6 de agosto de 2009

Estados Unidos, ¿democracia o estado terrorista?

Luís Manuel Arce nos acerca una respuesta:

Madrid.- El horror de Hiroshima y Nagasaki cumple 60 años y por mucho tiempo que haya pasado permanece en la retina de la humanidad, como esas cicatrices de por vida que jamás podrán ser ocultadas aunque se lleven incluso en el alma.

Las bombas atómicas contra ambas ciudades japonesas fueron tan criminales como innecesarias, y en consecuencia su lanzamiento no debe ser juzgado solamente por las 150 mil personas muertas en el acto y las 280 mil que quedaron heridas y traumatizadas para toda su vida.

El crimen de lesa humanidad de Hiroshima y Nagasaki debe ser juzgado sobre todo por la filosofía que le sirvió de base: el chantaje al mundo que, desde entonces, se convirtió en el mascarón de proa de la política exterior de la Casa Blanca y que el actual gobierno eleva a su máxima potencia.

Mucho se ha escrito de aquellas dos matanzas, pero poco o nada para castigar a sus responsables, quienes ni han pedido perdón jamás a los japoneses ni se han arrepentido de tal barbaridad, considerada el mayor acto de terrorismo de Estado que conozca la humanidad.(…)

Es obvio que los bombardeos atómicos no perseguían ningún objetivo militar importante. El propio general Douglas MacArthur, que durante la guerra tenía a su mando las tropas aliadas en el océano Pacífico, lo reconoció en 1960: “No había ninguna necesidad militar de emplear bomba atómica en 1945”.

Intentando encubrir los fines auténticos del bombardeo, Truman declaró el 9 de agosto de 1945 que el golpe atómico fue asestado “contra la base militar de Hiroshima” con el fin de “evitar víctimas entre la población civil”. Es lo más cínico que se haya podido escuchar.

Sobran los documentos que demuestran que la bomba contra Hiroshima, lanzada el 6 de agosto a las 8:15 de la mañana por el B-29 Enola Gay, tardó 43 segundos para detonar a 580 metros de altura sobre el Hospital Shima, cerca del centro de la ciudad, y bien alejado de cualquier enclave militar.

El hecho de que tres días después fuera lanzada la de Nagasaki, cuando ya se sabía de la muerte de cerca de 90 mil civiles en Hiroshima, demuestra el sentimiento genocida que animó la orden de Truman. El 9 de agosto, a las 11:02 de la mañana, el B-29 Bockscar lanzó la de plutonio, que provocó la muerte inmediata de unos 40 mil vecinos de Nagasaki, principalmente del centro de la ciudad, lo cual demuestra que el objetivo era la población civil.

La orden militar número 13 dada el 2 de agosto, ampliamente conocida y citada por muchos estudiosos, así lo constata:
Fecha del ataque: 6 de agosto. Objetivo del ataque: la parte histórica y la zona industrial de la ciudad de Hiroshima. Segundo objetivo de reserva: los arsenales y la parte céntrica de la ciudad de Kokura. Tercer objetivo de reserva: la parte céntrica de la ciudad de Nagasaki”.

Aquel enorme crimen, que pareció nunca sería superado por nadie, y que en términos temporales –menos de un minuto- causó muchas más muertes que las ocasionadas por el régimen nazi-fascista, fue solamente el primero de esa envergadura.

El Gobierno de Estados Unidos provocó en Vietnam 25 veces más muertos que en Hiroshima y Nagasaki juntas, más mutilados de guerra, y más víctimas con secuelas orgánicas, físicas y sicológicas con su guerra químico-bacteriológica de la que el agente naranja es sólo la muestra más conocida y denunciada.

El bombardeo y la metralla usadas en el país indochino por las fuerzas armadas estadounidenses sextuplican el total lanzado durante la II Guerra Mundial en Europa en su conjunto, con la agravante de que el territorio vietnamita es una ínfima parte del europeo.

Son públicas las amenazas de diciembre de 1972 del entonces presidente Richard Nixon de lanzar bombas atómicas “tácticas” sobre Hanoi y Haiphong, ciudades contra las que Estados Unidos desató un descomunal bombardeo durante los meses monzónicos para destruir los diques y represas e inundarlas.

Como en los casos de Hiroshima y Nagasaki, el genocidio en Vietnam estuvo dirigido contra el pueblo para asesinarlo, aterrorizarlo y hacerlo claudicar. Pero no lo lograron.
La historia se repitió en la antigua Yugoslavia, donde las fuerzas militares estadounidenses provocaron mayor cantidad de muertos y destrucción que las que ocasionaron en esa región las tropas de Hitler en la II Guerra Mundial.

El ejemplo más reciente de que el espíritu de Alamogordo, Nuevo México, donde se desarrolló el programa, o Plan Manhattan aplaudido públicamente por Truman cuando el hongo atómico se mantenía aún sobre Hiroshima, es lo que sucede en estos momentos en Iraq.

Los bombardeos de destrucción y asesinato en masa de la aviación y la artillería estadounidenses ordenados por George W. Bush no han respetado ni siquiera el rico patrimonio de una de las culturas más venerada e importante de la humanidad.

Más de 100 mil seres humanos han muerto como consecuencia de una guerra despiadada, de conquista, librada sobre las mentiras más bochornosas y descaradas que, como los casos de Hiroshima y Nagasaki, no ha sido condenada y mucho menos detenida.

La filosofía que anima el genocidio en Iraq, donde crímenes como el de Faluja pasan virtualmente inadvertidos para muchos supuestos defensores de los derechos universales del hombre, no es en nada ajena a la que impulsó aquel grotesco acto de terrorismo de Estado en Hiroshima y Nagasaki hace 60 años.

Es como si las manecillas del reloj se hubieran detenido en agosto de 1945 y el fantasma de Truman flotara sobre la cabeza de Bush en la oficina oval trocando las ciudades japonesas por las iraquíes para destruirlas sembrando el horror y la muerte en nombre de la lucha contra el terrorismo.

Hiroshima y Nagasaki, eternos ejemplos del terrorismo de Estado más salvaje y primitivo, reencarnan en Iraq como antes en Vietnam, con una mentira contraproducente, cobarde y mezquina como aquellos gritos ante el Rey muerto. “¡Abajo el terrorismo! ¡Viva el terrorismo!”.

Fuente: http://www.trabajadores.cu/

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