11 de noviembre de 2015

II. Reflexiones sobre las elecciones y la necesidad de debatir el modelo para unir todas las resistencias a su avasallamiento de derechos.

Argentina ante el balotaje
31 de octubre de 2015

Por Guillermo Almeyra (Rebelión)
En Argentina se vive un doble naufragio: el del siempre vago proyecto “progresista” del kirchnerismo, con todas sus implicaciones a nivel continental y de la UNASUR y el Mercosur ya golpeadísimos por la crisis brasileña, y el mayor y más grave del país en su conjunto que, al votar en un 90 por ciento por tres candidatos derechistas, discípulos de Carlos Menem, el funesto Salinas de Gortari argentino, se entregó atado de pies y manos al arbitrio de Estados Unidos y del gran capital.
Lo poco que el país había avanzado con los gobiernos kirchneristas así como el asistencialismo distributivo están en peligro de ser liquidados por cualquiera de los dos candidatos. Las graves tendencias del kirchnerismo favorables a las empresas y a la minería y las finanzas y a buscar una solución policial a los problemas sociales, por el contrario, se multiplicarán.
Daniel Scioli, candidato oficial a regañadientes, insultado, repetidamente debilitado y humillado por la presidente Cristina Fernández hasta que, a falta de otro, terminó ungiéndolo, no tiene grandes diferencias con el millonario Mauricio Macri: ambos entraron en política desde ambientes ajenos (la motonáutica, el primero, el fútbol, el segundo), ambos siguieron a Menem y tienen relaciones privilegiadas con las grandes empresas extranjeras y la oligarquía argentinas. De modo diferente y con distintos plazos ambos ofrecen devaluar el peso, una rebaja de los ingresos reales de los trabajadores, más policía con gatillo fácil.
¿Cómo se llegó a esto? Por las mismas razones que ponen en peligro la permanencia de Dilma Rousseff y del Partido de los Trabajadores en el gobierno de Brasil. O sea, por la impotencia y la falta de voluntad política para cambiar la estructura económica del país, que siguió siendo exportador de materias primas y, en particular, de granos y de soya, y por la corrupción con el objetivo de encontrar fondos para el asistencialismo clientelista, por un lado y, por otro, para comprar aliados derechistas (en Brasil, el PMDB y en Argentina, los gobernadores del OPUS DEI, antiabortistas, agentes de la gran minería extranjera), así como por la ignorancia (que llevó a considerar a la Argentina como un país que podía prescindir de los avatares del mercado mundial hasta que el alza del dólar y la caída de los precios de las exportaciones obligaron a la presidente a dar manotazos de ahogada y a separarse de hecho del Mercosur, de UNASUR y del integracionismo sudamericano).
Junto con la corrupción, la arrogancia y los pésimos resultados económicos, los gravísimos errores políticos de una presidente que no escuchaba a nadie desgastaron al kirchnerismo.
El mayor dislate fue creer en sociólogos y filósofos vendedores de humo que sostenían que se habían acabado las clases y que, al no existir, por lo tanto un movimiento obrero, el sujeto del cambio era “la juventud”. En efecto, mientras el peronismo de Perón se apoyó en los obreros para hacer una política nacionalista burguesa, el kirchnerismo trató de mantener a los trabajadores al margen, pidiéndoles su voto sólo como ciudadanos. De ese modo diluyó la conciencia elemental de clase de los obreros peronistas y pasó a depender únicamente de los funcionarios juveniles de La Cámpora y de la verborrea incesante de la presidente. Incluso dejó de lado a los millonarios corruptos que dicen ser dirigentes obreros y que forman una burocracia procapitalista que controla los sindicatos con el fraude y con matones.
De esa visión central surgió la perspectiva cultural reaccionaria del kirchnerismo. La transformación, en héroe nacional del gran terrateniente Juan Manuel de Rozas, ultraclerical y partidario de los valores de la Colonia española, el acuerdo con el Papa peronista de derecha, la creación de una Secretaría del Pensamiento Nacional (¡!), la idea de que hacer cultura es difundir gratuitamente solamente cumbias villeras, son la expresión de ese conservadurismo paternalista y reaccionario que favoreció la difusión de la ideología de la derecha proimperialista y alejó sectores progresistas.
La presidente eligió siempre sus primeros ministros entre ex menemistas. Así fue en el caso de Alberto Fernández, hoy opositor, en el de Sergio Massa, informante de la embajada estadounidense y también opositor, en el de Aníbal Fernández, tan desprestigiado que más de un millón de votantes de Scioli no votaron por él. La misma elección de ex menemistas la hizo en el plano económico y hasta en el caso de su vicepresidente, el corrupto Amado Boudou.

