durante la década kirchnerista no se eliminaron, sino que se profundizaron los mayores pilares del capitalismo dependiente argentino. Empeoró la dependencia de la exportación agrícola, se relanzó la acumulación capitalista a partir del despojo de nuestros bienes comunes, la violencia sobre nuestro medio ambiente y la entrega de nuestra economía a la alianza del capital transnacional y una lumpen-burguesía local parásita asociada al imperialismo. El kirchnerismo intentó hacernos creer que se podría hacer “bien” lo que inherentemente está “mal”: que puede haber un desarrollo nacional independiente en un país periférico, que la verba antiimperialista puede esconder el religioso pago de la deuda externa y la connivencia con el imperialismo, en fin, que la conciliación de clases en aras del discurso nacionalista burgués es viable y puede favorecer a los y las de abajo.
Hoy, el proyecto kirchnerista se está agotando. Pasados 10 años de crecimiento “a tasas chinas”, el capitalismo argentino enfrenta una vez más uno de los cuellos de botella típicos del desarrollo periférico y dependiente. El “modelo” fracasa por su propio éxito y se topa con los crónicos males de la restricción externa, la insolvencia a la hora de producir bienes de capital y la incapacidad para sostener el crecimiento en un contexto de crisis económica mundial. Los “superávits gemelos” (fiscal y comercial), que eran los pilares de la moderada “redistribución” propulsada desde el Estado, ya no están presentes.
Al mismo tiempo, la propia táctica del kirchnerismo de desmovilizar a los sectores populares y relegitimar el rol del Estado como garante del compromiso entre clases, socavó las posibilidades de resistir una nueva embestida de
Ante esta situación, es imprescindible levantar con claridad las banderas del clasismo, la lucha y la creación de poder popular. La experiencia nos enseña que la burguesía argentina sólo aceptó hacer concesiones a las y los de abajo cuando tuvo miedo. En el 2001 tuvieron miedo, y sólo pudieron salir del brete integrando al pueblo trabajador en una reedición tardía del proyecto populista de la conciliación de clases. Hoy, se revela que el saldo de ese proyecto es una nueva derrota para el pueblo trabajador, que se expresa en la probable sucesión presidencial a manos de un populismo conservador.
Se abre, por lo tanto, un
nuevo ciclo de resistencias para nuestro pueblo. En los años que se vienen será
indispensable encontrarnos en la lucha y en la calle, en la unidad de todos los
sectores del pueblo que, desde la independencia de clase y la creación de poder
popular, se presten a enfrentar el giro a la derecha que nos proponen los de
arriba. Esta unidad debe abarcar a las distintas expresiones de la nueva
izquierda que fueron acumulando experiencia en estos años, a las agrupaciones
de la izquierda tradicional que han sostenido su independencia de clase, y
también a los sectores del pueblo que adhirieron al consenso kirchnerista, pero
que no están dispuestos a pactar con un candidato del viejo PJ y van a sumarse
a las filas de la resistencia en la etapa que se abre.
Al mismo tiempo, todo este balance histórico nos obliga a prepararnos, como militantes, para estar en mejores condiciones y pasar a la ofensiva cuando nuestro pueblo vuelva a alzarse contra los de arriba. En el
Frente
Popular Darío Santillán
COBLa Brecha
Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional
Movimiento porla
Unidad Latinoamericana y el Cambio Social (MULCS)
Corriente Popular Juana Azurduy
El Avispero-Bartolina Sisa
Corriente Surcos
Democracia Socialista
Barricada TV
Colectivo porla
Igualdad
Pueblo en Marcha
COB
Frente Popular
Movimiento por
Corriente Popular Juana Azurduy
El Avispero-Bartolina Sisa
Corriente Surcos
Democracia Socialista
Barricada TV
Colectivo por
Pueblo
Fuente:
http://www.dariovive.org/?p=7021
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