El PT, el
neoliberalismo y el régimen brasileño
13 de junio de 2017
Edison Urbano
Movimiento
Revolucionario de Trabajadores, Brasil.
El ritmo
vertiginoso de la crisis política brasileña y la posible “resurrección” del PT,
de la mano del regreso de Lula, vuelven a poner en el centro la trayectoria de
este partido y su papel en momentos decisivos1 . Del origen en las
huelgas metalúrgicas al ascenso popular de los ‘80 y la sorpresa del “Lula-lá”
en 1989 Lula surge como figura nacional como presidente del Sindicato de los
Metalúrgicos de São Bernardo do Campo (ciudad industrial del Gran San Pablo),
un sindicato cuya dirección había convivido con la dictadura y que de repente,
renovando su dirigencia, se ve al frente de un auge de huelgas obreras.
El PT será entonces la combinación del despertar político
de amplios sectores de trabajadores y un proyecto de canalizar las energías
para un partido reformista, actuante dentro del orden burgués. Al menos cuatro
sectores sociales distintos se unen para encabezar la fundación del PT: el
llamado “nuevo sindicalismo” encabezado por Lula; sectores de la Iglesia
católica; sectores de la intelectualidad de izquierda influenciada por el
eurocomunismo; y las corrientes organizadas de la izquierda radical, sobre todo
las de origen trotskista y las exguerrilleras.
En las resoluciones de los primeros encuentros, así como
en su programa, se manifiesta el eclecticismo característico de esa “amalgama
política”: una fraseología acerca de un “nuevo tipo” de socialismo, de
contornos indefinidos, sin una estrategia clara de poder. El historiador
Lincoln Secco resumía esa fase del partido, de los años ‘80 hasta mediados de
los ‘90, diciendo, “El resultado de esos encuentros terminaba siendo una tesis
moderada enmendada por los radicales”2 . A
medida que se va enraizando en la sociedad y creciendo, el PT manifiesta su
orientación profundamente conciliadora en los momentos políticos fundamentales
de la transición: en la campaña por elecciones directas y la Asamblea Constituyente
tutelada por el expresidente José Sarney (PMDB) y los militares, en las
elecciones de 1989. Sin dejar de dirigir las huelgas económicas de los
trabajadores y, por esa vía aumentar su influencia,
la operación fundamental del PT será siempre la de separar la esfera económica
de la política, dejando esta última
invariablemente bajo la hegemonía de la burguesía.
El
creciente descontento con los sucesivos fracasos de los planes económicos de
Sarney da origen a un nuevo ciclo de huelgas, que coincide con la primera
elección presidencial directa en 1989. Entonces explota el “fenómeno Lula”, que
sorprendió a todos y disputó cabeza a cabeza con el aventurero reaccionario
Fernando Collor de Mello. La derrota de Lula en 1989 tuvo, sin embargo, el
efecto contradictorio de reforzar la estrategia electoralista de la dirección
del PT. El PT como pilar del régimen: del “Fora Collor” a la oposición moderada
a Fernando Henrique Cardoso. Comprometido con el
“orden democrático”, el PT es uno de los últimos partidos en adherir al
impeachment de Collor, no por críticas de izquierda sino al contrario: por
miedo a la inestabilidad que podría generar, como argumentó José Dirceu,
en ese entonces diputado federal por el PT, jefe de Gabinete de Lula. Más
tarde, cuando el proceso ya era inevitable, el PT
actuó como partido de la contención, evitando que la lucha contra Collor
tuviera una cara obrera. En una consciente división de tareas, la dirección
petista cedió el protagonismo a la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), dirigida por
el PCdoB. La izquierda petista, en el pico de influencia interna, organizó
encuentros obreros, como el de Belo Horizonte, pero no hizo de ellos un bastión
para una salida independiente.
Ese compromiso fundamental con la estabilidad burguesa será la
“segunda alma” del PT a lo largo de su historia. Si en la lucha contra
la dictadura en los años ‘80 el PT ya había mostrado que su apuesta a la
conciliación de clases era más importante que su compromiso con las demandas
más sentidas del pueblo trabajador, hay sin embargo un cambio
cualitativo operado durante los años ‘90. Como señaló un estudioso del papel
del PT durante el “Fora Collor”: Ese
comportamiento político puede ser considerado un indicador del proceso de
aceptación pasiva por parte del PT, de las propuestas neoliberales (...). No se
trata, por lo tanto, de una adhesión activa al neoliberalismo. Ocurre que la
táctica petista de priorizar la lucha por la ética en la política en detrimento
de la lucha contra el neoliberalismo (...) tuvo consecuencias políticas3.
