Crisis, Cambiemos y
programas capitalistas
28
de julio de 2016
Por Rolando Astarita
Los
números de la crisis
De acuerdo al INDEC, la actividad industrial cayó en junio un
6,4% con relación a junio de 2015; en el semestre retrocedió el 3,3% con
respecto a igual período del año pasado. Las mayores caídas en el interanual de
junio son automotriz, 13,7%, e industrias metálicas básicas, 12,4%. También en
junio, la construcción bajó 19,6% con relación a junio de 2015, y la caída del
primer semestre fue del 12,4%, con relación a igual período del año pasado
(INDEC). Estas cifras negativas
no son compensadas por el crecimiento de la actividad agropecuaria (aumento de
un millón de hectáreas sembradas de trigo, otro millón en maíz, repunte de la
venta de maquinaria agrícola, las exportaciones primarias crecieron 65% en el
primer trimestre de 2016). El consumo en junio fue 9,8% menor que en junio del
año pasado; la caída en el semestre fue del 6,4% (CAME). Según la CEPAL y el
FMI, en 2016 el PBI argentino caerá 1,5%. Analistas privados pronostican una
caída todavía mayor. El déficit de cuenta corriente en el primer trimestre de 2016
fue de 4.013 millones de dólares, con un déficit comercial de 1403 millones. En
2015 el déficit de cuenta corriente fue de 15.934 millones. El déficit fiscal
se mantiene a niveles elevados; la meta que se propuso el gobierno, 4,8% del
PBI, parece difícil de alcanzar. Por otra parte, en el primer trimestre la
deuda externa del sector público aumentó en 11.590 millones de dólares, y la
del sector privado no financiero en 4306 millones.
Los salarios han
tenido una fuerte caída, vía devaluación e inflación. Según el Instituto
Estadístico de los Trabajadores, (IET), desde diciembre a mayo los salarios
reales cayeron un 12%. FyE Consult evalúa que en mayo de 2016 el poder de
compra de los salarios era un 11% inferior a igual mes de 2015. Según la Universidad Católica
Argentina , en el primer trimestre de 2016 la pobreza aumentó
5 puntos porcentuales, llegando al 34,5% de la población. Son 13
millones de personas (1,4 millones más que al final del gobierno de Cristina
Kirchner). La indigencia abarcaba al 6,9%. UNICEF dice que en Argentina hay 4
millones de chicos en la
pobreza. Según la Dirección de Estadísticas de CABA, para un
matrimonio con dos hijos varones en edad escolar la línea de pobreza se ubicó,
en junio, en $12.356; la de indigencia, en el mismo mes, en $6110. Pero la
mitad de los porteños gana menos de $10.000 mensuales; el 20% tiene ingresos
por debajo de los $6000.
El
nudo de la crisis
Ya en
otras notas, y refiriéndonos a los gobiernos kirchneristas, hemos planteado que
el eje de la debilidad del crecimiento pasa por la debilidad de la acumulación,
esto es, de la
reinversión de la plusvalía para ampliar la escala de la producción y mejorar la productividad. De hecho, una parte importante del excedente generado en Argentina se
canaliza al consumo suntuario (incluida la construcción residencial suntuaria); al gasto improductivo; o sale del circuito productivo nacional, ya
sea porque se atesora en cajas de seguridad, bajo la forma de dólares o euros,
o es enviado al exterior. Según el
estudio Ferreres, la suma de colocaciones en el exterior rondaría los 350.000
millones; Tax Justice Network lo calculaba, en 2012, en 400.000 millones de
dólares; CEFIDAR, también para 2012, en 374.000 millones. La OCDE dice que
Argentina es el octavo país por volumen de capitales en el exterior. Es
significativo que los propios ministros de Cambiemos, o el presidente Macri,
que llaman a invertir en Argentina, tienen millones colocados en cuentas en el
exterior.
El punto que deseo establecer es que el factor clave del desarrollo
de las economías capitalistas es la inversión. La idea la encontramos en Marx, pero también en Keynes.
Subrayo esto último porque es un punto que parecen desconocer muchos
izquierdistas que se reivindican keynesianos. Así, en su muy citado artículo del Quarterly Journal of Economics,
de 1937, Keynes afirma que su teoría podía resumirse diciendo que “dada la
psicología del público, el nivel del producto y del empleo depende del monto de
la inversión” (énfasis agregado). Y esto sucede no porque la inversión
sea el único factor del que depende el output agregado, “sino porque es usual
en un sistema complejo observar como la causa causans aquel
factor que es más proclive a tener una fluctuación súbita y amplia”.
Desde
el enfoque marxista la cuestión es aún más clara, si se quiere. Dado que el
desarrollo de las fuerzas productivas depende de la reinversión de plusvalía,
el centro de los problemas del desarrollo es la ampliación del trabajo
productivo. El trabajo productivo es el que genera plusvalía (para una
discusión de trabajo productivo, aquí). En consecuencia, en la medida en que la
plusvalía se invierta en trabajo productivo, habrá más plusvalía para
incrementar la escala de producción. Esta es, además, una tesis primordial de la Economía Política
clásica, en particular de los fisiócratas, Adam Smith y David Ricardo. Por eso
Smith no consideraba igual que la ganancia se gastara como renta en
trabajadores improductivos (por caso, servidores de los aristócratas,
funcionarios de la Corte, etcétera) que en trabajadores productivos.