Argentina es un país de proyectos interrumpidos a mitad por incapacidad o cobardía: el peronismo fue derrocado en 1955 por el miedo de Perón a depender de los obreros si los armaba en su defensa; el radical Arturo Frondizi fue derribado en los 60 por su temor a ir hasta las últimas consecuencias y el también radical Raúl Alfonsín en los 80 porque se opuso a los obreros y no quiso vencer a la derecha oligárquica. El kirchnerismo es el último de ellos porque quiso gobernar sobre la base de una alianza entre la burguesía nacional, que es debilísima, casi inexistente, y un movimiento obrero al cual desarma políticamente y maniata.
El naufragio del país es inevitable tanto si gana Daniel Scioli como si vence Mauricio Macri, el peronista menemista que se tragó un bigote postizo mientras bailaba imitando a su ídolo Freddy Mercury y tuvo que ser salvado in extremis. No hay otra opción que el voto en blanco aunque es posible que aumente la abstención y que la mayor parte del 20 por ciento que votó por Massa, que es peronista de derecha, vaya a Scioli y no a Macri, por el cual votan los antiperonistas. En cualquier de los casos saldrá elegido un reaccionario con el voto de medio país por falta de otra opción y los que luchan por una alternativa al sistema -como el FIT, con su 3.75 por ciento- podrán desarrollarse entre los huérfanos del kirchnerismo.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=205113

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¿Cómo crecen las derechas?

8 de noviembre de 2015


"No se puede hablar de una reanimación de la izquierda anticapitalista cuando no hay grandes movimientos antisistémicos ni en Europa ni en América y cuando aquélla prácticamente no existe en Rusia, donde Putin lleva a cabo una política que mezcla los restos del zarismo con los del estalinismo, ni existe sino en pequeños núcleos en China, cuyo gobierno se dedica con ahínco a construir un capitalismo moderno". Opinión de Guillermo Almeyra.

