19 de febrero de 2014

III. Recordemos significados e implicancias de la década ganada por los principales impunes de ayer y hoy. El papel y desenmascaramiento del progresismo.

Una vez más sobre la ética y la política
El cumpleaños de Rodolfo Walsh y la cuestión Milani

Por José Ernesto Schulman (Rebelión)
“No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial
ni 'becarios' que vivan al amparo del presupuesto,
ejerciendo una libertad entre comillas”
Ernesto Guevara

En 1927, encerrado en una mazmorra fascista por aquello de “debemos impedir que este cerebro funcione” –lo alegado por el fiscal en el juicio-, Antonio Gramsci, corso, intelectual comunista y revolucionario de tiempo completo, se pregunta las razones de la derrota y casi en la más rigurosa soledad elabora un conjunto de ideas que dejarían en ridículo la pretensión de acabar con su producción intelectual. Luego de varios intentos, decide articular sus reflexiones alrededor de un personaje muy popular en Italia, que había vivido cuatro siglos antes: Nicolás Maquiavelo. En “El Príncipe” había desplegado un conjunto de reglas y consejos para que el “populacho”, los que no nacieron para la política y desconocían casi todo de ella, pueda actuar con una “voluntad colectiva” y conquistar los objetivos anhelados. Para ello distingue entre la ética y la política. No descarta ni descalifica la ética, como la vulgata ha pretendido durante siglos y aún intenta, con aquella invención de que “el fin justifica los medios”, afirmación que el nunca suscribió y que por el contrario, es opuesta a su pensamiento. Lo que sí explicó Maquiavelo es que no alcanzaba con la ética, que hacía falta eficacia en la lucha política. Gramsci va a partir de allí; contextualiza el concepto diciendo que en 1527 solo había una ética que era la religiosa, dictada desde Roma por el Papa y que las acciones políticas no solo tenían que ser “éticas” (en el sentido religioso predominante) sino eficaces. La acción política debe alcanzar los objetivos proclamados y para ello propone constituir al pueblo en un “nuevo príncipe”, otro modo de nombrar (todo lo que escribía era revisado por la censura) a la fuerza organizada para la lucha política que en 1927 tenía como principal exponente al Partido Bolchevique, modelado por Lenin en la Rusia de principios del siglo XX. Y que la ética debía contextualizarse en las tareas históricas que marcaba la vigencia de la lucha por el triunfo de la revolución socialista iniciada en noviembre del 17; es decir, no pensar la ética en función del “plan divino” que supuestamente daría a cada hombre un lugar en la historia, su destino, sino desde la perspectiva que el hombre forja la historia con conciencia, organización y disciplina. Luchar por el cambio social desde proyectos colectivos inspirados en el bien común representaba para Gramsci la ética de su época y no el estricto cumplimiento de las bulas y encíclicas papales [1]. Algunos años más tarde, Julius Fucik, periodista checo antifascista, afirmaría que héroe era aquel que hacía lo que había que hacer en aras de la revolución, no importa las circunstancias. Desde entonces, para los revolucionarios y los humanistas en general, ético es hacer lo que hay que hacer en aras de defender y potenciar la humanidad de los seres. O sea, construir el hombre nuevo. 

Pero la historia resultó mucho más contradictoria y paradójica de lo que todos imaginaban. En el camino de luchas por abrir paso a la revolución socialista mundial se fue reconfigurando la ética religiosa y para el tiempo de la muerte de Gramsci (lo mantuvieron en la cárcel hasta pocos días antes de su deceso en 1937), la ética comunista mutó en una ética referencial al supuesto centro de la Revolución, la Unión Soviética y los Partidos Comunistas. A ellos se adjudicó la propiedad de la infalibilidad y la invencibilidad; se reclamó subordinación de las conductas humanas a sus deseos, en aras de una supuesta “razón de estado revolucionaria” que recuperó de un modo trágico aquella versión deformada del Maquiavelo original. Era ético lo que era funcional a su mantenimiento y crecimiento, no importando otro razonamiento. Con la consolidación del stalinismo reapareció la pretensión instrumentalista de que la causa obliga al “sacrificio” de hacer lo que no corresponde; el fin justifica los medios, en el lenguaje popular. Y esa ética invadió todo, hasta las fuerzas supuestamente antagónicas del centro de la revolución mundial. El asesinato del poeta salvadoreño Roque Dalton por parte de un jefe del Ejercito Revolucionario del Pueblo de El Salvador (en castigo por su planteo de unidad de los revolucionarios) ilustra la magnitud de la deformación sufrida. La incidencia de tal concepción ética sobre el movimiento político que asumió la conducción de la mayor gesta humana: el intento de terminar con el capitalismo en el siglo XX, ha sido analizado al detalle y no es este el lugar de repasar aquella trayectoria -que terminó en el vaciado político del mundo socialista real facilitando su derrota-. 