La cuestión la
podemos ver con el circuito del capital: D – M (Ft y Mp)… P…M’- D’, siendo D el
dinero adelantado por el capitalista; M mercancías; Ft fuerza de trabajo; Mp medios de producción; …P… es el proceso productivo;
M’ la mercancía valorizada; D’ igual al D adelantado + s, la plusvalía.
Aquí, el consumo de los
trabajadores empleados en el sector privado no es autónomo, depende del ciclo
capitalista. De manera que la caída de la demanda que desata la crisis y la
recesión no puede provenir de la caída del consumo obrero; ni la recuperación
de la economía puede ocurrir por un incremento autónomo del consumo salarial.
Puede verse también que no existe otra fuente de la plusvalía
que el trabajo productivo (…P…). La plusvalía se divide en ganancia empresaria,
renta de la tierra, interés e impuestos. Por lo tanto, el gasto estatal tampoco es una
fuente autónoma de demanda; depende de la generación de plusvalía
en el proceso productivo, y su realización en el mercado, a través de la venta. De manera que no
hay posibilidad de sostener indefinidamente la demanda mediante gasto estatal.
Si con las inyecciones de gasto del Estado no se pone en marcha el proceso de
acumulación (o sea, la inversión), no hay recuperación de la demanda global, y
por lo tanto no hay salida de la recesión (o la depresión). Por este motivo a
Marx jamás se le ocurrió que se podía salir de una crisis sólo mediante
inyecciones de gasto fiscal. Tampoco a Keynes, o a los keynesianos “clásicos”,
como Hansen, o incluso Leijonhufvud.
Dado que éste es el punto neurálgico del fetichismo estatista, es
conveniente ampliar el argumento.
La cuestión es que si durante una crisis el gobierno inyecta gasto fiscal (por
ejemplo, pagando a los trabajadores para que entierren y desentierren botellas,
como dice Keynes en la TG), el éxito o fracaso de la medida dependerá
crucialmente de lo que hagan los capitalistas con lo producido por el tirón de
demanda: si comienzan a invertir, el proceso ha tenido éxito. Si en cambio, el
plus de ingreso recibido lo atesoran, o lo destinan a bajar su deuda con los
bancos, y estos a mejorar sus balances, la demanda no habrá aumentado. Al
respecto, Leijonfvud observa que si en las recesiones “las empresas
temporariamente no encuentran que sus oportunidades de inversión sean
rentables, tratarán de mejorar sus balances cancelando préstamos bancarios,
mientras que los bancos, a su vez, responderán a este ‘reflujo’ devolviendo
créditos del Banco Central” (“Los ciclos largos en las visiones económicas”,
reproducido en
Organización e inestabilidad económica, Buenos Aires, 2006, p. 8).
Esto significa que puede haber liquidez, proporcionada por la inyección de
gasto, sin reanimación del ciclo de acumulación. En contrapartida, se habrá
deteriorado el balance fiscal. Si la operación se vuelve a repetir sin éxito,
surgirá el déficit, o se incrementará.
El déficit, por otra
parte, debe cubrirse con deuda, o con emisión monetaria (ahora el gobierno de
Cambiemos recurre a ambas vías, en un intento de reanimar la demanda). Pero si
el endeudamiento aumenta por encima de ciertos niveles, disminuye aún más la
confianza de los capitalistas para invertir (como señala Keynes en la TG). Por
otra parte, si el déficit se cubre con emisión monetaria, habrá más impulso
inflacionario, sin que se reanime por ello la inversión. Estas
ideas, muy sencillas, ayudan a entender lo que está ocurriendo en estos meses
de gobierno de Cambiemos, de alto déficit, mayor endeudamiento y caída del
producto.
Experiencias recientes
Otro ejemplo ilustrativo de lo anterior lo proporciona la dinámica
de los años de gobiernos K. Tengamos
presente que durante el gobierno de Néstor Kirchner el PBI creció, en promedio,
8,8% anual; durante el primer gobierno de Cristina Kirchner lo hizo al 3,5%
anual; en el segundo gobierno de CK creció sólo el 0,2% anual (dato INDEC, base
2004 revisado). Dado que la población argentina aumenta al 1% anual, durante
los últimos cuatro años del kirchnerismo el producto por habitante retrocedió.
Sin embargo, el gasto
fiscal no dejó de crecer en todos esos años. De hecho, pasó de ser
superavitario en 2003, a
un déficit de aproximadamente el 6%, en 2015. Además, el endeudamiento empezó a
crecer de manera importante a partir de fines de 2013 (ver aquí). Sin embargo, la inversión se mantuvo débil.
