Comandante Che Guevara:
venero de vida y esperanza
9 de octubre de 2017
Por Gilberto López y Rivas (La Jornada)
El 9 de octubre, hace 50 años, un
grupo de agentes de la
Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos destacado
en Bolivia y dirigido por el cubano-americano Félix Rodríguez, dio órdenes de
asesinar al comandante Ernesto Guevara de la Serna en la modesta escuelita de
Las Higueras, donde se encontraba prisionero. El hombre más buscado por los
servicios de inteligencia y represión planetaria del imperialismo y por los
comandos contrainsurgentes del ejército boliviano, fue condenado sumariamente a
ser ejecutado y sus restos mortales enterrados en un sepulcro no identificado,
encontrado tres décadas después, debido al terror que a sus enemigos inspiraba
el Che Guevara,
aún después de muerto. Los victimarios pretendían aniquilar su memoria y todo
lo que él representaba. Inútil intento de verdugos y enterradores clandestinos:
el Che al morir
ya había vencido su propia muerte: el semillero de vida sin tacha de
revolucionario había encontrado terreno fértil a lo largo y ancho de esa
América, la Nuestra, que recorriera incansablemente. El soñador realista que
renuncia a vivir la victoria revolucionaria, para empezar de nuevo; quien había
asumido como forma de ser el mensaje martiano de que la mejor manera de decir, es hacer, no
podía morir. Y esa inmortalidad radica en la fortaleza de su ejemplo, que cada
mañana hace brotar de las bocas infantiles de la Cuba de Fidel el lema:
¡seremos como el Che!; en el reto de su consecuencia sin
retórica ni doble código moral, que hace avergonzar al más cínico de los
oportunistas de la izquierda institucionalizada.
Su vasta obra teórica-política, sus acciones
dirigidas contra los enemigos de nuestros pueblos, han impulsado a generaciones
de hombres y mujeres a luchar por un mundo mejor. Su entrega sin límites ni
recibos de pago por los sacrificios brindados a la revolución; su absoluto
desapego y desinterés hacía su persona; su radicalidad en los principios; su
confianza en los pueblos; esa síntesis de pensamiento y acción puesta al
servicio de una causa libertaria; hacen del Che un
inagotable venero de vida y esperanza. También, el guerrillero heroico ha
sobrevivido a los intentos de sus enemigos para desvirtuar sus objetivos de
trasformación radical haciéndolo aparecer como mártir, aventurero o símbolo
comercializando en playeras y carteles, despojado de su esencia definitoria:
Guevara es un comunista convencido, un revolucionario latinoamericano que se
impone una tarea concreta y terrenal: acabar con la explotación social, con la
dominación imperialista, forjar un nuevo ser humano en una sociedad socialista.
Estas fueron sus más firmes convicciones, sus propósitos enarbolados con
modestia y determinación. Es necesario comprender estas coordenadas que guiaron
su vida para continuar las luchas de liberación de nuestros pueblos. Sus ideas
mantienen vigencia imprescindible para el análisis de la realidad del siglo
XXI. Su trayectoria revolucionaria, su personalidad singular, su actuación como
ministro y dirigente del Estado cubano, su paso por África y su prematura muerte
en Bolivia constituyen una fuente de enseñanzas que orientan las luchas de
resistencia a la recolonización neoliberal. A pesar del tiempo trascurrido
desde su muerte hace 50 años, es evidente la contemporaneidad del Che.
El comandante Guevara trasciende a sus asesinos y al odio de clase que despertó
en los poderosos; a la desaparición de la Unión Soviética y
el restablecimiento del capitalismo en la patria de Lenin, Europa del Este y
China; a las interpretaciones maniqueas sobre su gesta y su persona de
biógrafos y analistas supuestamente objetivos como Jorge Castañeda. El Che perdura en el tiempo por su posición
crítica a las desviaciones burocráticas y autoritarias del socialismo real; por
el apego estricto a la moral, la honestidad y la congruencia cuando desempeñó
cargos en el gobierno revolucionario.
Uno de los ejes fundamentales que rigieron los
destinos del Che fue
el internacionalismo; rasgo esencial de la propia revolución cubana en la que
se forma como dirigente y teórico de una visión del socialismo signada por una
perspectiva ajena al localismo. Para el Che la
construcción del socialismo tenía que ser en escala mundial, por lo que si el
revolucionario se olvida del internacionalismo afirmaba: la revolución que dirige deja de ser
una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra, aprovechada por nuestros
enemigos irreconciliables, el imperialismo, que gana terreno. Aquí surge un
interrogante ineludible: ¿cómo compaginar la consolidación de un proceso
revolucionario en el ámbito nacional con la exigencia internacionalista? En la
ruta del Che tenemos
que en sus tres experiencias revolucionarias hay una exitosa, la cubana, y –es
necesario reconocer– dos fracasadas: el Congo y Bolivia. En Cuba triunfa la
revolución porque constituye un proceso firmemente enraizado en la realidad
nacional. El Movimiento 26 de Julio supo apropiarse de la herencia de José
Martí y aplicarla a una lucha antidictatorial con articulaciones en
organizaciones obreras, campesinas, estudiantiles y con una intelectualidad orgánica
incorporada en ese movimiento. La llegada de los sobrevivientes del Granma a la Sierra Maestra no
fue la implantación de un foco
guerrillero, sino la continuidad de una lucha de años y el establecimiento de
una fuerza política nativa que se desarrolló entre el campesinado con la ayuda
de frentes urbanos consolidados. En Congo y Bolivia, en cambio, hay una suerte
deincursión foránea con
relaciones equívocas con los grupos guerrilleros locales (África), e incluso
una cierta discrepancia por la presencia del Cheen tierra boliviana por parte de un
sector minoritario del Partido Comunista. Esto obliga a un análisis más
profundo y, sobre todo, crítico de la llamada cuestión nacional. Si no existe
un sustrato social firme que aspira a transformar el país, una continuidad
histórica con las luchas seculares del pueblo de que se trate, un conocimiento
profundo de los problemas vitales de los diversos estratos y clases sociales,
una unidad de acción de los distintos agrupamientos democráticos y
revolucionarios y una relación estrecha de carácter orgánico entre todos ellos
en extensión y profundidad del territorio, el movimiento revolucionario está
destinado a fracasar. El Che, en sus adversidades, revela los
peligros de una acción internacionalista con una base nacional no asegurada ni
articulada. A pesar de esta derrota fatal, el Che permanece
como el acero más templado de nuestra historia latinoamericana; como la
realización de ese ser humano nuevo por el que tanto luchó; como la brújula de
nuestros avatares por un mundo sin las ataduras de la explotación y dominación
capitalistas. ¡Hasta siempre comandante!
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=232475
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