Immanuel Wallerstein ve una reanimación de la izquierda a escala mundial, basándose en el triunfo de Justin Trudeau en Canadá; en la victoria de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista británico, o en la existencia de un nuevo gobierno australiano. Estos cambios en el Commonwealth son saludables, pero Trudeau es liberal –en el mejor sentido de la palabra–, no anticapitalista; Corbyn expresa solamente una tendencia radical en un partido burgués de origen obrero que trata de recurrir a sus orígenes para no ser barrido completamente del panorama político y Australia depende demasiado de su comercio con China, lo que explica sus reticencias en las relaciones con Londres y Washington.
A mi juicio, no se puede hablar de una reanimación de la izquierda anticapitalista cuando no hay grandes movimientos antisistémicos ni en Europa ni en América y cuando aquélla prácticamente no existe en Rusia, donde Putin lleva a cabo una política que mezcla los restos del zarismo con los del estalinismo, ni existe sino en pequeños núcleos en China, cuyo gobierno se dedica con ahínco a construir un capitalismo moderno.
¿Cuál "reanimación" puede haber cuando en Alemania se refuerza Angela Merkel; en Francia el primer partido es el Frente Nacional lepenista (con el cual, dicho sea de paso, Putin tiene relaciones privilegiadas); en Europa central y en Escandinavia predominan las fuerzas ultraderechistas y crecen los nazis; en España sigue siendo mayoritario el franquista Partido Popular de Rajoy, y en Italia no hay izquierda, pero sí derecha fascista o fascistizante, por no hablar de lo que sucede en Argentina, en Brasil, en Venezuela misma, y de los problemas gravísimos que enfrentan todos los gobiernos llamados "progresistas" de América Latina?
Ni siquiera en los años treinta, entre las dos guerras, los movimientos que se declaran anticapitalistas estuvieron tan débiles y tan aislados. Hoy la derecha avanza por doquier, mientras en 1934 los obreros socialistas y comunistas impusieron su unidad clasista y aplastaron en la calle a los clerical-fascistas. En los años 34-39, con la insurrección de Asturias y el gobierno de izquierda de 1936, el pueblo español combatió a la monarquía fascista, en Chile y en Brasil los obreros aplastaron al fascismo en la calle, en Argentina crecieron enormemente las huelgas y los sindicatos, en Cuba los estudiantes y el pueblo derribaron la dictadura de Machado.
Elemento fundamental de esas resistencias fue la esperanza en la posibilidad de una salida anticapitalista a la crisis y la existencia de un movimiento obrero de masas anarquista, socialista, comunista que hoy no existe, pues fue primero castrado y finalmente destruido por las políticas de los partidos socialdemócratas y comunistas que culminaron con las transformaciones de las burocracias estalinistas rusa y china en millonarios capitalistas, mafiosos y corruptos.
La derecha crece cuando logra ganar terreno ideológico en los desocupados desesperados y los sectores más atrasados de los trabajadores y las clases medias pobres, que se unen en torno de la minoría de grandes capitalistas o de un grupo de advenedizos y aventureros al servicio de éstos.
La izquierda crece –en cambio– cuan­do se mide y se ve a sí misma pesando en las luchas antisistémicas, no cuando se institucionaliza y se adapta al juego electoral tras someterse al Estado capitalista siguiendo a una dirección plebeya "progresista" que no quiere ni puede salir de los marcos del sistema.
Evo Morales no fue el creador de la izquierda social boliviana: fueron las luchas masivas por el agua y por el gas y las movilizaciones campesinas e indígenas las que expulsaron a Sánchez de Lozada e impusieron elecciones en las que ganó Evo sobre la base de la nueva relación de fuerzas sociales que después permitió derrotar el separatismo y las maniobras de la derecha. Hugo Chávez no creó el chavismo. Simplemente canalizó, con su voluntad revolucionaria y su negativa a rendirse, la exigencia informe de un cambio social que había originado el Caracazo y que después se organizó para liberar al presidente Chávez derrotado y detenido. Incluso el triunfo electoral de Kirchner fue posible sólo por la sangrienta movilización de diciembre del 2001 que obligó a huir en helicóptero a un presidente de la Unión Cívica Radical.
Los gobiernos "progresistas" –al subordinar los movimientos sociales al Estado y al aceptar las reglas del establishment queriendo aparecer "sensatos" y ganar el apoyo electoral de sectores conservadores– destruyen no sólo su base social sino también la conciencia política de la misma, como la griega Syriza y el español Podemos. Ellos difunden una ideología que castra a los trabajadores. El kirchnerismo lo hizo al sostener que no existen las clases (¡en un país donde las clases dominantes tienen una clara y brutal conciencia de clase!) y Lula y la dirección del PT porque creían que, con tal de gobernar, era lícito prescindir de la ética, tener políticas conservadoras y entrar en cualquier componenda para comprar una mayoría.
Sin la lucha contrahegemónica de las izquierdas anticapitalistas en el campo político y cultural, la derecha dominará ideológicamente sin trabas. Son las carencias de las izquierdas las que hacen crecer las derechas, es la falta de independencia frente al Estado capitalista y a sus gobiernos "progresistas" lo que desarma y desmoviliza a los trabajadores, lo que les impide barrer a las burocracias sindicales agentes del capitalismo, autorganizarse, crear poder cotidianamente desde abajo, desarrollar sus capacidades e iniciativas. Los gobiernos que, como el venezolano, creen poder llevar una lucha contra el imperialismo y la derecha sólo con el aparato estatal y sobre todo las fuerzas armadas y mucha retórica nacionalista, preparan su pérdida. Los instrumentos del capitalismo –y el Estado actual es uno de ellos– son débiles e insuficientes para la lucha contra el gran capital. Si quieres democracia, lucha por la revolución social.

Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article10994

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