Para finales del siglo XX, consumada la debacle del llamado mundo socialista, aquello de las “melladas armas del capitalismo” [2] trepó al más descarnado posibilismo que encontró en la llamada Tercera Vía [3], un modo brutal de expresión. Ya no se trataba de buscar un camino intermedio entre el socialismo estatalista y el capitalismo (que para muchos era el Capitalismo de Bienestar, del cual el primer peronismo fue una de sus expresiones más acabadas), sino entre el capitalismo neoliberal en alza y el capitalismo de bienestar en declive. Un economistas británico le puso letra, Anthony Guiddens y tres estadistas: Tony Blair, laborista de Inglaterra, Massimo D Alema, ex comunista italiano y Bill Clinton, demócrata yanqui lo lanzaron al mundo. Entre nosotros, primero fue el dirigente peronista Eduardo Alberto Duhalde, quien lo hizo circular con la ayuda de Antonio Cafiero, en los primeros 90 y luego la posta la tomó el grupo hegemónico del Frente Grande con Chacho Álvarez y Eduardo Sigal a la cabeza. 

Pocos recuerdan que con el apoyo de buena parte de la dirigencia del P.T. de Brasil, el Partido Socialista de Chile y muchas otras fuerzas “progresistas” generaron en 1997 el llamado “Consenso de Buenos Aires”, verdadero catalogo de claudicaciones programáticas que sirvió de base a las plataformas electorales de lo que hoy se llama el “progresismo” [4]. La hipótesis de este articulo es que las huellas de aquel realismo de la razón de estado del siglo XX y de este posibilismo de renunciar al cambio verdadero y buscar un lugar intermedio entre el fundamentalismo de mercado y la regulación estatal del capital, han modelado a toda una generación de luchadores democráticos. 

Muchos de ellos han accedido a cargos de gobierno y son cautivos de aquel cepo ideológico, que puede llegar a frustrar las intenciones más valiosas y osadas. El caso es que, una vez más, postergan la “ética” en aras de la “política” y las palabras las pongo entre comillas porque pretendo condensar en dos términos un campo de cuestiones conceptuales e históricas bastante amplio. Digamos, para entendernos, que por ética en este texto, entiendo los principios filosóficos e ideológicos, la coherencia entre lo proclamado y lo actuado y el respeto por las luchas libertarias que nos precedieron y prepararon nuestro presente; y por “política” entenderé el conjunto de acciones desplegadas desde el gobierno y desde las fuerzas políticas que se piensan desde la correlación de fuerzas y no desde el objetivo revolucionario; como diría Gramsci, desde el “ser” antes que desde “el deber ser” o al decir de Guevara, que al momento de calcular la correlación de fuerzas no incorporan en el cálculo la transformación que la voluntad humana, organizada colectivamente, puede producir en la realidad social. 

El progresismo de Tercera Vía (que impugna a la izquierda por no aprender de sus errores en el pasado) estaría, paradójicamente, cautiva de una consideración “ahistórica” de la realidad. Se toman decisiones en función de un eterno presente, en el que la política encuentra necesariamente su justificación en lo “urgente” y en la “coyuntura” y aún más, en aras de la superación posmoderna del dogmatismo anquilosado de los setenta, se asumen como propias las categorías del “marxismo de estado”, convertido en un discurso justificatorio de la acción gubernamental y no “la guía para la acción revolucionaria”. Aunque algunos de ellos no lo sepan la subordinación de los intereses de clase a la geopolítica o al proyecto político del gobierno no es otra cosa que la vieja “razón de estado” y la eterna postergación del asalto revolucionario no es otra cosa que la eterna espera (imposible de concretar por cierto) de la maduración de las condiciones subjetivas como resultado de la práctica y los cambios en la estructura económico social. En una conversación con argentinos, en la década del 60, el Comandante Guevara contestó el argumento de que las condiciones no estaban creadas con un simple “bueno, pero algo pueden hacer uds. no” [5] 

