Sopesando las
herencias progresistas
y la renovación de las izquierdas
15 de diciembre de 2015
Por Eduardo Gudynas (Rebelión)
Los llamados gobiernos progresistas nos están
dejando una compleja herencia política, económica y social, tanto a nivel
nacional como continental. Hasta ahora, muchas evaluaciones aparecen predeterminadas
desde posiciones ideológicas convencionales. Esto hace que desde las miradas
conservadoras se insista en achacarles una larga lista de efectos negativos,
mientras que los defensores progresistas sólo ven avances y aspectos positivos.
Dejando atrás las limitaciones de ese tipo de análisis, es
importante cambiar el foco y recolocarlo en los contextos para las izquierdas.
Entonces, las preguntas serían si los progresismos actuales permiten
profundizar cambios para una renovación de las izquierdas, o por el contrario,
están ahora limitándolos.
Este tipo de preguntas parten de reconocer que los progresismos
son regímenes conceptual y políticamente distintos de las izquierdas
latinoamericanas que les dieron origen años atrás. No son ni una nueva derecha
ni neoliberales, pero también son diferentes de lo que podría describirse como
la amplia coordinación de izquierdas independientes, democráticas y plurales
que florecieron a finales de los años noventa (1).
Entre estos últimos se vuelve evidente que están en marcha cambios hacia posturas políticas que siguen siendo conservadoras, pero son menos acartonados, aceptan ciertos papeles para el Estado e incluso reivindican instrumentos de asistencia social. Esto no puede sorprender ya que responde a sus intereses en mantener sus espacios de poder, así como a la intención de reconquistar el control del Estado. Tampoco puede sorprender que se transformen, aprendan de sus errores y generen nuevas propuestas, ya que las izquierdas también supieron reformularse a lo largo de la década de 1990. La reciente victoria de Mauricio Macri en Argentina es seguramente un ejemplo de esos cambios. El caso venezolano seguramente es más complejo, ya que en el conglomerado opositor cohabitan grupos que van desde la derecha a
Así como observamos efectos sobre las derechas, de la misma manera existen impactos sobre las izquierdas que se definen como plurales, independientes y democráticas. Para ellas, muy posiblemente, las implicancias son más complejas. Las herencias que dejan los progresismos podrían promover izquierdas que se renuevan, o por el contrario, podrían entorpecerlas. El problema que se observa es que algunos legados progresistas no sólo limitan a esas izquierdas sino que además promueven condiciones políticas que son funcionales a posiciones conservadoras. Sin duda esto es una paradoja, pero debe ser explicada. Además, si el agotamiento de los progresismos persiste, y en algunos países pierden los gobiernos, para esas izquierdas plurales es vital no verse arrastradas en esas caídas, y mantenerse como opciones de renovación.
Un legado progresista
Los distintos gobiernos progresistas cuentan en su haber con unas cuantas transformaciones positivas. Eso no puede ser negado y debe ser celebrado. Entre las más conocidas están haber puesto un límite a la fiebre privatizadora, la recomposición del Estado y ampliado los programas de asistencia social. También es muy importante su legado en proteger sindicatos y potenciar roles ciudadanos y políticos de algunos sectores que estuvieron muy relegados, como indígenas o campesinos. No es el objetivo de este documento analizar en detalle esos aspectos, pero siempre se deben tener presentes.
En cambio, hay otras herencias que están dejando los progresismos que son más problemáticas y deben ser observadas con detenimiento. Un ejemplo desde Bolivia ilustra esta cuestión. El gobierno del MAS está decidido a encauzar y controlar a las organizaciones de la sociedad civil. Escalonan diferentes mecanismos, que van desde la incidencia dentro de grandes federaciones hasta que éstas se dividen, pasando por un nuevo marco legal que exige adhesiones a los planes de desarrollo o ministerios, hasta el hostiga-miento público. Restricciones similares se repiten en Ecuador y Bolivia. En todos esos casos, las voces críticas, cualquiera fuese su contenido o intención, son rechazadas porque ellas le harían el juego a las derechas.
