3 de marzo de 2017

III. Honremos a las/os 30.000 percibiendo cómo los K viabilizaron el gobierno de Macri


  Más de una deKada maximizó el poder de quienes nos dominan. 
Esto nos conduce
a cuestionar el proyecto "nacional-popular".

Concentración y extranjerización en la Argentina reciente
¿Mayor autonomía nacional o incremento de la dependencia?
24 de septiembre de 2014

Por Andrés Wainer* y Martín Schorr**

Resumen: El abandono del régimen de convertibilidad en 2002 implicó cambios sustantivos a nivel macroeconómico que tuvieron un fuerte impacto en el desempeño de los distintos sectores de la economía argentina. Sin embargo, durante la posconvertibilidad parece haberse registrado también cierta continuidad en determinados procesos económico-sociales: si bien desde los elencos gubernamentales se ha reivindicado sucesivamente la necesidad de recuperar un empresariado nacional fuerte, el peso del capital extranjero entre las empresas más grandes del país no ha disminuido. Esto es sumamente relevante teniendo en cuenta que la Argentina es una economía dependiente y, por lo tanto, el rol del capital transnacional en su proceso de acumulación es determinante. El objetivo del artículo es indagar sobre las continuidades y las rupturas en el proceso de extranjerización del gran capital en la Argentina a partir de un análisis de lo ocurrido con las quinientas empresas líderes de la economía durante el período 1993–2008.

En los últimos años se han producido en América Latina procesos políticos y económicos que han contribuido a incrementar los grados de autonomía nacional, al menos respecto a lo acontecido durante la década de 1990. Algunos de estos procesos han buscado sustentarse, sobre todo el caso de la Argentina, a partir de la recuperación de una supuesta “burguesía nacional” desarrollada originalmente bajo la etapa conocida como industrialización por sustitución de importaciones, que abarcó el período abierto con la crisis de los años ‘30 hasta la segunda mitad de la década de 1970. Sin embargo, en las últimas décadas la globalización financiera, los procesos de liberalización del comercio y de internacionalización productiva han generado grandes cambios en la economía mundial y regional que deben ser tenidos en cuenta. Durante el decenio de 1990 (con sus antecedentes desde 1976) la Argentina sufrió un proceso de apertura de su economía en el marco de un modelo económico apoyado en lo productivo en actividades vinculadas con las ventajas absolutas del país. Esto supuso no sólo cambios en la estructura económica sino también en la dinámica social. Mientras que durante la fase sustitutiva el eje del proceso económico había pasado, en muchas coyunturas, por la defensa del mercado interno a través de una alianza entre el capital nacional y la clase obrera, bajo el predominio del neoliberalismo se apuntó fundamentalmente a potenciar una inserción en el mercado mundial a partir de rubros asociados a la explotación de recursos naturales, sectores en los cuales, en su gran mayoría, los salarios constituyen mucho más un costo de producción antes que un factor dinamizador de la demanda interna. Sin lugar a dudas, el abandono del régimen de tipo de cambio fijo conocido bajo el nombre de Convertibilidad (1991–2001)1 implicó cambios sustantivos a nivel macroeconómico que tuvieron un fuerte impacto en el desempeño de los distintos sectores de actividad, pero no conllevó mayores alteraciones en el perfi l de especialización y de inserción del país en la división internacional del trabajo. El modelo de Convertibilidad había beneficiado mayormente a las empresas de servicios públicos privatizadas y los grandes bancos privados, en su mayoría extranjeros (Arceo y Basualdo 1999; Azpiazu 1997; Basualdo 2006; Wainer 2010a).

A partir de 2002, el default de la deuda externa y la devaluación de la moneda generaron cambios en el patrón de crecimiento que determinaron que uno de los principales favorecidos por la nueva política económica fuese el sector productivo (en especial, aquellas actividades vinculadas con el procesamiento de recursos agropecuarios, mineros e hidrocarburíferos, así como algunas industrias elaboradoras de commodities y la armaduría automotriz).2 Sin embargo, durante la posconvertibilidad parece haberse registrado cierta continuidad en determinados procesos económico-sociales que exceden largamente la cuestión cambiaria (el “dólar alto”) y que remiten a los modos de inserción del país en una economía mundial fuertemente internacionalizada. En efecto, los cambios impulsados por la liberalización de los movimientos de capitales a nivel mundial en las últimas décadas derivaron en una creciente internacionalización de los procesos productivos de las grandes empresas. La caída de la tasa de ganancia, que estuvo en el origen de la crisis del modo de acumulación imperante hasta mediados de la década de 1970, impulsó a las grandes firmas, con el objetivo de reducir sus costos, a trasladar hacia la periferia los procesos de producción más intensivos en la utilización de mano de obra.3