Casi en coincidencia con el cumpleaños número ochenta y siete de Rodolfo Walsh, el referente de Carta Abierta y del Kirchnerismo, Ricardo Forster ha publicado un articulo en Pagina 12 donde reivindica, de un modo que sorprende por su descarnada franqueza lindante en el sincericidio, su condición posibilista, partidario de la tercera vía y de subordinación de la ética a la política. Veamos lo que dice, sucintamente, y con breves comentarios porque el texto no esconde casi nada.
“No somos los jóvenes revolucionarios de los ’70 que pensábamos la política como instrumento para la creación de una nueva sociedad y que soñábamos –bajo la lógica de lo absoluto e innegociable– tomar el cielo por asalto llevando adelante nuestros ideales blindados e implacables con nuestras debilidades y/o contradicciones; tampoco somos, por suerte, los escépticos contempladores de una sociedad devastada que parecía haberse tragado ideales y posibilidades de habitar la política desde la perspectiva de una incidencia efectiva sobre una realidad viscosa; tampoco somos, estrictamente, aquellos intelectuales que, con nuestras revistas a cuestas y a contracorriente de las hegemonías culturales de los ’90, insistíamos con la crítica del mundo sabiendo de la corrosión de nuestras propias tradiciones político-intelectuales”… ”; ”… tampoco somos, después de diez años de kirchnerismo, los portadores de los mismos entusiasmos que, principalmente, nos conmovieron desde el 2008, pero tenemos (tengo) la certeza de seguir viviendo los mejores años de la democracia argentina, años de profunda reparación no sólo del país sino, fundamentalmente, de nosotros mismos, de nuestra manera de estar en la escena nacional y de repensar muchas cosas…”

Lo que se dice un intelectual de tercera vía sin complejos: no somos más revolucionarios ni menemistas, aunque tampoco somos tan entusiastas como en el 2008, lo dice él; solo llamaría la atención que Forster considera al proceso abierto en 1983 como los años de la “democracia argentina” asumiendo la mirada liberal que se contenta con una democracia formal, minimalista, sin sustancia social ni económica. Claro que para esa operación necesita estigmatizar el pensamiento revolucionario de los setenta, renunciando a lo que nunca fue ni hizo. Resulta pertinente, en honor a la generación del setenta recordar las palabras de Marx sobre la derrota de la Comuna de1871 enfrentando a sus detractores, de los cuales Forster se asume como heredero: “La canalla burguesa de Versalles planteó esta alternativa a los parisienses: aceptar el reto y lanzarse a la lucha o retirarse sin combate. En el segundo caso, la desmoralización de la clase obrera habría sido un infortunio mucho más grave que la pérdida de un determinado número de “combatientes” (Carlos Marx)”.

“…Inclusive ha posibilitado un salto cualitativo para los propios movimientos de derechos humanos, que han visto cómo se concretaban sus demandas cuando nada parecía abrir esa posibilidad en un país dominado por la impunidad y el cinismo. Se pasó de lo testimonial a una política de Estado. Y se lo hizo tanto para reparar una deuda con la memoria de los desaparecidos como para dotar de legitimidad ética a una reconstrucción de la política y de la sociedad…”

