Más de una deKada maximizó el
poder de quienes nos dominan.
Esto nos conduce
a cuestionar el proyecto
"nacional-popular".
Concentración y
extranjerización en la Argentina reciente
¿Mayor autonomía nacional o incremento de
la dependencia?
24 de septiembre de 2014
24 de septiembre de 2014
Por
Andrés Wainer* y Martín Schorr**
Resumen:
El abandono del régimen de convertibilidad en 2002 implicó cambios sustantivos a
nivel macroeconómico que tuvieron un fuerte impacto en el desempeño de los
distintos sectores de la economía argentina. Sin embargo, durante la posconvertibilidad parece haberse registrado también cierta continuidad en
determinados procesos económico-sociales: si bien desde los elencos
gubernamentales se ha reivindicado sucesivamente la necesidad de recuperar un
empresariado nacional fuerte, el peso del capital extranjero entre las empresas
más grandes del país no ha disminuido. Esto es sumamente relevante teniendo en
cuenta que la Argentina es una economía dependiente y, por lo tanto, el rol del
capital transnacional en su proceso de acumulación es determinante. El objetivo
del artículo es indagar sobre las continuidades y las rupturas en el proceso de
extranjerización del gran capital en la Argentina a partir de un análisis de lo
ocurrido con las quinientas empresas líderes de la economía durante el período
1993–2008.
En los
últimos años se han producido en América Latina procesos políticos y económicos
que han contribuido a incrementar los grados de autonomía nacional, al menos
respecto a lo acontecido durante la década de 1990. Algunos de estos procesos
han buscado sustentarse, sobre todo el caso de la Argentina, a partir de la
recuperación de una supuesta “burguesía nacional” desarrollada originalmente
bajo la etapa conocida como industrialización por sustitución de importaciones,
que abarcó el período abierto con la crisis de los años ‘30 hasta la segunda
mitad de la década de 1970. Sin embargo, en las últimas
décadas la globalización financiera, los procesos de liberalización del comercio
y de internacionalización productiva han generado grandes cambios en la economía
mundial y regional que deben ser tenidos en cuenta. Durante el decenio de 1990
(con sus antecedentes desde 1976) la Argentina sufrió un proceso de apertura de
su economía en el marco de un modelo económico apoyado en lo productivo en
actividades vinculadas con las ventajas absolutas del país. Esto supuso no sólo
cambios en la estructura económica sino también en la dinámica social. Mientras
que durante la fase sustitutiva el eje del proceso económico había pasado, en
muchas coyunturas, por la defensa del mercado interno a través de una alianza
entre el capital nacional y la clase obrera, bajo el predominio del
neoliberalismo se apuntó fundamentalmente a potenciar una inserción en el
mercado mundial a partir de rubros asociados a la explotación de recursos
naturales, sectores en los cuales, en su gran mayoría, los salarios constituyen
mucho más un costo de producción antes que un factor dinamizador de la demanda
interna. Sin lugar a dudas, el abandono del régimen de tipo de cambio fijo
conocido bajo el nombre de Convertibilidad (1991–2001)1 implicó
cambios sustantivos a nivel macroeconómico que tuvieron un fuerte impacto en el
desempeño de los distintos sectores de actividad, pero no conllevó mayores
alteraciones en el perfi l de especialización y de inserción del país en la
división internacional del trabajo. El modelo de Convertibilidad había beneficiado mayormente a las empresas de servicios públicos privatizadas y los grandes
bancos privados, en su mayoría extranjeros (Arceo y Basualdo 1999; Azpiazu 1997;
Basualdo 2006; Wainer 2010a).