En la actualidad, una unidad productiva ya no fabrica necesariamente un producto final (o intermedio, pero vendido a otra empresa diferente), sino que las distintas fases de la producción de un mismo bien se realizan en distintas regiones geográficas, con lo cual no sólo hay una gran interrelación comercial sino también productiva. En buena medida, esta deslocalización fue posible gracias a los adelantos tecnológicos en materia de comunicación y a una caída sustancial en los costos del transporte.4 Este proceso de internacionalización financiera y productiva ha conducido a un fuerte incremento de la presencia del capital transnacional en América Latina en general. Si bien las grandes empresas extranjeras en los países latinoamericanos han estado presentes desde hace más de un siglo, el carácter y el peso de las mismas, así como su rol, han variado signifi cativamente en las últimas décadas.5 Mientras que anteriormente las filiales llevaban a cabo la producción de forma autónoma, manejada por directivos locales, ahora en buena parte de las industrias las directivas sobre el proceso de producción proceden directamente desde la casa matriz y/o de otras filiales importantes en términos regionales, las cuales tienen en cuenta las necesidades globales de la corporación y la articulación necesaria de los procesos parciales de producción de las distintas sucursales alrededor del planeta. Hasta mediados de la década de 1970 la rentabilidad de las filiales de las empresas transnacionales dependía, en el mediano plazo, del crecimiento del mercado interno y, dado que por lo general la capacidad instalada superaba la capacidad de absorción del mercado, del grado de protección que gozaba el mismo. En cambio, a partir de la década de 1990 la rentabilidad pasó a depender de la relación entre el costo local de producción y el precio del mercado mundial, dando así lugar a tres situaciones diferentes: (…)
 
La concreción de significativas reformas de corte neoliberal durante el decenio de 1990 conllevó una aceleración del proceso de concentración y centralización del capital en la economía argentina. No es casual que esto haya sido así: el incremento de la transnacionalización del gran capital durante las últimas décadas exige que las distintas fracciones capitalistas alcancen un tamaño “adecuado” para operar en el mercado mundial o regional. Esta situación le otorga al capital transnacionalizado una ventaja competitiva decisiva sobre las fracciones meramente nacionales del capital (Arceo 2005). Si bien a partir de 2002 se han modificado algunos aspectos esenciales del patrón de crecimiento —espacialmente el rol de liderazgo que asumió el sector productivo—, ciertamente no se han eliminado buena parte de las reformas que llevaron a la desregulación de la economía. Es por ello que, teniendo como parámetros temporales comparativos al régimen convertible y a la posconvertibilidad, las evidencias que brinda la gráfico 1 indican que la presencia de las empresas nacionales y las asociaciones en la economía nacional se redujo en todas las variables bajo análisis, mientras que las compañías extranjeras detentaron una mayor gravitación agregada, a punto tal de alcanzar guarismos que denotan el elevado y creciente predominio económico que experimenta este segmento del capital concentrado interno en la posconvertibilidad. En términos más específi cos, la participación de las corporaciones extranjeras que componen la elite en el valor bruto de producción nacional aumentó en 12,3 puntos porcentuales entre los períodos 1993–2001 y 2002–2008, incremento que fue de 10,3 puntos porcentuales de considerar el valor agregado bruto. A raíz de ello, la presencia de las firmas extranjeras líderes en la posconvertibilidad alcanzó, respectivamente, el 24,2 por ciento y 19,2 por ciento de la producción y el producto bruto nacionales. En lo concerniente al comercio exterior se verifica un comportamiento similar: la incidencia de las ventas externas de las firmas extranjeras en las totales del país pasó de un promedio del 41,7 por ciento en la etapa 1993–2001 a otro del 57,0 por ciento en 2002–2008.

Es decir, en línea con los análisis previos, al elevado grado de concentración en las exportaciones de la cúpula empresaria, con sus implicancias en términos del poder de coacción que le otorga ser importantes generadores de divisas, debe adicionarse la participación por demás elevada y creciente en las mismas de un número acotado de oligopolios extranjeros. Con el propósito de interpretar estos resultados, resulta pertinente indagar en algunos puntos de infl exión que asumió la movilidad interna de la elite al cabo del período estudiado. En este sentido, el cuadro 1 permite visualizar una primera oleada de desnacionalización del panel de las quinientas grandes empresas durante el trienio 1993–1995.
 