Aquí, el filosofo Forster se carga setenta y seis años de historia del movimiento de derechos humanos de la Argentina en un azote teórico: “se pasó de lo testimonial a una política de Estado”. Como para el escriba a sueldo del gobierno, lo “testimonial” es sinónimo de impotencia debería él contestar si fue inútil la huelga general de los trabajadores contra la sanción de la ley 4144 en 1902, la Solidaridad con las luchas de los obreros rurales de Santa Cruz o del norte santafecino en los 20, las grandes marchas contra el asesinato judicial de Sacco y Vanzetti, la defensa de los cientos y cientos de presos políticos de la dictadura de Uriburu y Justo de la cual surgió la Liga Argentina por los Derechos del Hombre en diciembre de 1937, de nuevo la defensa de los presos de la dictadura del 43, del 55, del 62 y del 66. No se donde estaba ud. y la tradición en que ud. se inspira y no voy a apelar al golpe bajo de nombrar a Juan Ingalinella asesinado por la policía Peronista días antes del Golpe Gorila del 55 ni recordarle a José López Rega y la Triple A. Golpes bajos no, Forster; no me venga con que setenta y seis años de historia de luchas son “testimoniales” porque me obliga a recordarle a Teresa Israel, desaparecida por la dictadura o a Freddy Rojas asesinado por Bussi al amparo de su democracia bipartidista. Golpes bajos no Forster y no hable de lo que sabe poco, como la idealización de las políticas publicas de derechos humanos, que no superaron nunca las de memoria que allí están Julio López, el gatillo fácil, la tortura en sede policial y las cárceles, para dejarlo en ridículo.

Cierto es que hoy no estamos solos, pero nunca estuvimos solos. Hay una historia de la lucha de los derechos humanos que Ud. desaparece con ese peyorativo calificativo de testimonial que nos pretende colocar en el lugar de los que decimos pero no hacemos. La ética sería la pasividad y la política lo activo. Pues sepa Ud. que los juicios se hacen porque más de dos mil quinientos sobrevivientes del Terrorismo de Estado salimos de ese lugar de “víctimas pasivas” para asumirnos como acusadores, como activos herederos y portadores de las banderas y la palabra de los que no están. Sepa Ud. que cuando testimoniamos no solo hablamos por nosotros, estamos recibiendo y pasando a la sociedad “el testigo” que recibimos de los desaparecidos y sepa Ud., que si le contesto, es simplemente porque hay miles que no pueden hacerlo y que mejor que yo pondrían en su lugar a quien se atreve a proclamar orgulloso que “no somos los jóvenes revolucionarios de los 70.

Y finalmente Forster va al grano: qué hacer con la designación de un militar que ha participado activamente en el Plan de Exterminio, nada menos que en el Operativo Independencia desplegado en Tucumán: “Milani, su ascenso y su nombramiento tienen que ver directamente con estas preocupaciones y con estas contradicciones, nuestras y del proyecto. Lo inmediato, no sé si lo más sencillo, es responder bajo la exclusiva demanda de los principios y de la actividad crítica y, claro, desprendernos de las exigencias de la razón política a la hora de rechazar a quien, supuestamente, está manchado por los crímenes de la dictadura (no es difícil hacer lo que hace el CELS, y eso independientemente de que admire y valore su enorme trabajo en defensa de los derechos humanos, porque su lógica es otra y su manera de colocarse ante las demandas de la feroz disputa política es inversamente proporcional a la nuestra, que no somos una ONG ni un centro de investigaciones que se deben a sus fundamentos normativos y a sus protocolos. Nosotros somos un extraño y algo extravagante colectivo político que navega por aguas tormentosas y para nada cristalinas y que debe asumir posiciones sabiendo que, del otro lado, hay un enemigo dispuesto a aprovechar absolutamente todo lo que digamos y hagamos, pero sabiendo también que no se contribuye a avanzar bajo la lógica de la complacencia y el seguidismo acrítico. Esta tensión nos atormenta y nos enriquece).Un difícil y a veces imposible equilibrio entre las demandas implacables de la lucha política y las demandas, distintas y complementarias, que nacen del ámbito de las ideas y de los dispositivos éticos”
Y lo resuelve sin vacilaciones a favor de “la política” en detrimento de “la ética”, pero como no encuentra argumento alguno para defender su posición apela a la fe. Como en las viejas religiones (incluido el comunismo ruso post Lenin) todo es cuestión de fe: ud. cree o no cree en el Jefe. Si cree es revolucionario, buehh, en este caso es algo así como “progresista”; y si no, es “funcional” a la derecha. Léanlo uds. mismos:  De la misma manera, y de eso estoy convencido, de que no se trata de una involución del Gobierno ni de un cuestionamiento a la política de derechos humanos que ha sido y sigue siendo extraordinaria, única en el mundo (por eso mismo no se la puede debilitar ni supeditar a “otras” exigencias de la hora, pero tampoco se puede cuestionar, corriendo por izquierda, a quienes han encabezado un proceso de reparación que sigue avanzando sin dejar de lado a los responsables civiles y eclesiásticos –recuerdo la condena a Von Wernich y el procesamiento de Blaquier–). Sigo teniendo una confianza última y profunda en quien lidera el proyecto, al mismo tiempo que reconozco las grandes dificultades que nos seguirán desafiando en estos dos años.”