Vale
señalar que en ese debate la dirección del PT, con Dirceu y Lula a la cabeza,
mantuvo una postura tan a la derecha que las corrientes que se reivindicaban
trotskistas se diferenciaron adoptando un programa tan adaptado como la propia
lucha por el impeachment. Esta actitud no era una cuestión aislada. En mayo de
1991, en una entrevista a la
revista Exame , Aloizio Mercadante, miembro fundador del PT,
decía: Creo que el tiempo de protesta
como propuesta política se terminó. O superamos esta fase de la política como
negación y como denuncia, por una política de la afirmación, de la construcción
y de la alternancia, o difícilmente encontraremos una respuesta a los problemas
de la sociedad4.
ya en 1994 intendentes petistas –Antonio
Palocci en Ribeirão Preto, entre otros– dieron comienzo a la privatización de
las empresas municipales de telecomunicaciones: “fueron privatistas avant la lettre, antes que el
gobierno de FHC [Fernando Henrique Cardoso]”5 .
Embriagados
con la posibilidad de elección de Lula, los dirigentes petistas se hicieron aún
más conservadores después de 1989. Junto con eso, incluso en la izquierda, se
consolidó una expectativa de que el proceso político brasileño tuviera que
pasar por la experiencia de Lula en el gobierno –en las versiones más
“izquierdistas” de esa tesis, como la del grupo morenista PSTU y sus
congéneres, eso sería sólo la antesala de la radicalización revolucionaria de
las masas–. Así, a lo largo de los ‘90, el PT fue el
“ala izquierda” de la aplicación de los planes neoliberales, un sustento por
izquierda de la democracia degradada creada en 1988. A
través de la burocracia sindical, el PT también fue responsable de la
aprobación de la reestructuración neoliberal de las relaciones de producción
(bancos de horas, precarización, tercerización, flexibilización, etc.).
En este
proceso tuvieron un papel importante las “cámaras sectoriales”, un símbolo del
PT de los ‘90. En esta propuesta, teorizada por el economista Paul Singer, la
vieja idea de los difusos “consejos populares” defendidos en el programa del PT
de los ‘80, se transformaba en una directamente liberal: cámaras de
conciliación de intereses entre empresarios y trabajadores como eventual “forma
de gobierno”. En la práctica, las cámaras
sectoriales fueron también un mecanismo para romper la unidad de la clase
(divisiones por gremio y sector para negociaciones salariales y de convenio).
Estos mecanismos cumplieron un papel importante para que los capitalistas
pudiesen imponer su ofensiva neoliberal. Por otro lado, cuando tuvo la
oportunidad de enfrentar al neoliberalismo de FHC en una batalla decisiva, el
PT capituló en la gran huelga petrolera de 19956.
Más
tarde, durante el período 1998/99, cuando la popularidad del Plan Real ya se
había liquidado y FHC, después de ganar nuevamente en primera vuelta contra
Lula, devaluó la moneda, la estrategia petista cobró nuevo precio.
Lejos de apostar a la lucha de clases, más
que nunca el PT hizo un pacto de estabilidad para apostar a una elección
“tranquila” de Lula en 2002.
La elección en frío
de Lula contuvo la explosión popular contra el neoliberalismo.
El PT llegó al gobierno. No como producto de una gran
movilización de masas, sino al contrario, como resultado “frío” y puramente
electoral del desgaste del neoliberalismo de FHC. Lo importante es que fue el
resultado de la estrategia deliberada de la dirección petista. De ahí la
necesidad de rechazar los argumentos cínicos que atribuyen el conservadurismo
de los gobiernos de Lula y la timidez de sus medidas populares como fruto de
una “correlación de fuerzas desfavorable”.
Se fue consolidando cada vez más en una
estrategia de inmovilismo, y fue así que se dio su llegada al gobierno federal
en las elecciones de 2002. Cabe recordar que en esa época se combinaban el descontento popular
con FHC, acumulado desde 1998, con el agotamiento del ciclo neoliberal de los
‘90 en toda la región, dando origen a rebeliones populares y levantamientos de
masas como las jornadas revolucionarias de diciembre de 2001 en Argentina, las
rebeliones populares en Bolivia en 2000, 2003 y 2005 –solo contenidas luego de
la asunción de Evo Morales, que en ese sentido tuvo un papel similar al de
Lula: con la diferencia que el brasileño tuvo un carácter preventivo y logró
impedir una explosión de masas–. Desde este punto de vista, el problema del
“lulismo” para la clase obrera no fue sólo que no modificó, sino por el
contrario, profundizó la subordinación estructural
del país al imperialismo, su atraso económico, sus desigualdades históricas (la
base de apoyo fundamental fue el trinomio agronegocio, bancos y
constructoras).