En esta etapa puede advertirse que las compañías foráneas pasaron de 161 a 186 firmas, lo que en términos de su participación en el valor de producción de la cúpula empresarial significó un aumento de 11,4 puntos porcentuales, al pasar de representar el 33,8 por ciento al 45,2 por ciento. Ello, en el marco de una caída en el peso relativo de las compañías nacionales y las asociaciones. Este proceso de extranjerización no estuvo disociado de la privatización de empresas públicas y de sus distintas fases. Ahora bien, las tendencias a la extranjerización se aceleran a partir de 1995 asociadas, fundamentalmente, a la dinámica que adquirió la compra-venta de fi rmas dentro del propio capital privado, en donde las transferencias de acciones de las empresas privatizadas tuvieron un papel destacado pero no excluyente. Si bien las ventas de activos fi jos fueron múltiples, en diversos rubros de actividad y de distinto origen o destino, por los resultados es indiscutible que los compradores fueron mayoritariamente extranjeros y los vendedores, principalmente de origen nacional. De allí que entre 1995 y 2001 se incorporaron al panel ochenta y cuatro empresas transnacionales y que la presencia de los inversores foráneos en el valor de producción de la elite alcanzó al 69,0 por ciento en el último año de vigencia del régimen de conversión fija (supone un incremento de casi 24 puntos porcentuales respecto de su participación en 1995).8

Las evidencias presentadas permiten concluir que en el punto más alto de la crisis económica (año 2002) se incrementó fuertemente la presencia extranjera en el panel de las quinientas corporaciones de mayores dimensiones del país: en apenas un año se incorporaron veintitrés firmas y su gravitación en el valor bruto de producción total creció alrededor de 6 puntos porcentuales, para ubicarse en el 75,1 por ciento. En los años subsiguientes ese umbral de participación transnacional en el interior de la elite se mantiene con escasas variaciones, tanto en cantidad de firmas como de su peso relativo en la producción, cristalizándose, en consecuencia, un grado de extranjerización sumamente elevado de la cúspide del poder económico y, por ende, de la economía argentina en su conjunto. En esta etapa se registró una serie de “cambios de mano” a favor del capital extranjero (con una participación activa de inversores brasileros) que no casualmente involucraron a varias compañías en cuya propiedad participaban accionistas locales y que, por su generalizada condición de oligopolios en un mercado interno reactivado y/o por contar con bajos costos absolutos (en dólares) que favorecen su inserción exportadora —a lo cual debe sumarse la creciente demanda mundial de commodities— garantizaban amplios márgenes de rentabilidad (cuadro 2). Por otro lado, cabe destacar que, ante el considerable nivel de extranjerización prevaleciente en muchos sectores de la actividad económica local, se verificó.
 
En definitiva, bajo el esquema de acumulación que se ha venido configurando tras la implosión de la Convertibilidad, se han afianzado las tendencias iniciadas durante el decenio de 1990 hacia una fuerte extranjerización del núcleo duro del poder económico local y, en consecuencia, del conjunto de la economía argentina. La apertura económica en general ha favorecido principalmente a las empresas transnacionales dado que permitió incrementar su capacidad competitiva a partir de la posibilidad de localizar los distintos fragmentos de su producción en donde los costos fuesen menores, en tanto el capital nacional se tuvo que retirar de algunas de las actividades en las que estaba inserto anteriormente o, al menos, eliminar los procesos tecnológicamente más complejos, donde su desventaja a nivel internacional es mayor. Naturalmente, el correlato de esta situación es una ostensible pérdida de “decisión nacional” en lo que atañe a la definición de ciertas temáticas relevantes para el devenir económico, político y social del país.10

Desempeños de las distintas fracciones del gran capital
Con el objetivo de acceder a una visión más abarcadora del comportamiento de las diferentes fracciones que integran la elite empresaria en la Argentina en la posconvertibilidad, en esta sección se analizan las principales diferencias estructurales y de performance que se manifi estan entre las fi rmas extranjeras, las nacionales y las asociaciones. Se trata de una perspectiva que permite extraer interesantes elementos de juicio adicionales para reflexionar acerca de ciertos impactos que, sobre la dinámica económica y social de país, se desprenden de la extranjerización del poder económico verificada en los últimos años. En tal sentido, en el cuadro 3 se comprueba que en el período 2003–2008 (promedio anual) las fi rmas controladas por inversores foráneos tuvieron una participación mayoritaria en las principales variables económicas relevadas por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC). Así, por ejemplo, tales empresas (292, el 58,5 por ciento del total) aportaron más del 75 por ciento de la producción total, casi el 80 por ciento del valor agregado, alrededor del 87 por ciento de las utilidades globales, el 56,4 por ciento de la ocupación, el 63,3 por ciento de la totalidad de los salarios abonados, aproximadamente el 82 por ciento de la inversión bruta fi ja global, el 77,9 por ciento del total de exportaciones, el 83,2 por ciento de las importaciones agregadas y las tres cuartas partes del excedente de comercio exterior.
 
