Neoliberalismo y crítica marxista
26 de diciembre de 2016
Por Rolando Astarita
Los gráficos sobre aumento relativo del gasto estatal en las
economías capitalistas, que he presentado en la nota anterior (aquí), han movido a algunas personas a
preguntarse si estoy negando la existencia del neoliberalismo. En realidad, en
ningún momento negué el neoliberalismo. Simplemente defiendo una
caracterización de ese fenómeno distinta de la que sostiene la mayoría de la izquierda. En
particular, sostengo que lo distintivo del neoliberalismo no fue la mayor o
menor participación del Estado en la economía; y que es equivocado
interpretarlo en términos de ascenso del capital financiero sobre otras formas
del capital.
Traté este asunto en varios lugares. Por ejemplo, en El capitalismo roto, donde critiqué la tesis de la
financiarización; o en la nota reciente sobre keynesianismo (aquí). También incorporaré
el tema en la segunda edición (corregida y aumentada) de Keynes, poskeynesianos y
keynesianos neoclásicos, que espero se publicará en 2017. Allí
escribo:
“El ascenso desde mediados de la década de
1970 del neoliberalismo -englobando con este término al conjunto de doctrinas
que desembocan en el nuevo consenso neoclásico keynesiano- ha sido interpretado
por buena parte del pensamiento progresista y de izquierda como un asalto del
sector financiero a los puestos de mando del capital.
Nuestra interpretación es diferente.
Consideramos que el neoliberalismo expresa una política de todo el capital, no
solo de una de sus fracciones. Esto es, el apoyo que tuvieron, y tienen, las
políticas recomendadas por monetaristas, nuevos clásicos, nuevos keynesianos y
similares excede en mucho al capital financiero. Los ataques a los derechos
sindicales; los ajustes que implican caídas del salario; las legislaciones para
flexibilizar las relaciones laborales; la reducción o supresión de subvenciones
a los desempleados; el empobrecimiento de pensionistas y jubilados; las
ofensivas contra los inmigrantes, fueron medidas que apuntaron a restablecer la
rentabilidad del capital de conjunto. Por esta razón fueron apoyadas a nivel
global no solo por los bancos y financistas, sino también por las cámaras
empresarias de la industria, el comercio, el agro, la minería, el transporte,
más amplios sectores de las clases medias y de las patronales pequeñas y
medianas.
Por otra parte, las privatizaciones, las
aperturas comerciales y las libertades para el movimiento transnacional de los
capitales tuvieron como efecto someter de manera más abierta y plena a todas
las economías a la ley de la
ganancia. Y esta orientación fue alentada por capitales
industriales, comerciales, agrarios, junto al capital financiero. Incluso las
fracciones más débiles de los capitales nacionales buscaron insertarse en esta
mundialización del capital.
La reacción neoliberal, a su vez, fue
acompañada por una movilización reaccionaria en la política, la cultura y la ideología. En muchos
ámbitos se impuso la consigna “que gane el mejor y el más fuerte”, que por lo
general son los más ricos. Se rechazaron los movimientos críticos y las
culturas contestatarias; resurgieron movimientos racistas y xenófobos; y se
exaltaron valores conservadores burgueses. Todo ello contribuyó a que el
trabajo fuera subsumido de forma más completa al capital de conjunto, sin
distinciones. Por eso pensamos que el neoliberalismo expresa el programa de la
clase capitalista global frente a la crisis de rentabilidad que estalló en los
1970, y la posterior profundización de la mundialización del capital.”
Lo esencial: aumento de la tasa de explotación
En esta descripción el tema de si el gasto del Estado tuvo más o
menos intervención en la economía no tiene
mayor relevancia para la caracterización de las políticas que se aplicaron en
los países capitalistas en las últimas décadas. Lo esencial es que
el programa del capital pasó por aumentar la tasa de explotación del trabajo.
Lo cual explica también por qué el neoliberalismo tuvo la adhesión de
prácticamente todas las facciones del capital; naturalmente, el aumento de la
tasa de explotación del trabajo es la raíz de la hermandad del capital.
En este respecto, en la nota en la que analizo el libro de Piketty
(aquí) señalé que hay mucha
evidencia empírica del aumento de la participación de los beneficios en el
ingreso a nivel global; eso es, hubo una tendencia al aumento de la relación
beneficios / salarios, que nos da un proxy a la tasa de plusvalía. Escribí:
“Según Kristal (2010), y para 16 países
industrializados, la
relación W /Y aumenta en promedio en la posguerra y hasta los
1970, pero baja desde el 73% en 1980 al 60% en 2005. Sostiene que en las dos
últimas décadas los aumentos de productividad superaron a los aumentos
salariales.
Por otra parte, de acuerdo a Karabarbounis y
Neiman (2013) la participación de los salarios ha estado declinando a nivel
global desde 1980: tomando su participación en el valor bruto añadido de las
corporaciones, habría caído un 5% en los últimos 35 años, desde el 64% al 59%.
De 59 países con al menos 15 años de datos entre 1975 y 2012, 42 muestran
tendencias decrecientes en la participación del trabajo. La tendencia se
verifica también en China, India y México. Blanchard y Giavazzi (2003) también
encuentran la caída de la participación de los salarios en los países
desarrollados en las últimas décadas. Otra manera de ver el aumento de la
participación de los beneficios en el ingreso es a través de la distancia entre
los ingresos de los CEO de las grandes corporaciones (plusvalía) y los salarios
promedio. En EEUU, en 2013, la paga de los altos ejecutivos es 343 veces mayor
que la de la media de los empleados y 774 veces mayor que la de aquellos que
menos cobran. En 1983 la diferencia con la media era 46 veces (Executive
Paywatch, de la AFL-CIO).