A partir
de 2002, el default de la deuda externa y la devaluación de la moneda generaron
cambios en el patrón de crecimiento que determinaron que uno de los principales
favorecidos por la nueva política económica fuese el sector productivo (en
especial, aquellas actividades vinculadas con el procesamiento de recursos
agropecuarios, mineros e hidrocarburíferos, así como algunas industrias
elaboradoras de commodities y la armaduría automotriz).2 Sin embargo,
durante la posconvertibilidad parece haberse registrado cierta continuidad en
determinados procesos económico-sociales que exceden largamente la cuestión
cambiaria (el “dólar alto”) y que remiten a los modos de inserción del país en
una economía mundial fuertemente internacionalizada. En efecto, los cambios
impulsados por la liberalización de los movimientos de capitales a nivel mundial
en las últimas décadas derivaron en una creciente internacionalización de los
procesos productivos de las grandes empresas. La caída de la tasa de ganancia,
que estuvo en el origen de la crisis del modo de acumulación imperante hasta
mediados de la década de 1970, impulsó a las grandes firmas, con el objetivo de
reducir sus costos, a trasladar hacia la periferia los procesos de producción
más intensivos en la utilización de mano de obra.3
En la
actualidad, una unidad productiva ya no fabrica necesariamente un producto final (o intermedio, pero vendido a otra empresa diferente), sino que las
distintas fases de la producción de un mismo bien se realizan en distintas
regiones geográficas, con lo cual no sólo hay una gran interrelación comercial
sino también productiva. En buena medida, esta deslocalización fue posible
gracias a los adelantos tecnológicos en materia de comunicación y a una caída
sustancial en los costos del transporte.4 Este proceso de
internacionalización financiera y productiva ha conducido a un fuerte incremento
de la presencia del capital transnacional en América Latina en general. Si bien
las grandes empresas extranjeras en los países latinoamericanos han estado
presentes desde hace más de un siglo, el carácter y el peso de las mismas, así
como su rol, han variado signifi cativamente en las últimas décadas.5
Mientras que anteriormente las filiales llevaban a cabo la producción de forma
autónoma, manejada por directivos locales,
ahora en buena parte de las
industrias las directivas sobre el proceso de producción proceden directamente
desde la casa matriz y/o de otras filiales importantes en términos regionales,
las cuales tienen en cuenta las necesidades globales de la corporación y la
articulación necesaria de los procesos parciales de producción de las distintas
sucursales alrededor del planeta. Hasta mediados de la década de 1970 la
rentabilidad de las filiales de las empresas transnacionales dependía, en el
mediano plazo, del crecimiento del mercado interno y, dado que por lo general la
capacidad instalada superaba la capacidad de absorción del mercado, del grado de
protección que gozaba el mismo. En cambio,
a partir
de la década de 1990 la rentabilidad pasó a depender de la relación entre el
costo local de producción y el precio del mercado mundial, dando así lugar a
tres situaciones diferentes: (…)
La concreción de significativas reformas de corte neoliberal
durante el decenio de 1990 conllevó una aceleración del proceso de concentración
y centralización del capital en la economía argentina. No es casual que esto
haya sido así: el incremento de la transnacionalización del gran capital durante
las últimas décadas exige que las distintas fracciones capitalistas alcancen un
tamaño “adecuado” para operar en el mercado mundial o regional. Esta situación
le otorga al capital transnacionalizado una ventaja competitiva decisiva sobre
las fracciones meramente nacionales del capital (Arceo 2005).
Si bien a partir de 2002 se
han modificado algunos aspectos esenciales del patrón de crecimiento
—espacialmente el rol de liderazgo que asumió el sector productivo—,
ciertamente no se han eliminado buena parte de las
reformas que llevaron a la desregulación de la economía. Es por ello que,
teniendo como parámetros temporales comparativos al régimen convertible y a la
posconvertibilidad, las evidencias que brinda la gráfico 1 indican que la
presencia de las empresas nacionales y las asociaciones en la economía nacional
se redujo en todas las variables bajo análisis, mientras que las compañías
extranjeras detentaron una mayor gravitación agregada, a punto tal de alcanzar
guarismos que denotan el elevado y creciente predominio económico que
experimenta este segmento del capital concentrado interno en la
posconvertibilidad. En términos más específi cos, la participación de las
corporaciones extranjeras que componen la elite en el valor bruto de producción
nacional aumentó en 12,3 puntos porcentuales entre los períodos 1993–2001 y
2002–2008, incremento que fue de 10,3 puntos porcentuales de considerar el valor
agregado bruto. A raíz de ello, la presencia de las firmas extranjeras líderes
en la posconvertibilidad alcanzó, respectivamente, el 24,2 por ciento y 19,2 por
ciento de la producción y el producto bruto nacionales. En lo concerniente al
comercio exterior se verifica un comportamiento similar: la incidencia de las
ventas externas de las firmas extranjeras en las totales del país pasó de un
promedio del 41,7 por ciento en la etapa 1993–2001 a otro del 57,0 por ciento en
2002–2008.
Es decir, en línea con los análisis previos, al elevado
grado de concentración en las exportaciones de la cúpula empresaria, con sus
implicancias en términos del poder de coacción que le otorga ser importantes
generadores de divisas, debe adicionarse la participación por demás elevada y
creciente en las mismas de un número acotado de oligopolios extranjeros. Con el
propósito de interpretar estos resultados, resulta pertinente indagar en algunos
puntos de infl exión que asumió la movilidad interna de la elite al cabo del
período estudiado. En este sentido, el cuadro 1 permite visualizar una primera
oleada de desnacionalización del panel de las quinientas grandes empresas
durante el trienio 1993–1995.
En esta etapa puede advertirse que las compañías foráneas pasaron
de 161 a 186 firmas, lo que en términos de su participación en el valor de
producción de la cúpula empresarial significó un aumento de 11,4 puntos
porcentuales, al pasar de representar el 33,8 por ciento al 45,2 por ciento.