Esos disímiles niveles de participación permiten inferir la presencia de discrepancias de consideración entre las empresas extranjeras y el resto de las compañías líderes, entre otros aspectos, en términos de los tamaños medios de las fi rmas, las productividades relativas, los respectivos niveles salariales, la distribución funcional del ingreso en su interior, la intensidad de la formación de capital, los márgenes de rentabilidad y las modalidades de apertura al mercado internacional. Al respecto, en la etapa bajo análisis el tamaño promedio de las firmas extranjeras (medido por el cociente entre el valor de la producción y la cantidad de empresas) fue un 68,1 por ciento más elevado que el de las asociaciones y casi un 138 por ciento más holgado que el de las líderes de capital nacional. La inserción del capital foráneo en diversas actividades económicas en las cuales las economías de escala (productivas, tecnológicas, de comercialización) se conjugan con el consiguiente liderazgo oligopólico, sumada a la casi total ausencia de restricciones asociadas a, entre otros elementos, el financiamiento y/o el tamaño de mercado —igualmente subsanables en el marco de una estrategia transnacional e intracorporativa—, asumen un papel protagónico en ese contraste con las grandes fi rmas de capital nacional. Tal como se mencionó anteriormente, los procesos de liberalización fi nanciera y comercial impulsaron un incremento del nivel de concentración y centralización del capital ya que las empresas requieren de un gran tamaño para poder competir en una economía abierta. Sin duda, las empresas transnacionales han sido las principales beneficiarias de este proceso, ya que por definición se encontraban en mejores condiciones para competir en los mercados regionales y mundiales.
 
En definitiva, este proceso no ha hecho más que acentuar las diferencias de tamaño entre las empresas transnacionales y las fracciones locales del gran capital. Pero las mencionadas diferencias no se restringen a una cuestión de tamaño sino que resultan aún más pronunciadas cuando se consideran las respectivas productividades de la mano de obra (valor agregado por ocupado): siempre considerando los promedios anuales 2003–2008, el rendimiento productivo promedio de los asalariados empleados en las empresas extranjeras fue casi un 85 por ciento superior que el de las asociaciones y 3,3 veces más alto que el registrado en las empresas nacionales. Este hecho pone en evidencia la debilidad relativa, en términos de competitividad, de las empresas nacionales —aún de las grandes— frente a sus pares foráneas. El hecho de que las brechas salariales existentes en el interior del panel de las firmas más grandes del país según el origen del capital de las mismas hayan sido mucho menos acentuadas que en el caso de las respectivas productividades del trabajo sugiere que en el ámbito de las líderes controladas por inversores extranjeros se manifestó una distribución del ingreso mucho más regresiva que en el resto de las grandes compañías.11 En este sentido, a pesar de pagar mejores salarios, los capitalistas propietarios de las empresas extranjeras se apropian de una porción mayor del excedente o, en otros términos, la tasa de explotación en estas corporaciones es mayor que entre sus pares nacionales. Ello se visualiza en que la relación productividad/salario medio en las firmas transnacionales fue un 63,6 por ciento más elevada que en las asociaciones y cerca de un 142 por ciento superior que la registrada en el subconjunto de las líderes controladas por capitales vernáculos. Asimismo, el superávit bruto de explotación por ocupado en las extranjeras fue 4,4 veces más elevado que en las controladas por accionistas locales y 2,1 veces superior que el que se manifestó en las asociaciones. Otro indicador de la mayor tasa de explotación vigente entre las líderes en las que los capitales extranjeros detentan una proporción mayoritaria o total del “paquete” accionario presentan vis-à-vis las restantes empresas del panel se expresa en que las corporaciones internacionales demandan una menor cantidad de mano de obra por unidad de producción.12 En buena medida esta situación se deriva del hecho de que las empresas extranjeras son mucho más capital-intensivas que las grandes fi rmas locales o, en otros términos, tienen una composición orgánica más elevada. Esto se ve reflejado en la participación de los salarios en el valor agregado: en las compañías controladas por inversores foráneos fue muy inferior (14,5 por ciento) al verificado en las asociaciones (23,7 por ciento) y, más aún, en las empresas nacionales (35,0 por ciento).
La reproducción en el ámbito local, aún a diferente nivel, de los estándares económico-tecnológicos prevalecientes en los países de origen de las filiales locales deriva en mayores escalas de producción y una composición orgánica mucho más elevada que las de sus similares nacionales. Al respecto, debe tenerse en cuenta que para las corporaciones foráneas prácticamente no existen rigideces (ni financieras, ni de otro tipo) que condicionen o limiten la adopción de aquellas tecnologías que les garanticen el más apropiado sendero de acumulación y reproducción ampliada del capital en el nivel doméstico, así como de la inserción de este último a escala mundial. Por otra parte, si bien tuvieron un peso decisivo en la formación de capital realizada en conjunto por las fi rmas integrantes de la elite empresaria, la información que brinda el cuadro de referencia indica que la tasa de inversión (sobre valor agregado) de las empresas extranjeras del panel fue apenas levemente superior a la de las fi rmas nacionales. Ello, a pesar que el nivel de apropiación del excedente por parte de las firmas extranjeras superó holgadamente al del resto de las fi rmas del panel.