De hecho,
mantuvo y extendió lo principal de la década
neoliberal, como la precarización del trabajo, muchas de las privatizaciones,
la penetración de las multinacionales, la reprimarización exportadora, la
dependencia del capital financiero internacional y el deterioro de los
servicios públicos. Esto tuvo consecuencias
cuando la marea creciente del mercado mundial impulsada por China-Estados
Unidos entró en una crisis histórica, cuyo agotamiento puede ser simbolizado por
Trump y el Brexit. Incluso para un intelectual ligado orgánicamente al proyecto
petista, el lulismo sería un fenómeno conservador, como fue analizado en el
célebre artículo sobre las “Raíces sociales e ideológicas del lulismo”, … para
analizar la naturaleza del lulismo, consideramos conveniente agregar la
combinación de ideas que, a nuestro modo de ver, caracteriza la fracción de
clase que por él sería representada: la expectativa de un Estado
suficientemente fuerte para disminuir la desigualdad, pero sin amenazar el
orden establecido7 .
Ahí está la esencia del problema: ¡un intento
de disminuir la desigualdad sin amenazar el orden establecido! El PT se
consolida como un pilar decisivo del régimen burgués, pero asume una ubicación
aún más profunda cuando, a la cabeza del poder ejecutivo, le pone su marca,
bajo el nombre de lulismo, a lo que sería el efímero sueño dorado del
capitalismo brasileño. Combinando crédito, consumo y conciliación, y
distribuyendo mediante planes asistenciales, se creyó que se podría crear un
“Brasil potencia” con gradualismo lulista. Sin embargo este representaba solo
un proyecto estructuralmente regresivo, basado en la exportación de commodities, agronegocio,
relación con las constructoras y Petrobras –un proyecto que la revista inglesa
The Economist no dudó en llamar “Hacienda del Mundo”, pero que durante algunos
años generó euforia en empresarios y petistas–.
La crisis económica
mundial y las jornadas de junio de 2013
Lo
interesante es que todo esto desembocó en las movilizaciones de junio de 20138.
Bajo el impacto de la crisis económica mundial, de la “primavera árabe” y de
los levantamientos de la juventud en varios países, la juventud brasileña
desató enormes manifestaciones espontáneas, en principio por el aumento del transporte,
pero después “contra todo” y por más derechos. Aquello que André Singer había
analizado en el auge del lulismo como separación de clase media y de
importantes sectores organizados de los trabajadores con relación al PT –que
entonces encontraba una nueva base social en los pobres urbanos de la “nueva
clase C”– siguió desarrollándose hasta el “momento de escisión” en junio de
2013. Digna de mención fue la hostilidad con la que
los ideólogos petistas respondieron al hecho de que las masas volvían a las
calles. Se quebraba, de hecho, la mayor conquista de los gobiernos petistas,
que era el total inmovilismo de la sociedad civil9.
El PT en el gobierno supo hacer falsas promesas para intentar
desviar el proceso, y crear un pacto nacional represivo para garantizar el
Mundial de Fútbol de 2014, incluyendo el uso de las Fuerzas Armadas y la ley
antiterrorismo de Dilma Rousseff, entre otros. Si en las elecciones Dilma tuvo que hacer una
demagogia de izquierda, diciendo que no descargaría la crisis sobre los
trabajadores, el día siguiente a la asunción bastó
para desenmascarar el fraude electoral. Así se formó el caldo de cultivo para
el golpe institucional del 2016. En otras palabras, fue el propio PT el que
allanó el camino a la llegada de la derecha al poder, y cuando el golpe
institucional ya estaba en curso, hizo lo que pudo para dar un marco
“discursivo” a su enfrentamiento, sin organizar una lucha real con los métodos
de la clase trabajadora.
El escenario actual
Después
de pasar por la operación judicial “Lava Jato”, que investiga los entramados de
corrupción en Petrobras, el PT herido de muerte amenaza con resurgir, por dos
vías distintas y opuestas. Por un lado, preservado por el golpe institucional
(que evitó que fuera el artífice central de los ataques con los que la
burguesía quiere descargar la crisis sobre los trabajadores), el PT adquiere
sobrevida. En este sentido, no es una “sorpresa” la vuelta del “Lula 2018” como reacción ante el
agravamiento de los ataques bajo el golpista Temer. Por otro lado, la posible
salvación del PT puede venir de los “de arriba”. Bajo el impacto de los
interminables entramados de corrupción, de la posible (aunque no probable)
evolución más “radical” de la operación Lava Jato en el sentido de “Manos
Limpias” y de la virtual inviabilidad política de todos los partidos centrales
del régimen político (PSDB, PMDB, PT), es posible un nuevo e inesperado papel
de garante del orden para Lula y el PT. Seguir este escenario político
turbulento, atentos a las manifestaciones ruidosas y también a las silenciosas
entre las masas, es una tarea de primer orden en este momento. La entrada en
escena de los trabajadores con sus propios métodos (como en el gran paro
general del 28A), que estamos viendo frente a los ataques de Temer, plantea un
escenario propicio para avanzar.