Ello, en el marco de una caída en el peso relativo de las compañías nacionales y
las asociaciones. Este proceso de extranjerización no estuvo disociado de la
privatización de empresas públicas y de sus distintas fases. Ahora bien, las
tendencias a la extranjerización se aceleran a partir de 1995 asociadas,
fundamentalmente, a la dinámica que adquirió la compra-venta de fi rmas dentro
del propio capital privado, en donde las transferencias de acciones de las
empresas privatizadas tuvieron un papel destacado pero no excluyente. Si bien
las ventas de activos fi jos fueron múltiples, en diversos rubros de actividad y
de distinto origen o destino, por los resultados es indiscutible que los
compradores fueron mayoritariamente extranjeros y los vendedores, principalmente
de origen nacional. De allí que entre 1995 y 2001 se incorporaron al panel
ochenta y cuatro empresas transnacionales y que la presencia de los inversores
foráneos en el valor de producción de la elite alcanzó al 69,0 por ciento en el
último año de vigencia del régimen de conversión fija (supone un incremento de
casi 24 puntos porcentuales respecto de su participación en 1995).8
Las evidencias presentadas permiten concluir que en el
punto más alto de la crisis económica (año 2002) se incrementó fuertemente la
presencia extranjera en el panel de las quinientas corporaciones de mayores
dimensiones del país: en apenas un año se incorporaron veintitrés firmas y su
gravitación en el valor bruto de producción total creció alrededor de 6 puntos
porcentuales, para ubicarse en el 75,1 por ciento. En los años subsiguientes ese
umbral de participación transnacional en el interior de la elite se mantiene con
escasas variaciones, tanto en cantidad de firmas como de su peso relativo en la
producción, cristalizándose, en consecuencia, un grado de extranjerización
sumamente elevado de la cúspide del poder económico y, por ende, de la economía
argentina en su conjunto. En esta etapa se registró una serie de “cambios de
mano” a favor del capital extranjero (con una participación activa de inversores
brasileros) que no casualmente involucraron a varias compañías en cuya propiedad
participaban accionistas locales y que, por su generalizada condición de
oligopolios en un mercado interno reactivado y/o por contar con bajos costos
absolutos (en dólares) que favorecen su inserción exportadora —a lo cual debe
sumarse la creciente demanda mundial de commodities— garantizaban amplios
márgenes de rentabilidad (cuadro 2). Por otro lado, cabe destacar que, ante el
considerable nivel de extranjerización prevaleciente en muchos sectores de la
actividad económica local, se verificó.
En definitiva, bajo el esquema de
acumulación que se ha venido configurando tras la implosión de la
Convertibilidad, se han afianzado las tendencias iniciadas durante el decenio
de 1990 hacia una fuerte extranjerización del núcleo duro del poder económico
local y, en consecuencia, del conjunto de la economía argentina. La apertura
económica en general ha favorecido principalmente a las empresas transnacionales
dado que permitió incrementar su capacidad competitiva a partir de la
posibilidad de localizar los distintos fragmentos de su producción en donde los
costos fuesen menores, en tanto el capital nacional se tuvo que retirar de
algunas de las actividades en las que estaba inserto anteriormente o, al menos,
eliminar los procesos tecnológicamente más complejos, donde su desventaja a
nivel internacional es mayor. Naturalmente, el correlato de esta situación es
una ostensible pérdida de “decisión nacional” en lo que atañe a la definición de
ciertas temáticas relevantes para el devenir económico, político y social del
país.10
Desempeños de las distintas
fracciones del gran capital
Con el
objetivo de acceder a una visión más abarcadora del comportamiento de las
diferentes fracciones que integran la elite empresaria en la Argentina en la
posconvertibilidad, en esta sección se analizan las principales diferencias
estructurales y de performance que se manifi estan entre las fi rmas
extranjeras, las nacionales y las asociaciones. Se trata de una perspectiva que
permite extraer interesantes elementos de juicio adicionales para reflexionar
acerca de ciertos impactos que, sobre la dinámica económica y social de país, se
desprenden de la extranjerización del poder económico verificada en los últimos
años. En tal sentido, en el cuadro 3 se comprueba que en el período 2003–2008
(promedio anual) las fi rmas controladas por inversores foráneos tuvieron una
participación mayoritaria en las principales variables económicas relevadas por
el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC). Así, por ejemplo, tales
empresas (292, el 58,5 por ciento del total) aportaron más del 75 por ciento de
la producción total, casi el 80 por ciento del valor agregado, alrededor del 87
por ciento de las utilidades globales, el 56,4 por ciento de la ocupación, el
63,3 por ciento de la totalidad de los salarios abonados, aproximadamente el 82
por ciento de la inversión bruta fi ja global, el 77,9 por ciento del total de
exportaciones, el 83,2 por ciento de las importaciones agregadas y las tres
cuartas partes del excedente de comercio exterior.