Esta diferencia entre la tasa de inversión real y la “esperada” se deriva fundamentalmente de, justamente, su condición de transnacionales: buena parte del excedente adopta diversas formas como la remisión al exterior de utilidades y dividendos, el pago de honorarios y regalías, y la fuga de capitales por diversas vías como, por caso, el manejo discrecional de los montos de exportaciones y/o importaciones en operaciones intracorporativas y la cancelación total o parcial de créditos concedidos por la propia casa matriz y/o alguna subsidiaria radicada en otro país.13 Esta relativa baja tasa de inversión podría estar asociada también a su mayoritaria inserción en mercados oligopólicos y al hecho de haber alcanzado, por distintos motivos, cierto grado de madurez tecno-productiva que no demanda inversiones de relativa importancia para mantener su posicionamiento competitivo en un mercado interno en expansión pero que aún se mantiene reducido en escala para sus respectivos tamaños globales. Al respecto, los datos aportados por la gráfico 2 son contundentes en indicar que en la posconvertibilidad, en el marco de una ampliación de la demanda por efecto del ciclo expansivo (local e internacional), el coeficiente global de inversión de este segmento empresario se ubicó significativamente por debajo de sus márgenes de rentabilidad (que fueron holgadamente superiores a los internalizados en la Convertibilidad). En otras palabras, pese a la notable capacidad de acumulación que se abrió a partir del “dólar alto” y la vigencia de mercados externos en franca expansión, la contribución de las empresas transnacionales a la expansión de las capacidades productivas locales fue, en términos relativos, bastante acotada.
 
Por supuesto que la relativa baja tasa de inversión no es privativa del capital extranjero sino que alcanza también a las grandes empresas nacionales, las cuales suelen mantener una proporción considerable del excedente en estado líquido y, generalmente, en divisas.14 Sin lugar a dudas, al menos durante la posconvertibilidad, esta reticencia inversora no se debe a una insuficiente tasa de ganancia,15 ni tampoco debería ser atribuida enteramente a una supuesta “mentalidad rentística” de la clase capitalista local. Muy probablemente buena parte de la respuesta a este interrogante haya que buscarla en la ausencia de incentivos para invertir en sectores donde la producción local ha sido desmantelada y/o carece de ventajas comparativas estáticas o donde su participación implicaría grandes inversiones para poder competir en igualdad de condiciones con el capital extranjero (el cual, como se vio, no tiene necesidad de realizar grandes inversiones de capital para mantener su posición privilegiada en el mercado interno).

Parecería que la sola caída en el costo salarial a escala internacional que propició la fenomenal devaluación del peso en 2002 no ha sido una condición suficiente para impulsar la recuperación o creación de nuevas ramas de producción, muy especialmente en aquellos sectores capital-intensivos donde la brecha tecnológica de la Argentina con las naciones desarrolladas es mayor o incluso en industrias mano de obra intensivas en las cuales predomina la producción proveniente de países periféricos con salarios mucho más bajos en términos absolutos. En este sentido, parece muy difícil que, con la estructura social argentina y la tradición de lucha y organización de la clase obrera, se puedan bajar los costos salariales lo suficiente como para hacer rentable la inversión en sectores exportadores donde predomina la producción de países como China, India, Tailandia, Vietnam, etcétera. Pero, dada la ampliación de la brecha tecnológica durante las últimas décadas (Nochteff 2000), tampoco parece ser suficiente la sola modificación cambiaria para impulsar por sí misma la inversión para la exportación en sectores intensivos en el uso de tecnología.16

