No hay democracia por “crecimiento con inclusión
social”
Extractivismo y
dialéctica de la dependencia.
26 de agosto de 2017
Por Horacio Machado Araoz
(..) Se trata de tomar nota de que la política de “crecimiento con
inclusión social” no sólo no alcanza como horizonte político de cambio social
revolucionario, sino que en realidad es una política completamente errada e
históricamente perimida, si a lo que aspiramos es a un verdadero proceso de
emancipación social. Un programa político basado en la pretensión de la
satisfacción (así sea “para todos y todas”) de las necesidades existentes, es
como tal un programa reaccionario, que inhibe de raíz la posibilidad de
imaginar y avanzar en la dirección de los cambios que precisamos realizar. El
sistema justamente nos constituye como sujetos-sujetados a su reproducción a
partir de la estructuración misma de las necesidades (y la colonización de los
deseos): las necesidades existentes son, en realidad, las que el sistema
necesita para su reproducción; son, por tanto, un aspecto clave de lo que precisamos
cambiar.
Los movimientos del
ecologismo popular hemos venido señalando ese punto ciego de los gobiernos
progresistas. Las políticas de “crecimiento con inclusión social” no sólo son
funcionales a la reproducción del sistema, sino que además se basan en la
quimérica creencia de que, dentro del capitalismo, sería posible “incluir a
todos los excluidos”, o peor, de que “incluyendo a los excluidos” se va
transformando el sistema… El programa de la “inclusión social” no sólo es
inviable socialmente (pues el capitalismo es por definición un régimen
oligárquico de apropiación y usufructo diferencial de las energías vitales,
donde “la pobreza de la mayoría, a pesar de lo mucho que trabajan” sólo va a
engordar “la riqueza de una minoría, riqueza que no cesa de crecer aunque haga
ya muchísimo tiempo que hayan dejado de trabajar”), sino también
ecológicamente: hay taxativos límites biológicos y físicos dentro del Sistema
Tierra que hacen inviable un horizonte de “crecimiento infinito”.
Si a mediados del siglo XIX podría haber sido todavía
comprensible, la ceguera ante la crucial cuestión ecológica de fuerzas sociales
que se dicen revolucionarias, anti-capitalistas, resulta, en el siglo XXI, lisa
y llanamente inadmisible. La crisis ecológica, las desigualdades e
injusticias socioambientales, los impactos tóxicos y destructivos del
industrialismo, el urbanocentrismo, el patrón energético moderno, la producción
a gran escala y el consumismo (no sólo sobre los ecosistemas, sino sobre la
condición humana), no pueden no estar en la agenda de un programa que se
proponga seriamente la construcción del socialismo del siglo XXI. Como lo
dijera el comandante Chávez, la construcción del socialismo es, en este siglo,
“razón de vida”.
El ecologismo, así, (el
ecologismo popular, que nada tiene que ver con el conservacionismo, el
maltusianismo, la economía verde ni cualesquiera de las distintas expresiones
del eco-capitalismo tecnocrático) lejos de constituir un programa social
‘reaccionario’ o ‘funcional a la derecha’, expresa en realidad un nuevo umbral
del pensamiento crítico y las energías utópicas. La irrupción de los
movimientos del ecologismo popular en la escena política del siglo XXI está
dando cuenta de la necesidad de una profunda renovación y radicalización del
contenido y el sentido de la práctica revolucionaria; acorde a las necesidades
de nuestro tiempo. Porque en nuestro tiempo, está claro que no se trata de
“incluir” sino de “transformar”.
Hay que tomar
seriamente -en términos políticos y epistémicos- que estamos viviendo los
momentos extremos de la Era del Capitaloceno (Altvater, 2014; Moore, 2003), una
era signada por las huellas prácticamente irreversibles que la destructividad
intrínseca del capitalismo ha impreso sobre la Biósfera, la Madre Tierra. Justamente
por ello, el sentido de la acción política y el cambio social que como especie,
como comunidad biológica, asumamos, signará decisivamente nuestras
posibilidades de sobrevivencia, o no. Ese es el escenario en el que nos
hallamos.
No se trata de
‘catastrofismo’, sino del más crudo realismo. Como lo advierte Donna Haraway
(2016), el Capitaloceno no es una “nueva” era geológica, otro horizonte
espacio-temporal de larga duración; al contrario, el Capitaloceno designa un
“evento límite”, es decir, un momento de la historia de la Tierra cuyos
presupuestos y condiciones ecológicas y políticas lo hacen inviable: o se
transforman esos presupuestos, o se extingue.
La cuestión ecológica,
tal como es planteada por el ecologismo popular, es así crucial para la
sobrevivencia de la
especie. Por eso mismo, nos empuja a atrevernos a pensar el
fin del capitalismo, a recuperar y renovar formas y modos de vida
no-capitalistas. Nos incita a pensar la revolución no apenas como ‘cambio de
políticas/políticas redistributivas’, ‘cambio de gobierno’ o ‘toma del Estado’,
sino como un radical y profundo cambio civilizatorio. Es decir, el escenario
del Capitaloceno, la posibilidad cierta de un colapso terminal de las
condiciones ambientales que hacen posible la vida humana en el planeta como
consecuencia de la huella ecológica provocada por el capitalismo, nos desafía a
pensar el cambio revolucionario completamente en otra escala; una escala
espacio-temporal mucho más amplia que la que hasta ahora se ha considerado.