Esos disímiles niveles de participación permiten inferir la
presencia de discrepancias de consideración entre las empresas extranjeras y el
resto de las compañías líderes, entre otros aspectos, en términos de los tamaños
medios de las fi rmas, las productividades relativas, los respectivos niveles
salariales, la distribución funcional del ingreso en su interior, la intensidad
de la formación de capital, los márgenes de rentabilidad y las modalidades de
apertura al mercado internacional. Al respecto, en la etapa bajo análisis el
tamaño promedio de las firmas extranjeras (medido por el cociente entre el valor
de la producción y la cantidad de empresas) fue un 68,1 por ciento más elevado
que el de las asociaciones y casi un 138 por ciento más holgado que el de las
líderes de capital nacional. La inserción del capital foráneo en diversas
actividades económicas en las cuales las economías de escala (productivas,
tecnológicas, de comercialización) se conjugan con el consiguiente liderazgo
oligopólico, sumada a la casi total ausencia de restricciones asociadas a, entre
otros elementos, el financiamiento y/o el tamaño de mercado —igualmente
subsanables en el marco de una estrategia transnacional e intracorporativa—,
asumen un papel protagónico en ese contraste con las grandes fi rmas de capital
nacional. Tal como se mencionó anteriormente, los procesos de liberalización fi
nanciera y comercial impulsaron un incremento del nivel de concentración y
centralización del capital ya que las empresas requieren de un gran tamaño para
poder competir en una economía abierta.
Sin duda, las
empresas transnacionales han sido las principales beneficiarias de este
proceso, ya que por definición se encontraban en mejores condiciones para
competir en los mercados regionales y mundiales.
En definitiva, este proceso no ha hecho más que acentuar las diferencias de tamaño
entre las empresas transnacionales y las fracciones locales del gran capital.
Pero las mencionadas diferencias no se restringen a una cuestión de tamaño sino
que resultan aún más pronunciadas cuando se consideran las respectivas
productividades de la mano de obra (valor agregado por ocupado): siempre
considerando los promedios anuales 2003–2008, el rendimiento productivo promedio
de los asalariados empleados en las empresas extranjeras fue casi un 85 por
ciento superior que el de las asociaciones y 3,3 veces más alto que el
registrado en las empresas nacionales. Este hecho pone en evidencia la debilidad
relativa, en términos de competitividad, de las empresas nacionales —aún de las
grandes— frente a sus pares foráneas. El hecho de que las brechas salariales
existentes en el interior del panel de las firmas más grandes del país según el
origen del capital de las mismas hayan sido mucho menos acentuadas que en el
caso de las respectivas productividades del trabajo sugiere que en el ámbito de
las líderes controladas por inversores extranjeros se manifestó una distribución
del ingreso mucho más regresiva que en el resto de las grandes compañías.11
En este sentido, a pesar de pagar mejores salarios, los capitalistas
propietarios de las empresas extranjeras se apropian de una porción mayor del
excedente o, en otros términos, la tasa de explotación en estas corporaciones es
mayor que entre sus pares nacionales. Ello se visualiza en que la relación
productividad/salario medio en las firmas transnacionales fue un 63,6 por
ciento más elevada que en las asociaciones y cerca de un 142 por ciento superior
que la registrada en el subconjunto de las líderes controladas por capitales
vernáculos. Asimismo, el superávit bruto de explotación por ocupado en las
extranjeras fue 4,4 veces más elevado que en las controladas por accionistas
locales y 2,1 veces superior que el que se manifestó en las asociaciones. Otro
indicador de la mayor tasa de explotación vigente entre las líderes en las que
los capitales extranjeros detentan una proporción mayoritaria o total del
“paquete” accionario presentan vis-à-vis las restantes empresas del panel se
expresa en que las corporaciones internacionales demandan una menor cantidad de
mano de obra por unidad de producción.12 En buena medida esta
situación se deriva del hecho de que las empresas extranjeras son mucho más
capital-intensivas que las grandes fi rmas locales o, en otros términos, tienen
una composición orgánica más elevada. Esto se ve reflejado en la participación
de los salarios en el valor agregado: en las compañías controladas por
inversores foráneos fue muy inferior (14,5 por ciento) al verificado en las
asociaciones (23,7 por ciento) y, más aún, en las empresas nacionales (35,0 por
ciento).