Lo dicho brinda algunos elementos de juicio en relación con los argumentos frecuentemente utilizados para destacar la importancia de una presencia difundida de actores foráneos en el país. De acuerdo a esta visión, tal situación contribuiría a modernizar la estructura productiva dado que las empresas extranjeras tendrían una elevada propensión a invertir asociada a la introducción de bienes de capital de alta complejidad tecnológica, así como a la realización de importantes gastos en materia de investigación y desarrollo en el nivel local, con el consiguiente “efecto derrame” que ello traería aparejado. Se suponía que la inserción de grandes empresas transnacionales benefi ciaría a los países “en vías de desarrollo” a través de la transferencia de la tecnología más avanzada, lo cual eliminaría los problemas de contar una industria “infantil” y la falta de economías de escala. Sin embargo, las evidencias disponibles sugieren que las empresas extranjeras suelen conservar en sus países de origen tanto la fabricación de equipamiento de alta tecnología, como la casi totalidad de sus gastos en materia de investigación y desarrollo; de allí su escaso dinamismo en lo atinente a la generación de entramados locales virtuosos. Todo ello es particularmente importante de destacar por cuanto indica que en el plano interno las compañías transnacionales no parecen haber sido agentes difusores de la inversión ni del cambio y/o la innovación tecnológica y, por otra parte, al ser fuertes importadoras de bienes de capital, han contribuido a profundizar el deterioro de la industria local de maquinaria y equipo y el desequilibrio comercial en la materia.17

En relación con lo anterior, vale incorporar un breve comentario respecto del grado de inserción en el comercio internacional de las distintas empresas que integran la cúpula. De los datos aportados por el cuadro 3 surge que tanto las grandes firmas de capital nacional como las que tienen más o menos participación extranjera en su propiedad accionaria presentaron en términos globales una similar propensión exportadora (superior en el caso de las controladas por intereses foráneos). Sin embargo, como era de esperar, cuando se analiza para cada tipo de firma el peso relativo de las compras en el exterior en la producción total se comprueba que las empresas extranjeras fueron en promedio más importadoras que el resto de las líderes: el coeficiente de importaciones de las primeras fue del 11,5 por ciento, mientras que el de las nacionales fue del 7,3 por ciento y el de las asociaciones del 6,7 por ciento. De modo que las extranjeras fueron las compañías que registraron el mayor coeficiente de apertura global al mercado mundial.18 Ello se asocia a la conjunción de diversos factores como, a modo ilustrativo, la presencia determinante de estas empresas en sectores donde las exportaciones y/o las importaciones tienen un peso relevante en la producción total (por ejemplo, la elaboración de alimentos y otros productos derivados de la explotación agropecuaria, el armado de vehículos automotores, la actividad hidrocarburífera y la minera, la fabricación de productos químicos y la producción siderúrgica).

O dado que se trata en muchos casos de filiales de empresas transnacionales, esa mayor exposición al comercio mundial puede responder al proceso de integración y/o complementación productiva en el nivel internacional de la respectiva casa matriz, así como a la distribución de áreas de mercado entre sus diferentes filiales en el exterior (tal el caso de muchas firmas vinculadas a la industria alimenticia y a la de automóviles y sus partes). Si bien, como se vio en la gráfico 1, las empresas transnacionales son las principales exportadoras, esta elevada propensión a importar, sumado a la remisión de utilidades y diversos mecanismos de fuga de capitales, ponen en tela de juicio el argumento de que la inversión extranjera sea un elemento que contribuya a superar la histórica restricción externa que ha caracterizado a economías dependientes como la argentina.19 Esto es así sobre todo en el caso de la inversión extranjera en el sector industrial, donde el nivel de integración de la producción nacional suele ser muy bajo.20 De hecho, parecería ser cierto que, tal como lo afirmaba Oscar Braun (1975) en otro contexto nacional e internacional, la inversión extranjera directa sólo tiende a profundizar, en el mediano plazo, el carácter dependiente de la economía argentina. Finalmente, cabe realizar unas breves consideraciones sobre la rentabilidad de las diferentes fracciones del capital concentrado interno. Como se vio, las empresas controladas por accionistas foráneos fueron las que registraron los mayores márgenes brutos de explotación y en las que los capitalistas se apropiaron de una proporción mayor del excedente generado por los trabajadores, en el contexto de una propensión inversora relativamente débil. De allí que no resulte casual que constituyeran el segmento de las líderes que en el período bajo estudio internalizó las mayores tasas de beneficio (utilidades sobre valor agregado): de acuerdo a los datos aportados por el cuadro 3, en el período 2003–2008 el margen medio de ganancia de las líderes extranjeras fue del 35,0 por ciento, frente al 19,7 por ciento de las nacionales y el 23,1 por ciento de las asociaciones. En cuanto a las tasas de rentabilidad de las corporaciones extranjeras, cabe destacar que las mismas pueden estar subestimando los beneficios reales, dado que estos actores suelen desplegar distintos mecanismos de transferencia del excedente generado en el nivel doméstico. En tal sentido, y a modo ilustrativo, se destaca el establecimiento de precios de transferencia entre las filiales locales y sus casas matrices en el exterior y/o subsidiarias de la misma matriz radicadas en otro país: por ejemplo, vía la sobrefacturación de importaciones, la subfacturación de exportaciones o la cancelación de líneas crediticias (en rigor de autopréstamos). También, como en el caso particular de ciertas empresas de la cúpula que son controladas por algunos de los principales conglomerados extranjeros que actúan en el país, la posibilidad de realizar traslaciones de ingresos entre las distintas firmas que forman parte del complejo empresario a partir de, por caso, la instrumentación de subsidios cruzados y el aprovechamiento de los beneficios derivados de la integración vertical y/u horizontal de las actividades.