Cuando dice yo le creo a Cristina, está diciendo que él le cree a Milani y no a la Madre del compañero desaparecido Alberto Agapito Ledo (porque es la mamá y porque preside Madres de Plaza de Mayo de La Rioja desde hace décadas) y no sé siquiera si Forster sabe que al decir que no le cree a Ledo está volando toda la base jurídica, política y ética con la que construimos estos diez años de juicios contra los genocidas que es justamente “creerles” a los sobrevivientes y familiares de los desaparecidos, porque como afirmó la Corte Suprema en 1983: dado el carácter clandestino del Plan de Exterminio ejecutado por la Dictadura, el testimonio de los sobrevivientes adquiere carácter “necesario” y la convergencia de varios de ellos sobre un hecho o persona, adquiere carácter de prueba. Me parece que ud., que tanto valora los juicios por delitos de lesa humanidad, ni siquiera se ha tomado el trabajo de entender esta anomalía jurídica de condenar a terroristas de Estado a más de treinta años de los hechos.

Lea un poco Forster, le evitará algún que otro ridículo como el que bien explica el compañero Jorge Perea (profesor de historia y catamarqueño) en una breve reflexión: Por si no lo entendió Forster, Ud. es el que ha quedado del lado de la derecha golpista, no los que impugnamos desde la ética el ascenso de Milani; es que el anteponer el “ser” al “deber ser” (vio que yo también puedo hablar en difícil si quiero, lo que demuestra que “hablar difícil” no es prueba de ninguna sabiduría) siempre termina del lado del Poder; porque el ser no es otra cosa que el resultado de modelación de la realidad por parte del Poder, y es por razones política (no solo éticas) que uno debe rebelarse al Poder y no “adaptarse” como Ud. propone. 
Piense en Rodolfo Walsh. En su gesto final y sublime. Aislado,perseguido, sufriendo por el asesinato de su hija Rodolfo Walsh realiza el análisis más riguroso de la nueva realidad creada por el Poder con la aplicación del Terrorismo de Estado, pero ni siquiera en esas condiciones se deja vencer por el “realismo”. Para Rodolfo las cosas no son lo que parecen. “Parece” que lo más importante sea el terror, pero lo más importante es el proyecto de cambios en la economía. Ud. dirá que era un marxista dogmático. Puede ser, no lo conozco tanto. Pero lea un párrafo de su carta:  Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada .”

Alguna vez, su compañera de aquellos días, Lilia Ferreyra, me contó en detalle cómo Rodolfo escribió la carta. Cómo trabajó arduamente para escribir los primeros cuatro ítems (dedicados a denunciar todas las formas del horror que utilizaba la dictadura) y al pensar que estaba lista, él mismo se dijo que “así”, solo hablando del horror, no servía. Que había que explicar la razón material, el interés económico, el sentido estratégico del Plan de Extermino. Y que fue entonces que escribió el ítem cinco sobre el plan económico. Y se fue, con la carta en un bolsillo y una 22 en el otro en busca de su destino. Ud. se congratula por no ser como aquellos jóvenes revolucionarios de los 70 y tiene todo su derecho. Pero entonces no hable de Walsh. No sea obsceno.

Por el contrario, a mi me gusta soñar con que puedo, algún día que todavía me quedan chances, acercarme de algún modo al sendero que nos dejó marcado Rodolfo Walsh, ese de la ética que –y de ello estoy seguro- es el que nos llevará a la victoria. Así de sencillo, hay que regirse por la ética siempre, porque es el único camino para la eficacia política de un proyecto transformador de la vida.
El realismo siempre termina en la bancarrota de los proyectos transformadores y en la claudicación ética de sus escribas.
Notas:

Hay una primera versión de este texto, escrito en junio de 2013; de hecho esta segunda versión es solo una articulación de aquel articulo con la polémica desatada en Carta Abierta entre Horacio González y Ricardo Forster (…)
José Ernesto Schulman. Secretario nacional de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre

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