La reproducción en el ámbito local, aún a diferente nivel, de los estándares económico-tecnológicos prevalecientes en los países de origen de las filiales locales deriva en mayores escalas de producción y una composición orgánica mucho más elevada que las de sus similares nacionales. Al respecto, debe tenerse en cuenta que para las corporaciones foráneas prácticamente no existen rigideces (ni financieras, ni de otro tipo) que condicionen o limiten la adopción de aquellas tecnologías que les garanticen el más apropiado sendero de acumulación y reproducción ampliada del capital en el nivel doméstico, así como de la inserción de este último a escala mundial. Por otra parte, si bien tuvieron un peso decisivo en la formación de capital realizada en conjunto por las fi rmas integrantes de la elite empresaria, la información que brinda el cuadro de referencia indica que la tasa de inversión (sobre valor agregado) de las empresas extranjeras del panel fue apenas levemente superior a la de las fi rmas nacionales. Ello, a pesar que el nivel de apropiación del excedente por parte de las firmas extranjeras superó holgadamente al del resto de las fi rmas del panel.
Esta diferencia entre la tasa de inversión real y la
“esperada” se deriva fundamentalmente de, justamente, su condición de
transnacionales: buena parte del excedente adopta diversas formas como la
remisión al exterior de utilidades y dividendos, el pago de honorarios y
regalías, y la fuga de capitales por diversas vías como, por caso, el manejo
discrecional de los montos de exportaciones y/o importaciones en operaciones
intracorporativas y la cancelación total o parcial de créditos concedidos por la
propia casa matriz y/o alguna subsidiaria radicada en otro país.13
Esta relativa baja tasa de inversión podría estar asociada también a su
mayoritaria inserción en mercados oligopólicos y al hecho de haber alcanzado,
por distintos motivos, cierto grado de madurez tecno-productiva que no demanda
inversiones de relativa importancia para mantener su posicionamiento competitivo
en un mercado interno en expansión pero que aún se mantiene reducido en escala
para sus respectivos tamaños globales. Al respecto, los datos aportados por la
gráfico 2 son contundentes en indicar que en la posconvertibilidad, en el marco
de una ampliación de la demanda por efecto del ciclo expansivo (local e
internacional), el coeficiente global de inversión de este segmento empresario
se ubicó significativamente por debajo de sus márgenes de rentabilidad (que
fueron holgadamente superiores a los internalizados en la Convertibilidad). En
otras palabras, pese a la notable capacidad de acumulación que se abrió a partir
del “dólar alto” y la vigencia de mercados externos en franca expansión, la
contribución de las empresas transnacionales a la expansión de las capacidades
productivas locales fue, en términos relativos, bastante acotada.
Por
supuesto que la relativa baja tasa de inversión no es privativa del capital
extranjero sino que alcanza también a las grandes empresas nacionales, las
cuales suelen mantener una proporción considerable del excedente en estado
líquido y, generalmente, en divisas.14
Sin
lugar a dudas, al menos durante la posconvertibilidad, esta reticencia inversora
no se debe a una insuficiente tasa de ganancia,15 ni tampoco debería
ser atribuida enteramente a una supuesta “mentalidad rentística” de la clase
capitalista local. Muy probablemente buena parte de la respuesta a este
interrogante haya que buscarla en la ausencia de incentivos para invertir en
sectores donde la producción local ha sido desmantelada y/o carece de ventajas
comparativas estáticas o donde su participación implicaría grandes inversiones
para poder competir en igualdad de condiciones con el capital extranjero (el
cual, como se vio, no tiene necesidad de realizar grandes inversiones de capital
para mantener su posición privilegiada en el mercado interno).
Parecería que la
sola caída en el costo salarial a escala internacional
que propició la fenomenal
devaluación del peso en 2002 no ha sido una condición suficiente para impulsar
la recuperación o creación de nuevas ramas de producción, muy especialmente en
aquellos sectores capital-intensivos donde la brecha tecnológica de la Argentina
con las naciones desarrolladas es mayor o incluso en industrias mano de obra
intensivas en las cuales predomina la producción proveniente de países
periféricos con salarios mucho más bajos en términos absolutos. En este sentido,
parece muy difícil que, con la estructura social argentina y la tradición de
lucha y organización de la clase obrera, se puedan bajar los costos salariales
lo suficiente como para hacer rentable la inversión en sectores exportadores
donde predomina la producción de países como China, India, Tailandia, Vietnam,
etcétera. Pero, dada la ampliación de la brecha tecnológica durante las
últimas décadas (Nochteff 2000), tampoco parece ser suficiente la sola modificación cambiaria para impulsar por sí misma la inversión para la exportación en
sectores intensivos en el uso de tecnología.16
Lo dicho
brinda algunos elementos de juicio en relación con los argumentos frecuentemente
utilizados para destacar la importancia de una presencia difundida de actores
foráneos en el país. De acuerdo a esta visión, tal situación contribuiría a
modernizar la estructura productiva dado que las empresas extranjeras tendrían
una elevada propensión a invertir asociada a la introducción de bienes de
capital de alta complejidad tecnológica, así como a la realización de
importantes gastos en materia de investigación y desarrollo en el nivel local,
con el consiguiente “efecto derrame” que ello traería aparejado. Se suponía que
la inserción de grandes empresas transnacionales benefi ciaría a los países “en
