Darío y Maxi : Parte de
un continente de pie
FPDS Corriente Nacional
A lo largo de la década del ‘90 se produjo un avance del
neoliberalismo en casi todos los países de América Latina. Las políticas de
ajuste estructural dictadas por los organismos financieros internacionales – y
que serían conocidas como el “consenso de Washington” – incluían, entre otras
medidas, la reducción del gasto público, la privatización de las empresas del
Estado, la desregulación de la actividad económica y la liberalización financiera.
Estas políticas, que respondían a los intereses de los acreedores externos y de
los grupos más concentrados de la economía, impactaron dramáticamente sobre la
situación social, profundizando la desocupación, la pobreza y el hambre.
En la Argentina, estas
políticas de ajuste fueron implementadas “sin anestesia” durante los años ’90,
generando profundos cambios en la estructura económica y social. En un contexto
en el que la desocupación estructural alcanzaba niveles cercanos al 20% y
amplios sectores de la población se veían imposibilitados de acceder al mercado
de trabajo, fue apareciendo, en la periferia de los grandes centros urbanos, un
nuevo sujeto social que daría lugar a la emergencia del movimiento piquetero.
Al compás de estos cambios que se estaban dando en la estructura
económica y social de nuestro país fue emergiendo una nueva militancia social
que no se sentía representada por los partidos políticos tradicionales ni por
las centrales sindicales existentes y tampoco por la izquierda partidaria. Poco
a poco, esta nueva militancia social empezó a plantearse la construcción
política a partir del trabajo territorial en los barrios periféricos, donde
habitaba ese nuevo sujeto social que aparecía dotado de grandes potencialidades
para transformar la sociedad.
En la segunda mitad
de los ’90, las puebladas de Cutral Co y Plaza Huincul, en Neuquén, y de
Tartagal y General Mosconi, en Salta, marcaron un punto de inflexión. A partir
de ese momento, aparecía un eje muy claro para articular la lucha contra el
neoliberalismo (la demanda por trabajo) y una metodología de protesta que se
revelaba efectiva: el corte de ruta. Al poco tiempo, en los barrios pobres del
Gran Buen Aires, comenzaron a organizarse movimientos de trabajadores desocupados
que comenzaron a cortar rutas y accesos reclamando planes de empleo a partir de
los cuáles se generaban distintos emprendimientos productivos y comunitarios.
Algunos de los
primeros Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) que se organizaron en la
zona sur del conurbano bonaerense fueron impulsados por militantes políticos y
sociales que compartían una serie de rasgos novedosos para la época, entre los
que se destacaban la preferencia por los métodos de acción directa; la
recuperación de formas asamblearias de organización popular, la idea de que una
sociedad justa e igualitaria solamente podría ser posible a partir de un
“cambio social” y la convicción de que la sociedad del futuro debía comenzar a
construirse “aquí y ahora”, a partir de la gestación de nuevas relaciones
sociales, antagónicas a las que promueve la sociedad capitalista.
Uno de esos militantes fue Darío Santillán. Darío, que tenía tan
sólo 21 años cuando cayó asesinado en el Puente Pueyrredón, había sido uno de
los fundadores del MTD de Almirante Brown y más tarde se convirtió en uno de
los referentes del MTD de Lanús. En la figura de Darío Santillán – y en la de Maxi miliano
Kosteki , que hacía pocas semanas se había sumado al MTD de
Guernica – se simboliza toda una generación de jóvenes luchadores comprometidos
con los intereses populares.
Darío Santillán fue uno de los tantos y tantas que, desde los
márgenes y codo a codo con su pueblo, peleó por una sociedad más justa y
solidaria. A once años de la Masacre de Avellaneda, su figura expresa los
mejores valores de esa militancia política y social surgida al calor de las
luchas contra el neoliberalismo. La misma militancia que hoy levanta sus
banderas y redobla sus esfuerzos en el camino de una transformación
revolucionaria de la sociedad.
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