En términos de PBI en los ocho años que van desde 2008 a 2015, la inversión
representó, en promedio, el 19,4% del PBI (INDEC, valores a precios de 2004,
cálculo propio). Aproximadamente el promedio de los 1990. Y con una inversión
en energía, transporte y telecomunicaciones a niveles muy bajos. Como contrapartida, la fuga de capitales se mantuvo, desde 2008, en
un nivel muy elevado. Por eso, sin avances en productividad y tecnología, y con
la caída de los precios de las materias primas y la crisis de Brasil, se
conjugaron las condiciones para la crisis en el sector externo y la recesión.
Para
que se pueda ver todavía con más claridad, la actual situación de Santa Cruz es
muy significativa. La provincia recibió 520 millones de dólares cuando la
privatización de YPF, y otros 400 millones, aproximadamente, cuando el
gobernador Kirchner vendió las acciones a Repsol (final del gobierno de Menem).
Más tarde, desde 2003 a
2015, Santa Cruz recibió ingentes flujos de dinero, provenientes del Estado,
para la obra pública. Sin embargo, no hubo
desarrollo productivo, y la provincia hoy está sumida en una
profunda crisis. Podemos decir que todas las cuestiones del desarrollo se
condensan en este caso paradigmático de ausencia de inversión en trabajo
productivo.
Cambiemos y oposición burguesa: salida capitalista a la crisis capitalista
En el modo de producción capitalista la salida de la crisis
ocurre cuando se generan las condiciones para que el capital retome la inversión. Pero
esto significa, entre otras cosas, mejorar y/o garantizar las condiciones de
explotación de la clase obrera y de realización de la plusvalía. Es lo que
está intentando hacer el gobierno de Cambiemos: bajar los salarios (en
especial, en relación al tipo de cambio); reducir los derechos del trabajo (ahí
está el ejemplo del ataque a los juicios laborales); garantizar los derechos
del capital. En esencia, es también el programa del peronismo “serio”, del
Frente Renovador, y fuerzas similares que están en la oposición. Pueden
existir tensiones y rencillas sobre formas y ritmos, pero para atraer
inversiones nadie saca los pies del plato. Los acuerdos con el CIADI; la
aceptación de tribunales extranjeros para resolver disputas sobre la deuda; el
pago a los holdouts y al Club de París; la indemnización a
YPF; los acuerdos secretos con Chevron; los mayores beneficios para la gran
minería; la reducción de impuestos y el aumento de tarifas; la plena libertad
para remitir dividendos al exterior, entre otras medidas, forman parte de la
misma textura. En la misma política se inscribe el intento de que los salarios
no se indexen según la inflación, o según la suba del tipo de cambio. Por
eso los padecimientos de la clase trabajadora no se acabarán cambiando los
personajes al frente del Estado.
La
idea central del marxismo entonces es que no hay salidas a la crisis,
indoloras para la clase trabajadora, en tanto
permanezcan las relaciones de propiedad capitalistas. El
capitalista que tiene cientos de miles, o millones, de dólares en el exterior,
no tiene ningún apuro por invertir en Argentina, o en algún otro lugar en
particular. Por eso, el poder del capital no se ejerce solo a través de las
estructuras políticas, jurídicas e institucionales. También es poder económico de hecho.
Nunca debería olvidarse que la relación capitalista es una relación de
dominación de la clase que es propietaria de los medios
de producción y de cambio, sobre los que no tienen más que su fuerza de trabajo
para vender (ver aquí).
Plantear las cuestiones de fondo, sin alentar falsas ilusiones
El discurso del socialismo debe partir de lo real, de las
condiciones existentes. Es necesario luchar en defensa de los salarios y las
condiciones de trabajo sin por
eso abrigar ilusiones en los partidos del capital. Ni en las
“soluciones” del reformismo estatista. No hay que alentar ningún tipo de frente
programático con las organizaciones “socialistas burguesas”, pequeñoburguesas o
nacionalistas burguesas, por más “radicales” que sean sus discursos. No existe ninguna progresividad en sus
programas. Por eso es necesario meter
una dosis de “vinagre y bilis” en los llamados a la “unidad del pueblo” de los
que han llevado al movimiento popular a la desmoralización y la derrota.
En otra entrada escribimos: “…la crítica marxista busca poner de
manifiesto las conexiones reales, internas, del modo de producción y de la
sociedad capitalista, y por este mismo hecho, no deja espacio para las
ilusiones. De aquí resulta también un mensaje que puede considerarse
“pesimista”, ya que viene a decir que en tanto subsistan las relaciones de
propiedad capitalistas, los problemas de fondo de las masas trabajadoras van a
persistir.
Esto
porque las conquistas de las luchas sindicales y reivindicativas encuentran un
techo en las leyes de la acumulación capitalista -cuando crece la combatividad,
los capitalistas reemplazan mano de obra por maquinaria, se niegan a invertir,
etcétera- y en las estructuras del Estado, que defienden la propiedad privada
del capital. Por eso, el mensaje de Marx a los trabajadores es que hay que
luchar por mejoras, pero sin albergar ilusiones: en tanto subsistan la
propiedad privada del capital, y el Estado capitalista, estarán condenados a
reiniciar la pelea, una y otra vez” (aquí). Este enfoque es el eje de la
independencia de clase.
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