Si estos esfuerzos tienen éxito, ¿cuáles serían sus resultados en un futuro inmediato? La respuesta es clara: desembocaríamos en una sociedad con enormes limitaciones para su autoorganización, un mundo sin voces críticas, con pocas ONGs independientes, y con limitaciones ciertas para el activismo político. Aquí aparece un problema sustancial: el progresismo está imponiendo condiciones por las cuales se acallan las voces independientes.
El asunto que deseo llamar la atención es que este tipo de condiciones han sido el sueño de los partidos conservadores y de los neoliberales más extremos. Es una sociedad sin ONGs, sin política ciudadana, donde sólo es aceptable la palabra oficial del gobierno.
¿Qué pasaría si en uno de esos países el progresismo pierde una
próxima elección y es reemplazado por un partido conservador o neoconservador? Ese nuevo gobierno se
encontrará en un paraíso: sociedades civiles más débiles y con leyes ya
aprobadas para controlarla todavía más. Esos gobiernos conservadores podrán
moverse todavía más a la derecha con muy poco gasto político, porque las
restricciones a la sociedad civil fueron implantadas por sus predecesores. En
cambio, para las izquierdas todo eso son escollos todavía más importantes para
organizarse o llevar adelante sus prácticas políticas. Este ejemplo muestra
cómo, siguiendo otros recorridos ideológicos, los progresismos nos legarían
condiciones que la derecha siempre quiso y que entorpecen cambios hacia la izquierda. No tiene
sustento esconderse frente a este problema, o insistir en que estas
advertencias son conservadoras. Por el contrario, estamos frente a una
dificultad que debe ser asumida y analizada.
Múltiples herencias
Situaciones análogas a la que se acaba de describir se repiten en otros campos. Es posible señalar algunos ejemplos destacados, que sin pretender un examen exhaustivo de esta situación, sirva para precisar este llamado de alerta.
Desde el punto de vista económico y productivo, los progresismos nos dejan economías todavía más extractivistas, con exportaciones más primarizadas e industrias nacionales más debilitadas. La subordinación a la globalización aumentó. Se fortalecen esquemas de negocios y producción muy apoyados por amplios actores empresariales y políticos conservadores. Esto hace que una renovación de las izquierdas deba navegar en aguas más dificultosas para promover alternativas económicas y productivas.
El progresismo ha confundido la redistribución económica, el asistencialismo y el consumismo con la idea de justicia, la que se refiere a un campo mucho más amplio, incluyendo dimensiones como la educación, salud, vivienda, etc. Las compensaciones económicas, sean directas o indirectas, que son útiles para resolver emergencia sociales, también se las ha usado para otros fines muy discutibles, tales como asegurarse adhesión electoral. Esto es una dificultad para unas izquierdas plurales, ya que deberán reconstruir el amplio abanico de las dimensiones de la justicia social, e incluso sumarle los aspectos ambientales.
Ha pasado desapercibido que esos y otros factores han llevado a una
profundización de una mercantilización de la vida social y de la Naturaleza. La
insistencia en que casi todo puede ser compensado con dinero o medidas
sucedáneas, está teniendo un fuerte impacto especialmente dentro de muchas
organizaciones campesinas e indígenas, ya que muchos se convierten a esa
lógica. Pero ese es un extremo propio del neoliberalismo que las izquierdas
originales prometieron erradicar, pero que los progresismos derivados sólo
pudieron reforzar.
También debemos mencionar la herencia que dejan los progresismos
en materia de corrupción. Recordemos que la izquierda de fines del siglo XX
siempre denunció la corrupción de los gobiernos conservadores y neoliberales, y
que insistió hasta el cansancio en que una vez en el poder combatiría ese flagelo.