Para una conclusión
El papel
histórico de los partidos, las clases, los individuos, no se establece por una
sumatoria difusa de microexperiencias cotidianas, por más significativas que
sean. En la historia de los pueblos y de las clases y, por lo tanto, de los
partidos, existen puntos de inflexión en los que el cúmulo de pequeñas
experiencias se concentra en momentos de decisión. Así fue, en el caso del PCB,
antecedente histórico del PT, con el discurso de Prestes en 1945 a favor de Getulio
Vargas y de “apretar los cinturones”, así fue el nuevo giro del PCB en 1958 a favor de la
colaboración de clases abierta y del pacifismo, justamente en la inflexión de
la etapa preparatoria que en pocos años antecedía el proceso revolucionario de
1961-1964 y el golpe fatal de 1964. El PT debería ser evaluado según el papel
fundamental que el partido cumplió en el desvío de la lucha contra la
dictadura, en nombre de conquistar la democracia; más tarde, en la crisis del
“Fora Collor”, en nombre de preservarla; en la oposición a FHC, en nombre de
garantizar la estabilidad y la elección de Lula; los acuerdos
ultraconservadores del lulismo, en nombre de la gobernabilidad; la aceptación
del golpe, en nombre de no dividir al país. En todos los momentos decisivos en
los últimos casi treinta años, lo que se mostró una y otra vez es que el primer
compromiso del PT es con el orden burgués. Siempre en defensa de la
estabilidad, de la gobernabilidad y de la institucionalidad burguesa, puede ser
considerado con razón como el gran aval del régimen de 1988. Es lo que vemos
incluso ahora frente a los ataques del gobierno golpista de Temer. Frente a la
reforma jubilatoria, para el PT la huelga general no es una medida defensiva
que se transforma en ofensiva contra el gobierno. Al contrario, es una amenaza
para la presión parlamentaria o, como mucho, una demostración moderada, para
negociar mejores condiciones. Lo mismo podemos decir del sentido estratégico
del discurso de Lula en la
avenida Paulista en el pico de la movilización contra el
golpe en marzo de 2016, cuando planteó mostrar moderación e incluso hacer un
guiño a la derecha golpista. Allí prevaleció, una vez más, el compromiso con el
orden burgués. Una figura emergente en la izquierda brasileña actual, el líder
del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) Guilherme Boulos, afirmó
recientemente, ¿Cuál es el papel de la izquierda? La izquierda tiene que ser
capaz de presentar una salida a la crisis, que no sea la posición de aval de
una República que perdió la credibilidad social. La defensa de las garantías
constitucionales contra los arbitrios del poder judicial y la antipolítica
reaccionaria no puede confundirse con un pacto de salvación del régimen.
Tomando esta idea, pero yendo necesariamente más allá: cuando hablamos de la
necesidad de imponer con la lucha una verdadera Asamblea Constituyente Libre y
Soberana, no estamos hablando solo, ni principalmente, del ordenamiento
político y jurídico del país, sino de dar una respuesta que parta de anular
todas las leyes antipopulares de Temer y los gobiernos anteriores, y que ponga
sobre la mesa los grandes problemas nacionales, para que los trabajadores vean
en la práctica que solo un gobierno de trabajadores de ruptura con el
capitalismo podrá dar solución a las demandas más sentidas de las masas. El
régimen no solo está en crisis, sus entrañas están expuestas y todos pueden ver
lo podrido que está. Ofrecer una salida anticapitalista, obrera y popular está
a la orden del día. Traducción: Isabel Infanta
1. Esta es
una versión adaptada del artículo “Notas sobre o PT, o neoliberalismo e a crise
do regime de 1988”
disponible en http://esquerdadiario.com.br/ ideiasdeesquerda. 2. Lincoln Secco,
História do PT, São Paulo, Ateliê Editorial, p. 100. 3. Danilo Enrico
Martuscelli, “O PT e o impeachment de Collor”, disponible en www.scielo.br. 4.
Citado en Danilo Martuscelli, ob. cit. 5. Lincoln Secco, ob. cit., p. 166. 6.
Ver Leandro Lanfredi, “A greve dos petroleiros de 1995: o papel do PT e o
avanço do neoliberalismo”, Ideias de Esquerda 1, mayo de 2017. 7. André Singer,
disponible en www.scielo.br. 8. Ver Iuri Tonelo, “Herencia de junio: empieza a
surgir un ‘sujeto peligroso’ en Brasil”, IdZ 5, noviembre 2013. 9. En
diferentes claves, ese proceso fue analizado por Perry Anderson, Luiz Werneck
Vianna y Francisco de Oliveira, entre otros autores marxistas y no marxistas.
Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/wp-content/uploads/2017/06/13_16_Urbano.pdf
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