Angelelli: ¿Por qué lo mataron?
1ro de
agosto de 2015
Por Luís
“Vitín” Baronetto
El martes 4 de agosto en el acto
conmemorativo del martirio del obispo Angelelli, que se realizará en la antigua
sede de la CGT, Vélez Sarsfield 137 de la ciudad de Córdoba, será presentado el
Libro que compila la sentencia judicial a prisión perpetua de Luciano B. Menéndez y y
Fernando Luis Estrella.
El juicio que condenó
a los máximos responsables del crimen de Mons. Angelelli fue el final de un
largo camino con muchos obstáculos. Este caso judicial se asemejó a tantos
otros cuando las víctimas quedan a la intemperie por la maraña de intereses que
se conjugan para impedir que se haga justicia.
La historia de este
expediente acreditó la existencia de los factores de poder artífices de las
campañas de difamación y persecución que sufrió el obispo asesinado. Fueron los fuertes
intereses riojanos que se vieron amenazados por la pastoral diocesana.
Despertar la conciencia de los empobrecidos y
contribuir a su organización para luchar por una vida mejor fue el mayor delito
que desordenaba la ancestral y apacible vida de los poderosos de La Rioja: Los
terratenientes se quedarían sin peones si la actividad del Movimiento Rural
Diocesano seguía concretando la creación de cooperativas entre el campesinado
pobre y sin tierra, como los aglutinados en CODETRAL en el norte provincial. A
los dueños de la explotación minera se les reducirían las ganancias si el
sindicato de los mineros que se inició en la parroquia de Olta se fortalecía.
Los acopiadores de la nuez en el oeste
terminarían con su vieja costumbre de fijar precios bajos a los productores que
se organizaron para la comercialización en la Cooperativa Agrícola
de Campanas, cerca de Chilecito. Igual sucedería con el precio de la aceituna
en Aimogasta, cuando se aglutinaron en el Movimiento Severo Chumbita.
Esas y otras iniciativas
como las compras comunitarias en los barrios de la ciudad Capital o la
organización de los centros vecinales para las reivindicaciones barriales,
inspiradas, alentadas y fortalecidas por el descubrimiento del sentido
liberador de las mismas antiguas creencias religiosas, constituían sin duda
fermentos para cambios profundos que acarrearía no sólo mejor calidad de vida
sino estructuras nuevas, más amplias y participadas, para los derechos
ciudadanos.
Había que terminar con esta manifestación
religiosa que traducida a los hechos de la vida cotidiana subvertía el orden
establecido, explotador, injusto y bendecido durante siglos por creencias
alienantes. Un obispo católico, jerarquía de la misma Iglesia que
tantas veces se benefició de esos poderes establecidos, vino a desestabilizar
la tranquilidad de la ordenada sociedad riojana.
El mismo Niño Alcalde,
constituido en autoridad por indígenas en rebeldía y conquistadores españoles,
volvía cada año en la procesión del Tinkunaco a reinstalar el mensaje de la
fraternidad, de la igualdad constitutiva de los humanos.
La sociedad de
privilegios no lo pudo tolerar. Y maquinaron diversas formas para eliminar el
peligro social que iba extendiéndose como mancha de aceite al penetrar entre
las piedras, los llanos y los ranchos de las sedientas tierras riojanas.
Desde agosto de 1968
hasta el 4 del mismo mes en 1976 - cuando lo acallaron - Enrique Ángel
Angelelli recorrió los caminos de la provincia sembrando la dignidad que debía
crecer con el esfuerzo y la participación de todas y todos. Fue la voz de los
enmudecidos, pero para que pudieran pronunciar en voz alta su propia palabra,
gritando su protesta, reclamando sus derechos.
Muchos de esos nuevos
protagonistas dieron su testimonio ante los jueces. Las declaraciones obrantes
en el expediente reafirmaron la peligrosidad de esa construcción colectiva que
amenazó los privilegios de los enriquecidos a costas de la opresión. Así lo
fundamentó la sentencia judicial en septiembre de 2014. Por eso éste fue siempre
un juicio incómodo, molesto, inconveniente para la alta sociedad riojana, la
misma de ayer, de hace treinta y ocho años, que sigue concentrando y tejiendo
las redes de los poderes en la provincia.
El obispo martirizado
también fue intolerable para sus pares, que lo abandonaron en soledad cuando
más lo debieran haber protegido por mandato evangélico. En el seno de la
asamblea episcopal de mayo de 1976 su denuncia de las violaciones a los
derechos humanos en La Rioja no entró en el temario.
Al salir confesó con
tristeza: “El Sanedrín me ha juzgado, el Sanedrín me ha condenado”. Tampoco se
quiso escuchar allí - hasta hace muy poco - al único testigo directo, el
sobreviviente Arturo Pinto, que acompañaba al obispo en aquel fatídico viaje.
Era preferible creer la versión de los asesinos, porque también se sacaban de
encima a quien con su testimonio al servicio de la justicia, cuestionaba el
silencio y la complicidad.
“Es hora que abramos
los ojos y no dejemos que Generales del Ejército usurpen la misión de velar por
la Fe Católica ”,
escribió el 25 de febrero, un mes antes del golpe militar. Y el 5 de julio, un
mes antes del atentado, al Nuncio Apostólico: “Me aconsejan que se lo diga:
nuevamente he sido amenazado de muerte. Al Señor y a María me encomiendo. Sólo
se lo digo para que lo sepa”.
Pero Pío Laghi se
guardó la carta, que el 30 de julio quedó protocolizada en el sello de la
Nunciatura con el N° 1737/76. Llegó al Vaticano veinticinco años después. Fue
la que encontró el Papa Francisco remitiéndola al actual obispo de La Rioja
para ser incorporada al juicio. La sentencia judicial dijo: “…sin el apoyo de
sus hermanos del Episcopado, los interesados en la desaparición de Angelelli
encontraron el momento propicio para ejecutar el plan que terminaría con su
vida y con su labor en la Diócesis”.
A Angelelli lo mataron
porque siendo obispo de la iglesia católica utilizó el poder institucional a
favor de los pobres. La religión dejó de legitimar su explotación y fortaleció
su conciencia de protagonismo. Fue peligroso porque su pastoral apoyó la organización
de cooperativas, gremios y comunidades, como tarea específica del mandato
evangélico.
Tenían que asesinarlo para imponer el terror y
producir la dispersión. “La obra comunitaria alentada por Mons. Angelelli –
dijeron los jueces - es equívocamente asimilada a una filosofía comunista,
llegándose por ello a ser calificado de “subversivo”, y a partir de allí no se
reparó en nada para abatirlo”.
Pero no pudieron
borrarlo. Quienes compartieron la persecución fueron calificados por el
Tribunal como testigos directos. Y se acumularon las pruebas para sellar con el
fallo judicial la convicción del homicidio que se mantuvo viva en la memoria
del pueblo.
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