26 de junio de 2013

Recordamos a Darío Santillán al comprometernos "a transformar las injusticias de fondo, a cambiar la realidad de lleno y a expresar en los hechos como deben ser los valores más humanos, de lo mejor de lo humano que se pueda tener.


El mejor homenaje es continuar la lucha…
FPDS Corriente Nacional

Darío Santillán era joven. En los años ´90, en el contexto de una Argentina literalmente destruida, sintió en lo más profundo de su corazón el grito de un pueblo que se ahogaba en la miseria. Tenía 16 años. No quiso dormir tranquilo mientras otros y otras no dormían por hambre, por angustia, por frío. A pesar de haber nacido en la era del vaciamiento político, económico y cultural del neoliberalismo, supo buscar y encontrar en las aparentes ruinas de la historia, las lecturas que lo motivaron y empujaron a transformar las injusticias. El Che, una estrella cercana, brillaba en el horizonte de todos los techos de chapa e iluminaba la cara de Darío con su audacia revolucionaria y su ética intachable.

Darío comenzó su militancia en el colegio secundario, junto a otrxs jóvenes que compartían con él la sed de construir un nuevo camino que rompiera con tanta miseria aplicada y tanta estupidez predominante. A pesar de su corta edad, supo comprender por qué en un país tan grande y rico se sufre tanta miseria y hambre. Su corazón se indignó de impotencia.
Con sus compañeros y compañeras organizó e impulsó los primeros Movimientos de Trabajadorxs Desocupadxs de la zona Sur del Gran Bs. As. Construyó bloques para levantar casas dignas donde antes había basurales. Ayudó a organizar bibliotecas populares, y espacios de formación y contención para los más jóvenes, “…el futuro que crece desde el barro de décadas de saqueo planificado…que crece resistiendo los latigazos del neoliberalismo y las balas baratas del gatillo fácil que los espera en cada esquina… tengo que saber más, tengo que encarar mejor los problemas de este tiempo…”, pensaba hacia sus adentros mientras compartía un mate con alguna doña del barrio que le comentaba de los chicos, de los problemas de la escuela, de las calles inundadas, del hospital lleno. Luchó en los barrios codo a codo con las familias olvidadas, trabajando duro, formándose y estudiando cada día, soportando los aprietes de los funcionarios de turno y la policía.

Formó parte de las mejores experiencias de lucha que la joven militancia y el pueblo supieron construir, sintiéndose siempre parte y continuidad de un proceso histórico que había comenzado mucho tiempo atrás, en el que eran asesinados/as los revolucionarios y revolucionarias del pueblo, y los verdugos eran los mismos poderosos que impunemente seguían, y en buena parte siguen, gobernando y conduciendo el destino de este país.
Formó parte de los miles de jóvenes, estudiantes, trabajadores y trabajadoras ocupados y desocupados, artistas, militantes, que hartos de aguantar ajustes y hambre se lanzaron valientemente a la lucha, gestando las jornadas históricas del 19 y 20 de diciembre del 2001 que echaron al gobierno de De la Rúa y patearon al neoliberalismo en el centro de su propia injusticia.

El 26 de junio del 2002, se movilizaba junto a cientos de familias organizadas hacia el Puente Pueyrredón, en reclamo de trabajo, educación y el cese de la represión a los que luchan. La respuesta del gobierno de Eduardo Duhalde y la SIDE fue una feroz represión, conocida como la Masacre de Avellaneda, que dejó un saldo de más de 150 detenidos, en buena parte mujeres y jóvenes, decenas de heridos con balas de plomo y dos asesinados por la espalda: Maximiliano Kosteki, un joven artista popular de 26 años y el mismo Darío, que se encontraba auxiliando a Maxi agonizante en la Estación Avellaneda. Darío se quedó junto a Maxi aunque no lo conocía, a sabiendas de que avanzaba la represión, nunca lo dejó solo, en ningún momento, y en el desenlace de los acontecimientos anunciados, levantó su mano grande y protectora como si con ella pudiera detener la muerte que lo acechaba. Como lo relata inmejorablemente Vicente Zito Lema:
“…La mano con la que Darío Santillán paró la muerte, la mano gigante de Darío, la mano sin tiempo y sin fronteras de Darío, que a partir de ese terrible momento se alzó en los paredones, en las pancartas y afiches, en los fondos y en los frentes, sobre cualquier género o papel, en todo espacio, en lo material que nos cubre y en el espíritu que nos desnuda; aún en el agua y en los sueños, esa mano, más alta que las montañas del Oriente, más aullante que el aullido que estremece la luna, más eterna que la misma eternidad, esa mano para proteger a Maximiliano Kosteki, el joven piquetero, el joven artista que moría junto a él, el joven y viejo Darío Santillán, que a los 20 años se hizo cargo del dolor del mundo.
De la rebeldía del mundo.
Acaso para que el mundo y nuestras vidas
No murieran del todo.
O, mejor dicho
Para resucitarnos.
La mano de Darío más bella que nunca,
Porque ahora esa mano era de todos.
Como un inviolable, feroz y dulce deseo…”

Por eso Darío se transformó en un símbolo, no sólo de dignidad, coraje y resistencia de un pueblo en lucha, sino también en la prueba de que aún en las condiciones más adversas, en los lugares más inhóspitos, ahí donde todo parece casi muerto, puede nacer la flor de la rebeldía y la justicia. Su último gesto antes de ser asesinado es la síntesis de su corta e intensa vida, es el reflejo (y el ejemplo) de la entrega y el compromiso de una juventud curtida en la lucha y enteramente dispuesta a transformar las injusticias de fondo, a cambiar la realidad de lleno y a expresar en los hechos como deben ser los valores más humanos, de lo mejor de lo humano que se pueda tener.

Por eso Darío es de todxs. Vive y vivirá siempre, porque las razones por las que luchaba y entregó su vida aún están ferozmente pendientes. Porque su bella juventud, su audacia y su ética militante iluminan hoy a todos los luchadores y luchadoras por un mundo mejor. Porque ese sueño de una Argentina y una Latinoamérica sin hambre, sin saqueo de nuestros bienes comunes, sin contaminación, sin explotación ni precarización, se viene soñando desde hace tiempo. Porque creemos que es nuestra tarea urgente construir otra sociedad, forjar un nuevo proyecto de país en una Patria Grande socialista, justa, autodeterminada.

Y porque hoy sentimos nuestra la responsabilidad de tomar esas banderas en estas manos y cumplir ese sueño por nosotrxs mismxs, por nuestro querido pueblo argentino, por nuestra ancha Latinoamérica toda, por nuestros niños y niñas, por el futuro que espera, por los mártires de la patria libre que vendrá, que nos miran desde la historia y sonríen tiernamente.
Por ellos, por nosotrxs, por todxs.
¡Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, PRESENTES!
El mejor homenaje es continuar la lucha.

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