Necesitamos pensar la revolución como un cambio de Era Geológica. Si el Capitaloceno es un
momento crítico, donde la vida (al menos en su forma humana) está expuesta a la
extinción, si designa el tiempo geológico en el que el capitalismo ha
trastornado hasta tal punto los flujos elementales del sistema Tierra casi al
extremo de volverla in-habitable, hacer la revolución en el presente, significa
realizar todas las transformaciones que sean necesarias a fin de restituir las
condiciones dehabitabilidad del planeta; volver a hacer de la Tierra, nuestro
Oikos/Hogar, el lugar apto para la (re)producción de nuestra vida como
comunidad biológica.
Si la idea de un
socialismo del Siglo XXI es algo más que un mero eslogan político, y lo
consideramos, en términos realistas y concretos como un nuevo horizonte
político, un nuevo modo histórico de (re)producción social de la vida, y un
nuevo régimen de relaciones sociales, esa noción de “socialismo del siglo XXI”
nos lleva a pensar la revolución como una profunda migración civilizatoria que
nos saque de la era insostenible del Capitaloceno. El ecologismo popular -los
sujetos y movimientos sociales que lo encarnan- se toma seriamente este
desafío; piensan/pensamos la revolución como cambio sociometabólico, como una
radical transición socioecológica hacia un absolutamente nuevo modo de
producción social (de la vida), que supone y requiere no apenas “oponernos al
neoliberalismo” sino deconstruir de raíz las formas elementales del capital.
En este punto, hallamos
la convergencia fundamental entre el chavismo y el ecologismo popular. Si algo
precisamos rescatar y recuperar del movimiento bolivariano, si en algo reside
su originalidad, su pertinencia histórica y su potencia revolucionaria, es en
la centralidad que se le ha querido dar a las comunas como nuevas bases
ecobiopolíticas y unidades de producción de la vida social. Eso que ha sido su
gran aporte histórico, ha sido también -hoy lo podemos ver con claridad- su
límite y su contradicción: construir el socialismo comunal ha quedado sólo como
una expresión de deseos. El chavismo en el gobierno siguió el camino de la
“siembra del petróleo”, en lugar del sendero alter-civilizatorio de la comunalización. Lejos
de favorecer la germinación del poder popular, esa siembra de petróleo lo
intoxicó y lo fue asfixiando cada vez más.
En las horas aciagas
que corren, sería de gran utilidad volver y juntar fuerzas en torno a ese
proyecto político que fue truncado. “Comuna
o nada” es un lema que resume el legado perenne del comandante Chávez y es
también un principio elemental clave para orientar el cambio revolucionario, la
transición socioecológica hacia una nueva era Civilizatoria y Geológica.
Comunalizar es el verbo
donde convergen el chavismo y el ecologismo popular como fuerzas sociales
revolucionarias; es lo que tenemos en común, como horizonte guía y aspiración
transformadora. Comunalizar es, por supuesto, des-mercantilizar, pero también
des-estatalizar: el Estado no es lo opuesto del Mercado, sino la contracara
jurídico-política del capital. Avanzar hacia un socialismo comunal no implica
un “Estado comunal”, sino la deconstrucción radical de la lógica
racional-burocrática, centralizada y vertical de ejercicio del poder y gestión
de la vida colectiva. Comunalizar es democratizar y descentralizar los procesos
de producción de la vida; implica sembrar poder y capacidades autogestionarias,
construir autonomía social desde las bases, tanto en las esferas de la vida
doméstica, como de la vida pública. Comunalizar es des-privatizar y
desmercantilizar las relaciones sociales, los imaginarios, los cuerpos y los
territorios. No basta con suprimir la propiedad privada de “los medios de
producción”; tenemos que suprimirla de la faz de la tierra; hacer que llegue el
día en el que “la propiedad privada del planeta en manos de individuos
aislados” sea un absurdo inaceptable.
Así, radicalizar la
revolución es comunalizar la
Madre Tierra ; es diseñar, construir y asumir como forma de
vida, un nuevo metabolismo social que la reconozca, la considere y la trate
como lo que en realidad es: base imprescindible y fuente de Vida en Común.