Sin embargo, la corrupción reapareció, y la sensación de muchos es que los
progresismos abandonaron el combate frontal, cayendo en una somnolencia de
tolerarla como si fuera una fatalidad inherente a nuestros pueblos. Algunos
analistas incluso esgrimen como defensa decir que como “todo” el sistema
político es corrupto, no mucho se les puede reclamar a los progresistas que
cayeron en esas prácticas. Otros analistas callan ante políticos y funcionarios
públicos que se han convertido en millonarios.
Otra herencia progresista es un entramado político que, paradojalmente, está más debilitado. Por ejemplo, en Bolivia, Ecuador y Venezuela, los progresismos no han construido estructuras partidarias robustas, sino que se rodean de agrupamientos muy laxos, en buena medida sostenida por funcionarios estatales, donde prevalece el culto personalista al presidente. Además, se enfrentan denuncias de irregularidades electorales o constitucionales, la judicialización de líderes sociales, represiones policiales o militares a manifestante o en comunidades locales.
Incluso se ha devaluado la palabra empeñada, prometiéndose un día una cosa para incumplir o defender lo opuesto días más tarde. Se podrá decir que ese es un tema menor, pero en verdad ha alcanzado tales niveles que contribuye a erosionar los imaginarios sobre la política, reforzando preconcepciones tales como “todos los políticos son mentirosos”. Tal vez sea exagerado pedir que todos los políticos sean coherentes, pero al menos podría acordarse de que una verdadera izquierda debería tener exigencias más altas.
Un paso más en esta dirección es que últimamente los progresismos incluso atacan la idea misma de política. Por ejemplo, en Bolivia y Ecuador, cuando el gobierno se enfrenta a alguna movilización ciudadana que no le gusta, la cuestiona diciendo que hacen “política” como si esto fuera muy negativo. Se deslegitiman de esta manera, las expresiones políticas en su sentido más amplio. Paralelamente, los progresismos nos dejan en situaciones de enfrentamiento con ciertos movimientos ciudadanos, como indígenas o ambientalistas.
Estos son ejemplos de condiciones que también son funcionales a las posturas conservadoras (no podemos olvidar el extremo neoliberal que negaba a la política en sí misma). A medida que los progresismos avanzan en ese camino más se diferencian de las izquierdas que le dieron origen. Pero a la vez, dejan contextos políticos que hacen todavía más difícil una renovación desde esas izquierdas.
Comenzar a plantear balances
Es evidente que los progresismos dejan herencias que deben ser examinados con atención. En este breve texto se comparte apenas un ensayo preliminar que debe ser refinado. Lo importante es avanzar en esta tarea con rigurosidad (y también generosidad), ya que algunos legados son positivos, y deben ser felicitados y aprovechados. Se debe determinar si esos efectos positivos prevalecen, y nos dejan en mejores condiciones para un relanzamiento de las izquierdas, especialmente en aquellos países donde los conservadores puedan retomar los gobiernos.
El problema es que hay otros legados que son funcionales a las políticas conservadores, con lo cual traban una renovación de las izquierdas y a la vez alimentan el agotamiento político progresista, aumentando las chances de una reconquista del poder desde
Reflexiones de este tipo no son un lujo académico, ni una expresión conservadora. Son, por el contrario, indispensables para entender mejor las circunstancias que nos rodean, para nutrir prácticas que nos pongan a salvo de retrocesos conservadores y favorezcan las alternativas comprometidas hacia
(1) La identidad del progresismo, su agotamiento y los relanzamientos de las izquierdas, Eduardo Gudynas, Rebelión, 8 octubre 2015.
Una primera versión de este artículo se publicó en el portal Nodal
(Argentina).
Eduardo Gudynas (Montevideo) es investigador en temas de desarrollo; twitter: @EGudynas
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=206757
Eduardo Gudynas (Montevideo) es investigador en temas de desarrollo; twitter: @EGudynas
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=206757
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