vías de desarrollo” a través de la transferencia de la tecnología más avanzada,
lo cual eliminaría los problemas de contar una industria “infantil” y la falta
de economías de escala. Sin embargo, las evidencias disponibles sugieren que las
empresas extranjeras suelen conservar en sus países de origen tanto la
fabricación de equipamiento de alta tecnología, como la casi totalidad de sus
gastos en materia de investigación y desarrollo; de allí su escaso dinamismo en
lo atinente a la generación de entramados locales virtuosos. Todo ello es
particularmente importante de destacar por cuanto indica que en el plano interno
las compañías transnacionales no parecen haber sido agentes difusores de la
inversión ni del cambio y/o la innovación tecnológica y, por otra parte, al ser
fuertes importadoras de bienes de capital, han contribuido a profundizar el
deterioro de la industria local de maquinaria y equipo y el desequilibrio
comercial en la materia.17
En
relación con lo anterior, vale incorporar un breve comentario respecto del grado
de inserción en el comercio internacional de las distintas empresas que integran
la cúpula. De los datos aportados por el cuadro 3 surge que tanto las grandes
firmas de capital nacional como las que tienen más o menos participación
extranjera en su propiedad accionaria presentaron en términos globales una
similar propensión exportadora (superior en el caso de las controladas por
intereses foráneos). Sin embargo, como era de esperar, cuando se analiza para
cada tipo de firma el peso relativo de las compras en el exterior en la
producción total se comprueba que las empresas extranjeras fueron en promedio
más importadoras que el resto de las líderes: el coeficiente de importaciones
de las primeras fue del 11,5 por ciento, mientras que el de las nacionales fue
del 7,3 por ciento y el de las asociaciones del 6,7 por ciento. De modo que las
extranjeras fueron las compañías que registraron el mayor coeficiente de
apertura global al mercado mundial.18 Ello se asocia a la conjunción
de diversos factores como, a modo ilustrativo, la presencia determinante de
estas empresas en sectores donde las exportaciones y/o las importaciones tienen
un peso relevante en la producción total (por ejemplo, la elaboración de
alimentos y otros productos derivados de la explotación agropecuaria, el armado
de vehículos automotores, la actividad hidrocarburífera y la minera, la
fabricación de productos químicos y la producción siderúrgica).
O dado que se trata en muchos casos de filiales de
empresas transnacionales, esa mayor exposición al comercio mundial puede
responder al proceso de integración y/o complementación productiva en el nivel
internacional de la respectiva casa matriz, así como a la distribución de áreas
de mercado entre sus diferentes filiales en el exterior (tal el caso de muchas
firmas vinculadas a la industria alimenticia y a la de automóviles y sus
partes). Si bien, como se vio en la gráfico 1, las empresas transnacionales son
las principales exportadoras, esta elevada propensión a importar, sumado a la
remisión de utilidades y diversos mecanismos de fuga de capitales, ponen en tela
de juicio el argumento de que la inversión extranjera sea un elemento que
contribuya a superar la histórica restricción externa que ha caracterizado a
economías dependientes como la argentina.19 Esto es así sobre todo en
el caso de la inversión extranjera en el sector industrial, donde el nivel de
integración de la producción nacional suele ser muy bajo.20 De hecho,
parecería ser cierto que, tal como lo afirmaba Oscar Braun (1975) en otro
contexto nacional e internacional, la inversión extranjera directa sólo tiende a
profundizar, en el mediano plazo, el carácter dependiente de la economía
argentina. Finalmente, cabe realizar unas breves
consideraciones sobre la rentabilidad de las diferentes fracciones del capital
concentrado interno. Como se vio, las empresas controladas por accionistas
foráneos fueron las que registraron los mayores márgenes brutos de explotación y
en las que los capitalistas se apropiaron de una proporción mayor del excedente
generado por los trabajadores, en el contexto de una propensión inversora
relativamente débil. De allí que no resulte casual que constituyeran el segmento
de las líderes que en el período bajo estudio internalizó las mayores tasas de
beneficio (utilidades sobre valor agregado): de acuerdo a los datos
aportados por el cuadro 3, en el período 2003–2008 el margen medio de ganancia
de las líderes extranjeras fue del 35,0 por ciento, frente al 19,7 por ciento de
las nacionales y el 23,1 por ciento de las asociaciones. En cuanto a las tasas
de rentabilidad de las corporaciones extranjeras, cabe destacar que las mismas
pueden estar subestimando los beneficios reales, dado que estos actores suelen
desplegar distintos mecanismos de transferencia del excedente generado en el
nivel doméstico. En tal sentido, y a modo ilustrativo, se destaca el
establecimiento de precios de transferencia entre las filiales locales y sus
casas matrices en el exterior y/o subsidiarias de la misma matriz radicadas en
otro país: por ejemplo, vía la sobrefacturación de importaciones, la
subfacturación de exportaciones o la cancelación de líneas crediticias (en rigor
de autopréstamos). También, como en el caso particular de ciertas empresas de la
cúpula que son controladas por algunos de los principales conglomerados
extranjeros que actúan en el país, la posibilidad de realizar traslaciones de
ingresos entre las distintas firmas que forman parte del complejo empresario a
partir de, por caso, la instrumentación de subsidios cruzados y el
aprovechamiento de los beneficios derivados de la integración vertical y/u
horizontal de las actividades.