Producir un radical
giro sociometabólico que parta del respeto y el cuidado radical de la Madre Tierra , supone
salirnos de los engranajes del productivismo y el consumismo que hacen girar
“el molino satánico” de la acumulación como fin-en-sí-mismo; supone también
corrernos del industrialismo, del urbanocentrismo y el fetichismo tecnológico
que nos hace creer que el “desarrollo de las fuerzas productivas” es una línea
evolutiva universal y que para cualquier problema social y/o ecológico siempre
bastará y será posible hallar una solución tecnológica. Ese cambio
sociometabólico no implica “aumentar los salarios” sino des-salarizar el
trabajo; no “redistribuir el ingreso”, sino redefinir radicalmente el sentido
social de la riqueza, esta vez, en función de los valores de uso y de la
sustentabilidad de la vida y no de la valorización abstracta y la
super-producción de mercancías.
En fin, procurar ese
giro sociometabólico involucra, en última instancia, des-mercantilizar las
emociones, vale decir, buscar, sentir y vivir la felicidad en las relaciones, y
no en las cosas. En lugar de la expansión (incluso ‘igualitaria’) de los
‘bienes de consumo’, el nuevo horizonte utópico que se vislumbra desde esta
perspectiva pasa más bien por un escenario donde “el hombre socializado, los
productores libremente asociados, regulen racionalmente su intercambio de
materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse
dominar por él como por un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto
posible de energías y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su
naturaleza humana” (Marx, 1981: 1045).
Claro, somos
conscientes de que el giro sociometabólico del que hablamos como medio y
proceso revolucionario, constituye un desafío ideológico, existencial y
emocional no apenas para la derecha, sino también para amplios sectores que se
consideran de “izquierda”; claramente es así para la izquierda oficialista.
Todavía estos sectores siguen anclados en el socialismo (realmente
in-existente) del siglo pasado: concibiendo la revolución como “desarrollo de las
fuerzas productivas”, creyendo que el imperativo de la liberación pasa por
“industrializarnos”, “crear puestos de trabajo”, “aumentar salarios”, construir
más carreteras” y “ampliar las políticas sociales”.
Esos sectores, esa
izquierda no percibe aún “los límites de la civilización industrial” (Lander,
1996); no puede ver más allá del muro mental de la colonialidad progresista.
Justamente, no pueden ver que más allá de esos muros, hay mucha comunalidad
viviente; personas, organizaciones, comunidades enteras que no demandan más
asfalto ni quieren “progresar”, que no sueñan con “salir de shopping” ni luchan
por el aumento de su “poder adquisitivo”… Sujetos colectivos que, por el
contrario, se hallan movilizados por la defensa de sus territorios, congregados
por los desafíos de la gestión autonómica de la vida en común, por la
producción de la soberanía alimentaria, por la justicia hídrica, la
democratización y sostenibilidad energética.
Esos sujetos -tenemos
la esperanza y la convicción- son quienes que están conjugando en sus luchas,
el verbo de la revolución, del socialismo del siglo XXI… Al comunalizar los
bienes, los nutrientes y las energías, los saberes, los sabores y las semillas,
estos sujetos están emprendiendo el camino de la gran migración civilizatoria
que nos saque del Capitaloceno y nos lleve a la Tierra de un nuevo y auténtico
Antropoceno: la Era
Geológica del Hombre Nuevo.
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mutante”. Documento de Trabajo N° 5, CELARG, Caracas.
1[1] Decimos “mal llamado y peor
entendido” porque generalmente se ha empleado el concepto de extractivismo para
referir a un sector, un tipo de actividades y/o una fase de los procesos
económicos; a lo sumo, se lo ha usado para caracterizar a economías específicas
(locales, nacionales o regionales) basadas en la sobre-explotación exportadora
de materias primas. Eso es ver apenas una parte del fenómeno, lo que es lo
mismo que no entender el problema como tal, que, a nuestro juicio, tiene que
ver con la dinámica geometabólica del capitalismo como economía-mundo.
2[1] Cita extraída de Emiliano Terán Mantovani, “La crisis del
capitalismo rentístico y el neoliberalismo mutante”. Documento de Trabajo N° 5,
CELARG, Caracas: 2014.
3[1] Esa expresión remite a una nota publicada por Arturo Uslar
Pietri en el periódico “Ahora” en 1936 y que, desde entonces, se ha convertido
en una pieza emblemática de una visión nacional-desarrollista basada en la idea
de invertir la efímera renta petrolera en la gestación de otros sectores
productivos más sostenibles. Un fragmento de dicha nota dice: “Urge aprovechar
la riqueza transitoria de la actual economía destructiva para crear las bases
sanas y amplias y coordinadas de esa futura economía progresiva que será
nuestra verdadera acta de independencia. Es menester sacar la mayor renta de
las minas para invertirla totalmente en ayudas, facilidades y estímulos a la agricultura,
la cría y las industrias nacionales. Que en lugar de ser el petróleo una
maldición que haya de convertirnos en un pueblo parásito e inútil, sea la
afortunada coyuntura que permita con su súbita riqueza acelerar y fortificar la
evolución productora del pueblo venezolano en condiciones excepcionales.”
(Arturo Uslar Pietri, “Sembrar el petróleo”, 14 de julio de 1936). Al día de
hoy, el lema de PDVSA y el título del Boletín oficial es “Siembra petrolera….
Cosechando Patria”.
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