Reflexiones finales
El primer elemento a destacar es que en la posconvertibilidad ha tenido lugar un nuevo salto de nivel en materia de concentración económica global. Pero no sólo se ha agudizado el proceso de centralización del capital, sino que el capital concentrado ha afianzado su proceso de
extranjerización. En efecto, en segundo lugar, lo que demuestran las evidencias presentadas y analizadas es que la tendencia a la extranjerización del gran capital en la economía argentina se ha convertido en un dato estructural que no se debe a factores coyunturales de tipo “etapa de crisis” o “etapa de crecimiento” o al nivel del tipo de cambio. En este sentido, puede afirmarse que el proceso de extranjerización se debió principalmente a la incapacidad de las grandes empresas argentinas para competir en igualdad de condiciones con sus pares transnacionales tras los procesos de apertura económica y de profunda desregulación de la economía impulsados durante la década de 1990; reformas estructurales que, en lo sustantivo y a pesar de la modificación del tipo de cambio, prácticamente no se han revertido en la posconvertibilidad. Si bien tras el default de la deuda, el abandono de la paridad cambiaria y la cancelación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional el país logró mayor autonomía respecto al capital financiero internacional, el rol central que juegan las grandes empresas extranjeras en variables clave como el nivel de la
inflación, el tipo de cambio, la inversión, el mercado de trabajo, la distribución del ingreso y las cuentas externas y fiscales ha reforzado ciertos aspectos de la dependencia económica. Todo esto erosiona, en otro sentido, la autonomía del Estado argentino, ya que la concentración de poder económico en una fracción del capital cuyo centro de decisión escapa, en lo sustancial, a los límites territoriales, impone importantes condicionamientos a la hora de planificar la política económica del país.

Esta situación conlleva una serie de aspectos críticos adicionales que hasta el momento no han merecido la debida atención de los policy makers y de diversos ámbitos académicos, políticos e, incluso, sindicales: • El hecho de que las compañías transnacionales que se desenvuelven en el nivel local sean relativamente poco generadoras de empleo por unidad producida y que en su interior se manifieste una distribución funcional del ingreso sumamente regresiva, constituye un aspecto estructural que plantea numerosos interrogantes en cuanto a que el poder económico realmente existente pueda ofi ciar de vector conductor de un “modelo de acumulación con inclusión social”. • Los riesgos que sobre las cuentas externas del país se derivan de que los actores que controlan una proporción muy considerable y creciente del ingreso sean fuertes demandantes de divisas por distintos motivos: altos coefi cientes de importación (con su correlato en el plano interno en débiles grados de articulación e integración productiva y tecnológica y el consiguiente afi anzamiento del carácter trunco de la estructura manufacturera), remisión al extranjero de utilidades y dividendos, pago de honorarios y de regalías por la compra y/o la utilización de tecnologías y/o patentes, fijación de precios de transferencia en sus transacciones intracorporativas, intereses devengados por el endeudamiento con el exterior, etcétera21—en este sentido, difícilmente se pueda afi rmar que la inversión extranjera directa contribuya en el largo plazo a superar definitivamente el problema del estrangulamiento externo crónico. • A todo ello debería agregarse la insuficiente inversión de capital por parte de las grandes empresas nacionales y la persistencia de buena parte del excedente en estado “líquido” (en su mayor parte, bajo la forma de fuga de capitales).