También el “Informe mundial sobre salarios
2012-2013”
de la OIT muestra la esta dinámica. En 16 economías desarrolladas la proporción
media del trabajo disminuyó del 75% del ingreso nacional a mediados de los 1970 a 65% en los años
previos de la crisis de 2007. En Japón la participación del salario en el
ingreso pasó del 68,4% en 1970 al 79,93% en 1977, para bajar al 54,5% en 2010.
En EEUU pasó del 71,98% en 1970 al 63,27% en 2010; y en Alemania fue del 69,75%
en 1970 al 63,66% en 2010. A
su vez, en 16 economías en desarrollo y emergentes, disminuyó del 62% del PBI
en los primeros años de los 1990 al 58% justo antes de la crisis.
Por otra parte, la evolución de la plusvalía
relativa parece clara. Según la OIT, el índice de productividad del
trabajo (producto por trabajador) en las economías desarrolladas, con base 100
en 1999, se había elevado a 114,6 en 2011; en tanto que el índice de los
salarios, en el mismo período, había aumentado a 105,9. En EEUU la
productividad real por hora en el sector empresarial no agrícola aumentó 85%
desde 1980 a
2011, y la remuneración salarial lo hizo el 35%. En Alemania, en las dos
últimas décadas, la productividad se incrementó cerca del 25%, pero los
salarios reales permanecieron sin cambios. Esto está indicando que la tasa de
plusvalía aumenta, aun cuando aumenta la canasta de bienes salariales. Incluso
en China, a pesar de que los salarios se triplicaron en la última década, el
PBI aumentó a una tasa superior, de manera que W/Y disminuyó” (W: salario; Y:
ingreso).
Subrayamos entonces que la cuestión de si el Estado tuvo más o
menos participación en las economías capitalistas es secundaria a la hora de definir
en qué consiste el neoliberalismo. Más importante aún es que no
tuvo un papel neutral en la ofensiva contra el trabajo. Contra lo que piensa el
sentido común del izquierdismo progresista, el Estado no está por fuera de las
relaciones de clase; no se lo puede pensar haciendo abstracción de su carácter
de clase. De hecho, a lo largo de las últimas décadas el Estado contribuyó
(y sigue haciéndolo) al fortalecimiento de las posiciones del capital
frente al trabajo. Así, por ejemplo, las empresas que se mantienen bajo control
estatal se rigen cada vez más según la lógica de la rentabilidad: compiten con
empresas privadas, cotizan en bolsa, establecen relaciones con el mundo
financiero según las reglas del mercado, subcontratan trabajo y lo precarizan,
y remuneran a sus ejecutivos como cualquier otra empresa capitalista. De la
misma manera, cada vez más en reparticiones del Estado encontramos trabajo
precarizado y trabajadores con derechos laborales mínimos. Todo apunta a la
misma conclusión: el Estado no está por fuera de la unidad orgánica que
conforma el modo de producción capitalista.
Por eso, el punto de partida del análisis deben ser las relaciones
entre las clases sociales fundamentales de la sociedad moderna. Y por eso
también, y contra lo que imaginan los ideólogos del reformismo pequeño burgués, el aumento de la explotación del
trabajo es perfectamente compatible con la no reducción o el aumento de la participación
del gasto estatal en el producto. Más aún, la participación del
gasto social en el producto ha tendido a aumentar, en el promedio de los países
de la OCDE, entre 1980 y 2015. Las razones de por qué sucedió así deberán
investigarse, pero de nuevo esto no impidió el aumento de la tasa de
explotación (en Argentina esta cuestión tiene particular relevancia a la hora
de caracterizar a la política del gobierno de Macri). En otras palabras, el
aumento del gasto público no está en contradicción con la ofensiva del capital
desde mediados de los 1970.
Textos citados
Blanchard, O. y F. Giavazzi, (2003): “Macroeconomic Effects of Regulation and Deregulation in Goods and Labor Markets”, Quarterly Journal of Economics, vol. 118, pp. 879-907.
Karabarbounis L., y B. Neiman (2003): “The Global Decline of the Labor Share”, NBER Working Paper Nº 19.136, junio.
Kristall, T. (2010): “Good Times, Bad Times: Postwar Labor’s Share of National Income in Capitalist Democracies”, American Sociological Review, vol. 75, pp.729-763.
Blanchard, O. y F. Giavazzi, (2003): “Macroeconomic Effects of Regulation and Deregulation in Goods and Labor Markets”, Quarterly Journal of Economics, vol. 118, pp. 879-907.
Karabarbounis L., y B. Neiman (2003): “The Global Decline of the Labor Share”, NBER Working Paper Nº 19.136, junio.
Kristall, T. (2010): “Good Times, Bad Times: Postwar Labor’s Share of National Income in Capitalist Democracies”, American Sociological Review, vol. 75, pp.729-763.
Descargar el documento: [varios formatos siguiendo el link, opción
Archivo/Descargar Como]:
Neoliberalismo y crítica marxista
Neoliberalismo y crítica marxista
Fuente: https://rolandoastarita.blog/2016/12/26/neoliberalismo-y-critica-marxista/#more-7151
No hay comentarios:
Publicar un comentario