Reflexiones
finales
El primer elemento a destacar
es que en la posconvertibilidad ha tenido lugar un nuevo salto de nivel en
materia de concentración económica global. Pero no sólo se ha agudizado el
proceso de centralización del capital, sino que el capital concentrado ha afianzado su proceso de
extranjerización. En efecto, en segundo lugar, lo que
demuestran las evidencias presentadas y analizadas es que la tendencia a la
extranjerización del gran capital en la economía argentina se ha convertido en
un dato estructural que no se debe a factores coyunturales de tipo “etapa de
crisis” o “etapa de crecimiento” o al nivel del tipo de cambio. En este sentido,
puede afirmarse que el proceso de extranjerización se debió principalmente a la
incapacidad de las grandes empresas argentinas para competir en igualdad de
condiciones con sus pares transnacionales tras los procesos de apertura
económica y de profunda desregulación de la economía impulsados durante la
década de 1990; reformas estructurales que, en lo sustantivo y a pesar de la
modificación del tipo de cambio, prácticamente no se han revertido en la
posconvertibilidad.
Si bien
tras el default de la deuda, el abandono de la paridad cambiaria y la
cancelación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional el país logró mayor
autonomía respecto al capital financiero internacional, el rol central que
juegan las grandes empresas extranjeras en variables clave como el nivel de la
inflación, el tipo de cambio, la inversión, el mercado de trabajo, la
distribución del ingreso y las cuentas externas y fiscales ha reforzado ciertos
aspectos de la dependencia económica. Todo esto erosiona, en otro sentido, la
autonomía del Estado argentino, ya que la concentración de poder económico en
una fracción del capital cuyo centro de decisión escapa, en lo sustancial, a los
límites territoriales, impone importantes condicionamientos a la hora de planificar la política económica del país.
Esta situación conlleva una serie de aspectos críticos adicionales
que hasta el momento no han merecido la debida atención de los policy makers y
de diversos ámbitos académicos, políticos e, incluso, sindicales:
• El hecho de que las compañías transnacionales que se desenvuelven en el nivel
local sean relativamente poco generadoras de empleo por unidad producida y que
en su interior se manifieste una distribución funcional del ingreso sumamente
regresiva, constituye un aspecto estructural que plantea numerosos interrogantes
en cuanto a que el poder económico realmente existente pueda ofi ciar de vector
conductor de un “modelo de acumulación con inclusión social”. • Los riesgos que
sobre las cuentas externas del país se derivan de que los actores que controlan
una proporción muy considerable y creciente del ingreso sean fuertes demandantes
de divisas por distintos motivos: altos coefi cientes de importación (con su
correlato en el plano interno en débiles grados de articulación e integración
productiva y tecnológica y el consiguiente afi anzamiento del carácter trunco de
la estructura manufacturera), remisión al extranjero de utilidades y dividendos,
pago de honorarios y de regalías por la compra y/o la utilización de tecnologías
y/o patentes, fijación de precios de transferencia en sus transacciones
intracorporativas, intereses devengados por el endeudamiento con el exterior,
etcétera21—en este sentido, difícilmente se pueda afi rmar que la
inversión extranjera directa contribuya en el largo plazo a superar definitivamente el problema del estrangulamiento externo crónico. • A todo ello
debería agregarse la insuficiente inversión de capital por parte de las grandes
empresas nacionales y la persistencia de buena parte del excedente en estado
“líquido” (en su mayor parte, bajo la forma de fuga de capitales).