En síntesis, la notable extranjerización de la economía argentina en las últimas décadas no hace más que expresar, ante la ausencia de políticas estatales compensatorias, la ostensible debilidad del capital nacional vis-à-vis el capital extranjero. Se trata de una fracción que, ante su incapacidad de competir en igualdad de condiciones con el capital extranjero, ha venido desplegando una estrategia que lo ha llevado a resignar porciones importantes de la estructura económica. Si bien la burguesía argentina emergente del proceso de industrialización por sustitución de importaciones conserva, en algunos casos, la producción de productos primarios y el procesamiento de los mismos, además de participar en la elaboración de ciertos bienes de consumo masivo y de algunos insumos intermedios, en general realiza actividades complementarias y no competitivas con las filiales extranjeras. En este contexto, la burguesía local que logró sobrevivir a los procesos de apertura y desregulación económicas se inserta en un marco de profundización del proceso de transnacionalización del capital y, consecuentemente, ha tendido a estrechar sus lazos con el capital extranjero. Esto último marca una diferencia sustancial entre el papel de la burguesía argentina y otras periféricas como las del sudeste asiático, cuyas empresas nacieron mayormente como proveedoras o clientes de empresas foráneas pero luego se desarrollaron hasta terminar compitiendo con ellas. Así, en su transnacionalización subordinada, los capitalistas argentinos han renunciado a encarar un proyecto susceptible de impulsar la reindustrialización sobre la base del desarrollo y el control de nuevas capacidades productivas. En efecto, para definir el carácter de la burguesía argentina debe tenerse en cuenta una cuestión central: la forma de inserción predominante que propugnan las distintas burguesías periféricas. Como surge de diversas investigaciones, países como Corea del Sur, Taiwán y China también procuraron insertarse en la economía globalizada a través de sus exportaciones, pero a diferencia del grueso de América Latina estos países carecen de ventajas comparativas naturales y sus respectivos Estados buscaron crear o fortalecer burguesías nacionales asentadas sobre la producción industrial (con una creciente densidad tecnológica). Ello, a partir de burocracias estatales con grados más o menos relevantes de autonomía respecto de la sociedad civil (Amsden 1992; Amsden y Chu 2003; Arceo 2004, 2011).

En cambio, en América Latina en general, y en la Argentina en particular, la mayor parte de los sectores dominantes sigue asentándose en buena medida sobre la explotación de las ventajas comparativas que ofrecen sus recursos naturales y, consecuentemente, los Estados nacionales no han llevado adelante una verdadera política industrial. De allí que las distintas regiones de la periferia (Asia y Amé- rica Latina) ocupen hoy en día muy disímiles lugares en la división internacional del trabajo.22 De esta forma, lo que revela la continuidad del proceso de desnacionalización en la Argentina es la debilidad competitiva de la burguesía local en una economía abierta y ante la ausencia de políticas públicas que fomenten una reconversión estratégica de las fi rmas de capital nacional que exceda al puñado de actores previamente consolidados. Sin duda, la sola modifi- cación del tipo de cambio —el “dólar alto”— no ha alcanzado para revertir este proceso. Todo esto se ha visto reflejado tanto en la persistencia de la fuga de capitales, en el direccionamiento de inversiones de capitales nacionales hacia sectores donde el capital transnacional aún no encontró una manera eficiente de controlar la producción desde sus países de origen —como en el sector agropecuario—, o donde no existen significativas diferencias de productividad por el propio carácter de la actividad, como en el comercio.
En tanto, el capital transnacional continúa acrecentando su predominio en el núcleo más dinámico de la actividad económica. De allí que en la actualidad las transnacionales que se desenvuelven en el país tienen, en términos productivos, una suerte de “doble” inserción estructural. Por un lado, están aquellas vinculadas con la “vieja” división internacional del trabajo: producciones estructuradas sobre la base de ventajas comparativas estáticas, principalmente materias primas abundantes (agroindustria, minería, petróleo y algunos commodities industriales). Por otro, están aquéllas ligadas a la “nueva” fase de internacionalización de los procesos productivos: desverticalización de procesos a escala regional y/o mundial, siendo un ejemplo emblemático el que brinda el sector automotor, en el que Brasil juega un indudable rol dinamizador en el nivel regional y Argentina ocupa el lugar de “furgón de cola” asociado a una creciente desintegración de la actividad en el marco de estrategias corporativas definidas en el ámbito subregional y/o a escala internacional.

Difícilmente se encuentre entre las prioridades de las empresas trasnacionales el modificar sustancialmente el rol de la economía argentina en el mercado mundial, mucho menos cuando la misma no ofrece ventajas comparativas más allá de su abundante dotación de recursos naturales. Pero tampoco parece existir una burguesía nacional dispuesta a llevar adelante un proyecto de país distinto al que surge “naturalmente” de la tradicional división del trabajo internacional. En este contexto, de no mediar una fuerte acción estatal que limite y condicione el libre juego del mercado en el espacio nacional, la economía argentina parece condenada a mantener o profundizar los aspectos centrales de su carácter dependiente. Referencias: (…)
*Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
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Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
 Fuente: https://lasa.international.pitt.edu/LARR/prot/fulltext/vol49no3/49-3_103-125_Wainer-Schorr.pdf

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