En
síntesis, la notable extranjerización de la economía argentina en las últimas
décadas no hace más que expresar, ante la ausencia de políticas estatales
compensatorias, la ostensible debilidad del capital nacional vis-à-vis el
capital extranjero. Se trata de una fracción que, ante su incapacidad de
competir en igualdad de condiciones con el capital extranjero, ha venido
desplegando una estrategia que lo ha llevado a resignar porciones importantes de
la estructura económica. Si bien la burguesía argentina emergente del proceso de
industrialización por sustitución de importaciones conserva, en algunos casos,
la producción de productos primarios y el procesamiento de los mismos, además de
participar en la elaboración de ciertos bienes de consumo masivo y de algunos
insumos intermedios, en general realiza actividades complementarias y no
competitivas con las filiales extranjeras. En este contexto, la burguesía local
que logró sobrevivir a los procesos de apertura y desregulación económicas se
inserta en un marco de profundización del proceso de transnacionalización del
capital y, consecuentemente, ha tendido a estrechar sus lazos con el capital
extranjero. Esto último marca una diferencia sustancial entre el papel de la
burguesía argentina y otras periféricas como las del sudeste asiático, cuyas
empresas nacieron mayormente como proveedoras o clientes de empresas foráneas
pero luego se desarrollaron hasta terminar compitiendo con ellas. Así, en su
transnacionalización subordinada, los capitalistas argentinos han renunciado a
encarar un proyecto susceptible de impulsar la reindustrialización sobre la base
del desarrollo y el control de nuevas capacidades productivas. En efecto, para
definir el carácter de la burguesía argentina debe tenerse en cuenta una
cuestión central: la forma de inserción predominante que propugnan las distintas
burguesías periféricas. Como surge de diversas investigaciones, países como
Corea del Sur, Taiwán y China también procuraron insertarse en la economía
globalizada a través de sus exportaciones, pero a diferencia del grueso de
América Latina estos países carecen de ventajas comparativas naturales y sus
respectivos Estados buscaron crear o fortalecer burguesías nacionales asentadas
sobre la producción industrial (con una creciente densidad tecnológica). Ello, a
partir de burocracias estatales con grados más o menos relevantes de autonomía
respecto de la sociedad civil (Amsden 1992; Amsden y Chu 2003; Arceo 2004,
2011).
En
cambio, en América Latina en general, y en la Argentina en particular, la mayor
parte de los sectores dominantes sigue asentándose en buena medida sobre la
explotación de las ventajas comparativas que ofrecen sus recursos naturales y,
consecuentemente, los Estados nacionales no han llevado adelante una verdadera
política industrial. De allí que las distintas regiones de la periferia (Asia y
Amé- rica Latina) ocupen hoy en día muy disímiles lugares en la división
internacional del trabajo.22 De esta forma, lo que revela la
continuidad del proceso de desnacionalización en la Argentina es la debilidad
competitiva de la burguesía local en una economía abierta y ante la ausencia de
políticas públicas que fomenten una reconversión estratégica de las fi rmas de
capital nacional que exceda al puñado de actores previamente consolidados. Sin
duda, la sola modifi- cación del tipo de cambio —el “dólar alto”— no ha alcanzado
para revertir este proceso. Todo esto se ha visto reflejado tanto en la
persistencia de la fuga de capitales, en el direccionamiento de inversiones de
capitales nacionales hacia sectores donde el capital transnacional aún no
encontró una manera eficiente de controlar la producción desde sus países de
origen —como en el sector agropecuario—, o donde no existen significativas
diferencias de productividad por el propio carácter de la actividad, como en el
comercio.
En tanto, el capital transnacional continúa acrecentando su predominio en el núcleo más dinámico de la actividad económica. De allí que en la actualidad las transnacionales que se desenvuelven en el país tienen, en términos productivos, una suerte de “doble” inserción estructural. Por un lado, están aquellas vinculadas con la “vieja” división internacional del trabajo: producciones estructuradas sobre la base de ventajas comparativas estáticas, principalmente materias primas abundantes (agroindustria, minería, petróleo y algunos commodities industriales). Por otro, están aquéllas ligadas a la “nueva” fase de internacionalización de los procesos productivos: desverticalización de procesos a escala regional y/o mundial, siendo un ejemplo emblemático el que brinda el sector automotor, en el que Brasil juega un indudable rol dinamizador en el nivel regional y Argentina ocupa el lugar de “furgón de cola” asociado a una creciente desintegración de la actividad en el marco de estrategias corporativas definidas en el ámbito subregional y/o a escala internacional.
Difícilmente se encuentre entre las prioridades de las empresas trasnacionales
el modificar sustancialmente el rol de la economía argentina en el mercado
mundial, mucho menos cuando la misma no ofrece ventajas comparativas más allá de
su abundante dotación de recursos naturales. Pero tampoco parece existir una
burguesía nacional dispuesta a llevar adelante un proyecto de país distinto al
que surge “naturalmente” de la tradicional división del trabajo internacional.
En este contexto, de no mediar una fuerte acción estatal que limite y condicione
el libre juego del mercado en el espacio nacional, la economía argentina parece
condenada a mantener o profundizar los aspectos centrales de su carácter
dependiente.
Referencias: (…)
*Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales y Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas
** Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Fuente:
https://lasa.international.pitt.edu/LARR/prot/fulltext/vol49no3/49-3_103-125_Wainer-Schorr.pdf
** Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
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